Todos recordamos cuando el presidente López Obrador decía que estaba probado que el revuelo mundial que el Covid-19 estaba causando no correspondía con la gravedad del virus. Recuerdo los esfuerzos constantes por minimizar la magnitud de la epidemia. Es menos que una influenza, ya aplanamos la curva, domamos la pandemia.
Recordamos los mensajes contradictorios: los cubrebocas no sirven, sí sirven, a veces sirven, sirven siempre, no deben usarlo personas sin síntomas, vamos muy bien, estamos en el peor momento, ya llegamos al pico, no vamos ni a la mitad.
Recordamos los cálculos del subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, en aquellos días en que sus palabras provocaban arrobos y desmayos: “Ahorita tenemos dos mil 271 personas que han perdido la vida por Covid y estamos cerca del punto medio de la curva epidémica. En el descenso de la curva podemos tener las otras más o menos dos mil o tres mil (personas sin vida), y con ello ya tendríamos seis mil o cinco mil 271 si lo ponemos nada más así”.
No hace nada de eso. Era el 4 de mayo de 2020. Han pasado poco más de dos meses. Pero esta semana llegaremos en México a la cifra que marca la peor tragedia ocurrida en el país a lo largo de un siglo: 40 mil muertes por Covid-19.
¿Qué pasó? El experto en Ciencias Biológicas y de la Salud, Antonio Lazcano, miembro de El Colegio Nacional, marca un punto de partida: al llegar el poder, el nuevo gobierno despidió de directores generales para arriba: se deshizo de un equipo de epidemiología que era un referente para otros países, y se rodeó de gente que no estaba lista para enfrentar esto. Así comenzó a labrarse el desastre.
“Creyeron que podían actuar sin la participación de la comunidad médico-científica de México, a la que le dieron la espalda. Despreciaron el virus. Eligieron un modelo con un alto rango de incertidumbre. Se negaron a hacer pruebas. Pero lo peor de todo —agrega Lazcano— es que tomaron la decisión de someter la política sanitaria a los caprichos del presidente, a las necesidades políticas del presidente”.
¿Qué pasó?, la doctora en Microbiología por Harvard, Laurie Ann Ximénez-Fyvie, jefa del Laboratorio de Genética Molecular de la UNAM encuentró más de una docena de errores. Algunos de ellos son tan absurdos que muestran inexperiencia por parte de los médicos encargados del tema:
No haber desarrollado estrategias de búsqueda y rastreo de casos y contacto (“de haber iniciado esto en enero o febrero la epidemia se hubiera podido controlar con relativa facilidad”). No haber previsto sitios específicos para el aislamiento de casos confirmados asintomáticos o con síntomas leves que no requieren hospitalización.
Haber persistido en una estrategia equivocada, de mitigación pura, sin medidas de contención, a pesar de todos los datos indican que no funciona: “Esto es lo más obtuso e insensato que puede admitir una autoridad que tiene en sus manos las vidas de millones de personas: las estrategias deben corregirse, ajustarse, incluso desecharse y sustituirse. Desde principios de abril, era claro que no estaba funcionando”. Sigue Ximénez-Fyvie:
Haber dado por terminada la Jornada Nacional de Sana Distancia, sabiendo que no se había hecho un solo esfuerzo de contención, que los contagios estaban en un punto muy alto, y que todos los datos y evidencias indicaban que existía una carga viral comunitaria muy grande. No haber establecido programas integrales de apoyo económico tanto para individuos en los sectores más desprotegidos, como para las empresas: esto echó a rodar una “bola de nieve” cuyos efectos seguiremos padeciendo años después de que el virus nos deje de molestar: sin apoyos la gente no puede quedarse en casa.
Haber planteado como meta mantener la disponibilidad hospitalaria en lugar de procurar la contención de los contagios. Esto ha llevado a incurrir en un gasto económico enorme y a un terrible desgaste para el personal hospitalario, sin que de ello se deriven resultados favorables, es decir, sin que se traduzca en disminución de la pérdida de vidas.
Utilizar la ocupación hospitalaria como indicador principal, pues los indicadores deberían ser: contagios y defunciones. Limitar los esfuerzos médicos únicamente a los pacientes más graves: se salvarían muchas vidas si se brindara atención temprana a los pacientes y se evitaría que la enfermedad continúe avanzando.
Pésimo manejo de los datos relacionados con la pandemia. Los datos no deberían ser sólo informativos, necesitan ser útiles para tomar decisiones de políticas de salud pública que permitan salvar vidas. Las deficiencias en los datos oficiales los hacen inservibles para este último propósito.
Falta de transparencia: se admite que las muertes son 3 veces más que las reportadas oficialmente, luego se deja de mencionar el tema y a la fecha esas muertes no se han registrado en las bases de datos.
No haber priorizado el cuidado y protección del personal médico y hospitalario. Esta es una de las más grandes tragedias en esta historia: somos uno de los países que más ha descuidado al personal médico. El resultado es evidente en el número de casos y defunciones de personal de la salud.
Hace unos días Salomón Chertorivski, ex secretario de salud de México mencionó en una entrevista: “las directrices fueron poco claras desde el principio, que no hubo coordinación entre los órdenes de gobierno, que faltaron pruebas, mapeos, cuarentenas quirúrgicas. Que la información fue deficiente. Que falló la comunicación. Que no se adquirieron a tiempo los equipos que hubieran salvado vidas. Que hubo negación para adoptar lo que se iba sabiendo de la pandemia, como lo del uso del cubrebocas”.
Pero además, al ser excluido el Consejo de Salubridad General, el regreso a la normalidad se hizo sin cumplir la métrica universalmente aceptada para hacerlo. Aquí hay implicaciones criminales.
El gobierno de AMLO ha culpado al pasado, a los ricos, a los neoliberales, a los gordos, a los hipertensos, a los refrescos…
Pero ahora la cuenta de los muertos por coronavirus ya es de más de 40 mil los confirmados y quizá hasta el triple sin confirmar.