â??El narco no se combate con madrazosâ?¦ lo que se necesita son empleosâ?, le dijo Samuel, obrero de Lázaro Cárdenas, Michoacán, a Thelma Gómez Durán, enviada de EL UNIVERSAL. Entonces, ¿bastarÃa con crecer? ¿Es un asunto de pobreza?
Sin duda la pobreza es parte de la explicación, pero no es suficiente. Ejemplos sobran. Al narco se unen jóvenes de muy diversos orÃgenes. En Tijuana fueron famosos los narcojuniors y hemos visto cómo detienen a familias enteras dedicadas a cuidar secuestrados en casas patriótica y costosamente decoradas para el festejo del 15 de septiembre. Cada nueva detención lo confirma: ni los secuestradores, ni los narcos son parte de lo que se define como pobreza alimentarÃa. Hay algo más.
Ãngrid Betancourt, la famosa rehén de las FARC, me decÃa en entrevista que con los años ella habÃa entendido que la razón por la que muchos jóvenes colombianos se enlistaban en la guerrilla no era ideológica, ni por escapar de la pobreza, sino porque veÃan la posibilidad de ser respetados. Tener un arma, ser alguien en una organización, tener un rango.
Lo mismo está pasando en nuestro paÃs. La violencia impera en las casas y se impone en las calles. El trabajo no es garantÃa de nada: generaciones de campesinos han visto desaparecer el valor de su esfuerzo. Escasean los ejemplos de éxito a través del trabajo, y el estudio ya no es un pasaporte de ascenso social. La ley no se respeta y las autoridades son predadoras y ejemplo de corrupción. El más fuerte impone su ley y todos los demás se sienten vulnerables.
En esas condiciones, cuando la esperanza de mejorar, ya no digamos de destacar, se ven tan reducidas, la tentación de optar por el camino de la violencia debe ser muy grande. Porque para muchos, son ellos, los narcos, el ejemplo más disponible y cercano de éxito y poder. Las revistas Forbes y Time lo entendieron asà cuando incluyeron a El Chapo en sus listas de más ricos y destacados.
Rosa MartÃnez, vendedora de comida, se lo explica a Thelma, y a todos nosotros, cuando enojada le dice que su hijo tiene 9.8 de promedio en el Conalep y no le llega la beca que le prometieron. Su enojo traduce el desengaño de millones, ¿pues qué no era a través del estudio como se iba uno superando? Resulta que no.
Aquà no se trata de justificar a nadie, pero sà de entender. Hemos construido un sistema que manda las señales equivocadas. Y los jóvenes ya las escucharon. HabrÃa que tenerlo en cuenta para no nada más andar soltando balazos