El ex ministro Ramazan Bashardost, a quien sus rivales acusan de hacerse pasar por loco por su excéntrico modo de vida (está instalado en una carpa desde 2005) marcó la campaña de las presidenciales afganas con sus encendidos discursos contra la corrupción y los señores de la guerra.
No tiene grandes posibilidades de victoria pero este político, considerado en un primer momento como un candidato marginal tanto por su estilo de vida -en una tienda de campaña y sin dinero- como por su personalidad imprevisible y su vehemencia, se ha ganado a buena parte del electorado con su campaña.
Un sondeo publicado el viernes pasado por un instituto estadounidense le pronosticó un 10% de los votos, lejos del 44% dado al presidente saliente y candidato favorito, Hamid Karzai, y del 26% vaticinado al ex ministro de Finanzas, Abdulá Abdulá.
Bashardost se lució especialmente el domingo pasado, en el debate televisivo que compartió con Karzai y con otro candidato, el ex ministro de Finanzas Ashraf Ghani.
Vestido como siempre -con una larga camisa tradicional de un blanco inmaculado-, se lanzó contra sus dos bestias negras: la corrupción del gobierno y sus aliados extranjeros y los “criminales” señores de la guerra.
Los habitantes de Kabul conocen desde hace cinco años los discursos un tanto teatrales de este hombre, hijo de funcionarios, titular de doctorado en Derecho obtenido en Francia, donde vivió 19 años.
En 2004 abandonó ruidosamente su cargo de ministro de Planificación del gobierno de Karzai tras haberse hecho numerosos enemigos por sus incesantes diatribas contra la corrupción.
Esa renuncia potenció su imagen de Don Quijote popular en un Afganistán que se pregunta dónde van a parar los miles de millones de dólares de la ayuda internacional. Un año después, fue elegido diputado por Kabul con facilidad.
Para “reducir sus gastos” -dijo-, se instaló ante el Parlamento, en una tienda de campaña de 15 m2, donde recibe a cualquier elector que se presente.
Sus enemigos dicen que se hace el loco. “No pueden decir que me dejo comprar y así, es el único argumento que tienen”, replica Bashardost.
Sus discursos de acento humanitario y demócrata son vanguardistas en un país aún encasillado en alianzas político-tribales y suscita reacciones paradójicas entre los afganos.
“A la gente le gusta pero no lo toman en serio. Porque un presidente debe ser un rey, no un profeta en sandalias”, explica un periodista afgano.
Vive solo porque, como dice, “cuando se es Bashardost, no se puede estar casado”.
“Ya saben lo que pasa; las mujeres quieren dinero para ir al restaurante y comprar vestidos. Pero yo no puedo hacerlo mientras mis compatriotas mueren de hambre o no tienen casa”, explicó en julio a la AFP
Technorati Profile