Por Redacción 25 de diciembre de 2025
En la vasta y dolorosa enciclopedia del crimen en México, existen capítulos que, por su brutalidad y el silencio cómplice que los rodeó, parecen sacados de una ficción apocalíptica. Sin embargo, no hay nada de irreal en la Masacre de Allende, un evento que marcó un antes y un después en la comprensión de hasta dónde puede llegar el poder del narcotráfico cuando se fusiona con la corrupción estatal. Ocurrida en marzo de 2011, esta tragedia transformó al pequeño municipio de Allende, Coahuila, en una zona de guerra unilateral donde no hubo combate, sino exterminio.
A más de una década de distancia, y vista desde la perspectiva de este 2025, la Masacre de Allende sigue siendo una herida que supura en la memoria del norte del país. Mientras muchas familias celebran la Navidad, en Allende el eco de las máquinas retroexcavadoras derribando casas todavía resuena en la psique de los sobrevivientes. A continuación, presentamos una crónica detallada con los siete puntos clave para entender cómo una traición en las altas esferas criminales condenó a muerte a un pueblo entero durante un fin de semana de pesadilla.
1. El origen: Una traición y una filtración de la DEA
Para entender la Masacre de Allende, debemos mirar hacia Estados Unidos. Todo comenzó con una operación de la Administración de Control de Drogas (DEA). Las autoridades estadounidenses lograron obtener los números de identificación personal (PIN) de los teléfonos Blackberry de los líderes máximos de Los Zetas: Miguel Ángel Treviño Morales (Z-40) y su hermano Omar (Z-42).
La información fue proporcionada por sus propios operadores financieros en Coahuila, Héctor Moreno y José Luis Garza, quienes buscaban protección a cambio de entregar a sus jefes. Sin embargo, ocurrió lo impensable: la DEA compartió esta inteligencia con la Policía Federal mexicana, una institución que en aquel entonces tenía graves problemas de infiltración. La información se filtró de regreso a Los Zetas en cuestión de horas. Los líderes del cártel supieron que habían sido traicionados por su gente en Allende y ordenaron una venganza que no distinguiría entre culpables e inocentes.
2. La invasión: Un ejército de sicarios toma el control
El viernes 18 de marzo de 2011, la Masacre de Allende comenzó con una invasión en toda regla. Testigos relatan que alrededor de las 5:00 p.m., un convoy de entre 40 y 50 camionetas con hombres armados hasta los dientes ingresó al municipio. No entraron escondidos; entraron como dueños del lugar.
El objetivo era claro: eliminar todo rastro de las familias Garza y Moreno, los apellidos de los delatores. Pero la orden de «arrancar el problema de raíz» se interpretó de la manera más literal y sangrienta posible. Los sicarios bloquearon las entradas y salidas del pueblo. Cualquiera que llevara el apellido, fuera amigo, empleado o simplemente vecino de los objetivos, se convirtió en presa. La Masacre de Allende se caracterizó por esta cacería puerta por puerta, donde ancianos, mujeres y niños fueron sacados de sus hogares con violencia extrema.
3. La complicidad policial: «Nadie sale, nadie entra»
Lo que hace que la Masacre de Allende sea un crimen de lesa humanidad y no solo un ajuste de cuentas, es la participación activa del Estado. Las investigaciones posteriores revelaron que la policía municipal de Allende recibió órdenes estrictas de no intervenir.
Más aún, se documentó que patrullas locales participaron en los «levantones«, entregando a ciudadanos a los criminales. Los bomberos y protección civil recibieron instrucciones de ignorar los reportes de incendios. Durante todo el fin de semana, el pueblo quedó en un estado de indefensión absoluta. Las llamadas al 066 (hoy 911) fueron ignoradas sistemáticamente. La Masacre de Allende ocurrió con la luz verde de quienes habían jurado proteger a la ciudadanía, creando una zona de silencio donde la ley dejó de existir por 72 horas.

4. El rancho de los horrores
El epicentro del dolor durante la Masacre de Allende fue un rancho conocido como «Los Garza», ubicado sobre la carretera a Villa Unión. Según las declaraciones de testigos y de sicarios detenidos años después, este lugar se convirtió en un campo de exterminio improvisado.
Las decenas de personas secuestradas fueron llevadas a este sitio. La crónica de lo que allí sucedió es demasiado gráfica para detallarse sin herir sensibilidades, pero los informes forenses hablan de cuerpos incinerados en bodegas utilizando diésel y neumáticos, una práctica macabra destinada a no dejar evidencia biológica. La Masacre de Allende buscaba no solo matar, sino borrar la existencia de las víctimas, negándoles a sus familias incluso el consuelo de un cuerpo para enterrar.
5. La destrucción total: Borrando la memoria arquitectónica
Un aspecto único y terrorífico de la Masacre de Allende fue la destrucción patrimonial. Los Zetas no se conformaron con matar a las personas; querían destruir sus vidas materiales. Utilizaron maquinaria pesada (trascabos y retroexcavadoras) para demoler decenas de casas y negocios pertenecientes a las familias perseguidas.
Quienes visitaron Allende en los meses posteriores describieron un paisaje similar al de una zona bombardeada. Casas lujosas reducidas a escombros, muros derribados y techos colapsados. Los criminales incluso invitaron a la población a saquear los muebles y electrodomésticos antes de demoler las estructuras, convirtiendo a los vecinos en cómplices forzados o voluntarios del caos. La Masacre de Allende dejó cicatrices de concreto que permanecieron visibles durante años como un recordatorio mudo del poder del cártel.
6. La danza de las cifras: ¿Cuántos murieron realmente?
A la fecha, en este cierre de 2025, la cifra real de víctimas de la Masacre de Allende sigue siendo un misterio y motivo de disputa política. El gobierno de Coahuila reconoció oficialmente alrededor de 28 a 42 víctimas desaparecidas. Sin embargo, asociaciones de víctimas, periodistas de investigación y testimonios locales manejan cifras mucho más altas.
Se habla de cerca de 300 personas desaparecidas y asesinadas durante esos días de furia. La discrepancia radica en que muchas familias, aterrorizadas, nunca presentaron denuncias formales, o huyeron a Estados Unidos sin mirar atrás. Además, el método de incineración utilizado hizo imposible un conteo forense exacto. La Masacre de Allende es, estadísticamente, un enigma, pero moralmente, es una certeza de genocidio local.
7. El silencio roto y la memoria histórica
Durante casi tres años, la Masacre de Allende fue un secreto a voces. Los medios locales, amenazados, no publicaron nada. Fue hasta 2014 que la historia comenzó a emerger a nivel nacional e internacional gracias a reportajes de medios extranjeros y periodistas valientes.
Hoy, la Masacre de Allende se estudia no solo como un evento criminal, sino como un fenómeno sociológico de control total. Se han erigido memoriales (aunque vandalizados en ocasiones) y se han escrito libros para intentar procesar el trauma colectivo. Recordar este evento en Navidad no es un acto de amargura, sino de justicia. Nos recuerda que la paz es frágil y que el olvido es el mejor aliado de la impunidad.
Conclusión: La lección que no terminamos de aprender
La historia de la Masacre de Allende es la historia de un Estado fallido en su máxima expresión. Nos enseña los peligros de la colaboración internacional mal gestionada (la filtración de la DEA) y la corrupción local absoluta.
Al mirar atrás, entendemos que lo sucedido en Coahuila en 2011 fue el preámbulo de la violencia que aún enfrentamos en otras regiones. Allende somos todos, porque la vulnerabilidad de ese pueblo ante el poder armado es un espejo de los riesgos latentes en muchas comunidades de México. Que la memoria de las víctimas sirva para exigir que nunca más un municipio sea borrado del mapa ante el silencio del mundo.








