Nathaniel Cunningham y su novio vivieron varias semanas en una localidad rural en Jamaica. No se demostraban afecto en público y casi no hablaban con los vecinos. Una mañana, Cunningham compró el diario local y en su portada decía “Prostitutos homosexuales se mudan a barrio residencial”. Abajo aparecía su dirección.
En los días subsiguientes, según Cunningham, frente a la casa se reunieron grupos de personas que les tiraban piedras y ladrillos y les decían “batty boys”, una expresión peyorativa para aludir a los gay. Finalmente, la pareja tomó lo que pudo y escapó a pie.
Ese es uno de los muchos relatos que le hizo Cunningham, de 32 años y quien hoy reside en Worcester, a un juez del servicio de inmigración que le concedió asilo en Estados Unidos. Y es muy similar a las historias de un creciente número de gays, lesbianas y transgéneros que piden asilo aduciendo que sus vidas correrían peligro si regresan a sus países porque son homosexuales. “No tenía otra salida”, expresó Andre Azevedo, un trasgénero brasileño de 39 años que hace poco obtuvo el asilo y vive en Nueva York. “De donde vengo, los hombres heterosexuales se dedican a maltratar a la gente como nosotros por deporte y la policía no hace nada por impedirlo”.
Desde 1994, la orientación sexual puede ser usada para solicitar asilo en Estados Unidos. La ex secretaria de justicia Janet Reno dictaminó en un caso que la persecución derivada de la orientación sexual de una persona podría justifica el asilo. Hasta hace poco, rara vez se apelaba a ese argumento. Pero en tiempos recientes, una creciente cantidad de personas de Latinoamérica, el Medio Oriente, Africa y el Caribe solicitan asilo por ser homosexuales, según agrupaciones defensoras de los derechos de los gay y de los inmigrantes.
Señalan que los gays que piden asilo huyen del peligro de violaciones, la persecución, la violencia y amenazas de muerte en sitios donde la homosexualidad es directamente ilegal o es muy mal vista. Las leyes de inmigración admiten el asilo si una persona puede demostrar que tiene razones más que justificadas para temer ser perseguida en su país de origen debido a su raza, su religión, su nacionalidad, sus opiniones políticas o su afiliación a determinado grupo social. Quienes piden asilo ya se encuentran en Estados Unidos, legal o ilegalmente.
Nadie sabe con exactitud cuántas personas han solicitado asilo por su orientación sexual. El Servicio de Ciudadanía e Inmigración no lleva esa estadística. Pero el año pasado, Immigration Equality, una agrupación de Nueva York sin fines de lucro que asiste a personas gay en sus gestiones ante el servicio de inmigración, logró que le diesen asilo a 55 gays, según su directora de asuntos legales Victoria Neilson. En el 2007 habían ganado 30 casos y en el 2006 26, añadió.
Una organización sin fines de lucro con sede en Worcester, Massachusetts, Servicios Sociales Luteranos (Lutheran Social Services), salió airosa en cinco casos y está trabajando en varios más. “Mucha gente está descubriendo que tiene esta opción”, expresó Lisa Laurel Weinberg, abogada que trabaja con esa agrupación.
Sin embargo, no todos los pedidos de asilo basados en la orientación sexual de una persona son aceptados. Las autoridades rechazaron la solicitud de un gay brasileño que se casó en Massachusetts con un estadounidense a pesar de que el senador John Kerry había intercedido en su favor. Genesio “Junior” Januario Oliveira dijo que había sido violado cuando era adolescente, pero un juez rechazó la solicitud aduciendo que el propio Oliveira había dicho varias veces que nunca nadie le causó lesiones físicas en Brasil.
El brasileño tuvo que regresar a su país en el 2007. Cunningham dijo que decidió solicitar asilo luego de trabajar varios años en Estados Unidos con una visa de trabajo. Buscó en la internet, pero indicó que no encontró ningún grupo dispuesto a asistirlo. “Una agrupación dijo que mi caso iba en contra de sus valores cristianos”, manifestó el jamaiquino.
Agregó que varias organizaciones de gays dijeron que no ofrecían ayuda en cuestiones de inmigración. Cunningham finalmente se puso en contacto con Jozefina Lantz, directora de servicios para inmigrantes de los Servicios Sociales Luteranos, quien se mostró dispuesta a ayudarlo.
Cunningham tuvo que revivir los penosos momentos por los que pasó, como cuando escapó de una turba en su país. La misma policía lo perseguía, afirmó. Weinberg destacó en su presentación que las leyes jamaiquinas prohiben las relaciones sexuales entre dos hombres y que es muy popular la música “dancehall”, con letras que promueven la violencia contra los homosexuales.
El servicio de inmigración le concedió asilo en enero del 2008. Durante su proceso, Azevedo relató varios episodios en los que él y otros transexuales fueron agredidos en bares de Brasil. Dijo que una mujer transgénero fue quemada viva. Y cada vez que acudió a la policía para denunciar una agresión o una amenaza, los agentes le dijeron que ni se molestase en llenar los formularios.
“Tuve experiencias horribles”, declaró Azevedo, quien obtuvo el asilo en julio. “Vivía con temor de ser violado, o asesinado”. Cunningham y Azevedo asesoran ahora a otros gays que buscan asilo.
Cunningham asistió a un libanés y a tres jamaiquinos que consiguieron asilo con la ayuda de los Servicios Sociales Luteranos. Azevedo dijo que, por más que logren asilo, siguen sufriendo por las cosas que vivieron y porque no pueden regresar a sus países y ver a sus familiares. Si es que las familias no les han dado la espalda.
Cunningham afirmó que vive con el temor de que en cualquier momento va a enfrentar una situación que le va a hacer sentir la necesidad de escapar. “No compro muebles para mi casa. Uno nunca sabe”, expresó el caribeño.