Le decÃan el Turco, sin duda por su fÃsico; le decÃan el Jefe Máximo, sin duda por su poder e influencia que dio lugar a un periodo conocido como el Maximato: Plutarco ElÃas Calles fue presidente de México de 1924 a 1928, en plena época de reconstrucción nacional.
Calles nació en Guaymas, Sonora, en 1877. Durante su infancia se distinguió por su poco gusto por los estudios y por la frecuencia con la que se ausentaba de clases. Con el tiempo esta antipatÃa por las aulas se transformarÃa en una afición -casi de culto- por la escuela y la educación, como sucedió con la mayorÃa de los jefes revolucionarios. En su juventud obtuvo la plaza de maestro y en la ciudad se le conocÃa como un poeta inspirado que publicaba en la prensa poemas con â??pasmoso contenido existencial y [que] conmueve a sus amigos mediante sinceras expresiones de enamoramientoâ?.
Resulta interesante que en esos años su carácter fuese introspectivo, de constante reflexión. Fue el momento en el que sentó las bases de una ideologÃa harto conservadora en cuanto a los valores sociales se refiere y que se verán manifestados después, en su periodo como revolucionario y como presidente. Asà por ejemplo, sus conceptos sobre matrimonio, familia, escuela y ciudadanÃa tienen visos moralizantes; en el caso del matrimonio, para ser más claros, considera que tiene una doble misión: â??moralizar al individuo en sociedad y favorecer el desarrollo de la prole (formar hijos y moralizarlos), entonces la cualidad moral del matrimonio otorga por extensión legitimidad a la descendencia.â?
Con su primera esposa, Natalia Chacón, tuvo 12 hijos de los que le sobrevivieron nueve. Obligado a trabajar arduamente, diversificó sus actividades y estableció un negocio familiar en Agua Prieta, una tienda donde se vendÃan productos de uso cotidiano. En esas estaba cuando lo pescó el movimiento revolucionario, ya que fue nombrado comisario de Agua Prieta; fue un tiempo que le sirvió para relacionarse con los jefes revolucionarios y de iniciarse en los artilugios de la polÃtica. De ahà en adelante su vocación fue la Revolución (con mayúscula). Peleó del lado de Venustiano Carranza, en principio bajo las órdenes de Ãlvaro Obregón quien en 1915 lo nombró gobernador y comandante militar de Sonora.
En Sonora, Calles inició el experimento de polÃtica que después implementarÃa durante su presidencia; como gobernador promovió el lema â??Tierra y libros para todosâ?; lo de las tierras quedó pendiente y con los libros realizó algunos avances notables al establecer bibliotecas públicas en la mayorÃa de los municipios de la entidad. Su gobierno destacó por cierto radicalismo al promover iniciativas legislativas que prohibÃan el alcohol y los juegos de azar; promovió también la persecución religiosa y buscó establecer el salario mÃnimo para los trabajadores. Es interesante que estas iniciativas las compartiera con otras autoridades como Salvador Alvarado en Yucatán que se distinguió por un gobierno anticlerical pero vanguardista en lo que a logros sociales se refiere. Sinaloa, Chihuahua y la Ciudad de México también habÃan decretado la Ley Seca y la prohibición de los juegos de azar.
El anticlericalismo de los revolucionarios fue intenso en esos años. En plena lucha armada, Antonio Villarreal habÃa cerrado iglesias en Monterrey; tras la toma de Guadalajara, Obregón mandó al exilio a un buen número de curas, mientras que Pancho Villa ordenó fusilar a media decena de clérigos después de derrotar a los federales en Zacatecas. Calles no se quedó atrás para el caso de su estado y, al igual que en con otras entidades, decretó la expulsión de sacerdotes. Lo cierto es que nuevamente se trataba de una polÃtica a nivel nacional que consideraba la secularización del paÃs como un asunto pendiente.
Siendo Carranza presidente nombró a Calles su secretario de Industria, Comercio y Trabajo. A sabiendas de que bien podÃa ser una estrategia del Primer jefe para neutralizar su influencia en la región a favor de Obregón, obedeció disciplinadamente y ocupó el cargo por un tiempo. Bien se conocÃan los jefes, como demuestra una carta que Adolfo de la Huerta le escribe a Calles en julio 1918: “Después de tanta lealtad como amigo [hacia Carranza], de abnegación completa de mi parte como revolucionario y de eficaces resultados por mà al principio de la Revolución y al final de ella, no es justo, Plutarco… Después de tener algunas decepciones con gente del centro, me doy cuenta perfecta de que el intento es nulificarme a grandes pasos…”. Poco más de un año después el â??nulificadoâ? serÃa otro: Carranza murió asesinado en Tlaxcalantongo, Puebla, en 1920, aunque ya para entonces Calles se habÃa declarado anticarrancista.
Tras la muerte de Carranza, de la Huerta ocupó provisionalmente la presidencia y convocó a elecciones, mismas que ganó Obregón para el periodo 1920-1924. Calles se convirtió entonces en su mano derecha y entre ambos concertaron lo que habrÃa de suceder con el paÃs en los siguientes años. Primero, Plutarco serÃa el sucesor en la presidencia, como ocurrió; después, prepararÃa el camino para que Obregón fuera reelecto en el periodo posterior. Como sabemos, el â??manco de Celayaâ? murió asesinado en el parque de la Bombilla en 1928, con lo que su segundo se convirtió en el Jefe Máximo.
Durante su cuatrienio (el cambio a sexenio se dio en la presidencia de Lázaro Cárdenas) Calles continuó el trabajo iniciado por Obregón y se dedicó a pacificar al paÃs, a conciliar a las facciones revolucionarias, a ordenar las instituciones. De hecho, se le reconoce como uno de sus mayores logros el promover la â??institucionalizaciónâ? de la Revolución a través de la fundación del Partido Nacional Revolucionario, antecedente del PRI. Su influencia rebasó la temporalidad de su presidencia, pues se consideraba un secreto a voces que era el poder detrás de la silla en los años que siguieron a la muerte de Obregón (1928-1934). Esa influencia sólo se vio sometida hasta que Cárdenas lo envió al exilio, del que regresó â??gracias a la polÃtica conciliadora del presidente Manuel Ãvila Camacho (1940-1946)- para morir el 19 de octubre de 1945. Personaje polémico, el Turco se caracterizó no sólo por su poca facilidad para sonreÃr, sino también por su participación en la formación del México contemporáneo