Pérdida: carencia o privación de lo que se poseía.
La vida está hecha de pérdidas. Desde que nacemos empezamos a perder. Cuando el bebé sale del cuerpo de su madre pierde seguridad, pierde comodidad y tiene que empezar a realizar procesos que durante nueve meses, mamá se encargó de hacer.
Conforme vamos creciendo, poco a poco perdemos la niñez, más tarde la adolescencia, la juventud y así hasta, perder la vida misma.
Hay pérdidas que son evidentes en el aspecto físico: peso, pelo, firmeza, belleza… pero hay muchas otras que sólo se llevan el en alma y que si tenemos ciertas capacidades histriónicas, bien podemos disimular.
Perder a una persona, porque simplemente murió es difícil y muchas veces imposible de superar. Cuando pierdes a tus padres, te alberga una sensación extraña, aquella línea horizontal que siempre estuvo presente desaparece y ya no hay de donde asirse.
Puedes perder un trabajo que amabas, pero tarde que temprano llega otro, que aunque no sea lo esperado, cubre tus necesidades básicas y te mantiene ocupado.
Se pierden amigos, a veces simplemente porque los caminos se bifurcan y aquello que una vez te unió, no existe más. Otras veces, la traición, la falta de compromiso y de reciprocidad hacen su trabajo.
Perder no es fácil, aceptar la pérdida lo es menos, acostumbrarte a que eso que formaba parte de tu realidad, ya no está, implica trabajo y tiempo.
Si somos capaces de entender que la vida es una perdida constate y que lo único seguro que tenemos es a nosotros mismos… tal vez podamos salir victoriosos de las pérdidas, el dolor es otra cosa, siempre existe, mengua con el tiempo, pero está detrás de la puerta y sale de vez en cuando para recordarnos lo vulnerables que somos.