Al prometer “reverencia y obediencia incondicionales” al próximo papa, Benedicto XVI dio un paso decisivo para asegurar que su decisión de romper con 600 años de tradición y retirarse como papa no crease ningún cisma dentro de la Iglesia católica.
Fue también una manifestación muy personal en confirmación de uno de los sostenes de la tradición cristiana que se remonta a la crucifixión de Jesús: la obediencia a una autoridad superior.
En las dos semanas desde que Benedicto XVI anunció su renuncia se han planteado interrogantes acerca de cuánta influencia seguiría ejerciendo sobre el nuevo papa.
Benedicto XVI seguirá viviendo dentro del Vaticano, usará la sotana blanca que utilizaba cuando era pontífice, será llamado “papa emérito” y “Su Santidad” e incluso mantendrá a su asistente personal, que también conservará su cargo en el Palacio Apostólico con el nuevo papa.
El Vaticano insiste en que no habrá ningún problema en tener simultáneamente a un papa en ejercicio y a otro retirado, que Benedicto XVI no tiene planes de interferir en el gobierno de la Iglesia y que, a partir de las 8 de la noche del jueves, dejó de ser papa.
Pero la verdadera preocupación no es tanto sobre las intenciones de Benedicto XVI sino por la manera en que otros podrían valerse de él para socavar la agenda o autoridad del nuevo pontífice.
“Existe el riesgo de que Benedicto XVI esté consciente de que algunas personas podrían en el futuro decir que prefieren ser leales a él en vez de al próximo papa”, comentó el reverendo Robert Gahl, experto en teología moral en la Universidad Pontificia Santa Cruz en Roma. “Quiere prevenir toda división en la Iglesia”.
Sólo basta echar un vistazo a lo que ocurrió la última vez que un papa renunció para comprender la magnitud de dicho riesgo, al menos en la historia eclesiástica: el papa Gregorio XII renunció en 1415 como parte de un acuerdo para poner fin al Gran Cisma de Occidente, cuando papas rivales se disputaban el trono petrino.
Gregorio y todos los cardenales que lo eligieron papa en 1406 prometieron abdicar si hacía lo mismo el papa rival Benedicto XIII en Avignon, Francia. Aunque la oferta no logró exactamente el resultado buscado, Gregorio renunció y el cisma se zanjó.
La conmoción provocada por ese cisma “ciertamente influyó en la mentalidad colectiva de la Iglesia de Roma” y contribuyó a la tradición de que los pontífices reinaran hasta la muerte, dijo el historiador eclesiástico Giovanni Maria Vian, director del periódico del Vaticano L’Osservatore Romano.
En la actualidad, la Iglesia católica tiene grupos marginales que no comulgan completamente con Roma, como la ultratradicionalista Sociedad de San Pío X, con la que Benedicto XVI tomó medidas extraordinarias durante sus ocho años de papado para que se reconciliara.
Si el próximo papa suprime algunas de las aproximaciones de Benedicto XVI hacia ese grupo, que incluyeron permitir un mayor uso de la misa en latín, algunos de sus miembros podrían tratar de presionar al nuevo pontífice diciéndole; “deseamos estar en plena comunión, pero solamente si Benedicto XVI nos acepta”, observó Gahl.
Al prometer obediencia al nuevo papa, Benedicto XVI ha eliminado dicha posibilidad.
El también tomó medidas para garantizar que la elección de su sucesor esté libre de toda posible afirmación de ilegitimidad, en otro intento de impedir que lo sigan considerando papa. Emitió un documento legal que da al Colegio de Cardenales el derecho a adelantar la fecha del cónclave.
Los cardenales podrían haber interpretado que las reglas anteriores les concedían ese derecho, pero Benedicto XVI quiso dejarlo bien claro para evitar toda insinuación de que la elección no fue válida.
En ese mismo documento, Benedicto XVI también se aseguró de que sucesor sea considerado como el único papa legítimo al requerir que los cardenales que lo elijan hagan públicamente su voto de obediencia durante una de sus primeras misas como papa. Según las reglas anteriores, los cardenales sólo lo hacían en privado en la Capina Sixtina inmediatamente después de la elección del pontífice.
“Representan a toda la Iglesia, la iglesia universal”, afirmó Gahl sobre los cardenales, y agregó que esa demostración pública de obediencia al nuevo pontífice es un mensaje poderoso a todos los creyentes.