En la barricada de Chucutitán, a 40 kilómetros del puerto de Lázaro Cárdenas, un mando de las autodefensas muestra la hoja arrugada que solicita apoyo a su “regimiento”, con sellos de las Encargaturas costeras de Chucutitán, Las Peñas, La Soledad, La Manzanilla y Teolán.
En el documento se lee: “Hemos sufrido bastantes vejaciones, secuestros, extorsiones y asesinatos, y ya que no hay una respuesta de la autoridad competente, hasta hoy en día dijo basta la comunidad”.
El comandante Amador Valencia, un campesino viejo y apacible, expresa que avanzaron a petición de esas comunidades que denuncian padecer el yugo templario de El Chabelo, El Piojo, El 500, El Tena y el jefe de todos, La Tuta.
Se trata de una acción inusitada y temeraria en un municipio sin Fuerza Rural. Hace un mes esta vanguardia partió de Caleta, donde la autodefensa estuvo frenada siete meses, y ya ganó 30 de los 70 kilómetros de distancia al puerto.
En tres retenes se despliegan unos 200 guardias civiles de los municipios de Aquila, Chinicuila y Lázaro Cárdenas, acompañados por un puñado de Fuerzas Rurales de Aquila y, extrañamente, por la policía estatal. Los mandos comentan que con dificultad solventan los gastos operativos, muestran amenazas recibidas vía celular y denuncian la ejecución de un autodefensa.
Otros comandantes de la costa ven con recelo involucrarse en esa punta de lanza. Piensan que el gobierno puede encarcelarlos en cualquier momento porque desde la disolución de las autodefensas —ocurrida el 10 de mayo— tienen prohibido portar armas largas. Además, la autodefensa se acerca a La Mira, donde se detuvo al doctor Mireles y a 80 de sus compañeros en junio pasado por la misma razón.
Sin embargo, esta avanzada está decidida a continuar. Antioco Calvillo, un profesor nahua del pueblo costero de Cachán, si bien desconfía del gobierno, piensa que no tienen otra opción.
En febrero logró que 300 autodefensas se desplazaran 170 kilómetros de la carretera costera, en un tramo antes adueñado por el cártel, para rescatar a su esposa y a sus hijas de un cerco que montaron templarios en su casa.
“Mientras yo no vea capturados a los jefes del cártel y a la gente que nos hizo daño, ni mi familia ni mi pueblo estarán seguros”, manifestó el indígena.
—¿Qué están dispuestos a dar? —se le pregunta al profesor.
—Hasta la última gota de sangre —asegura.