En Iguala, por primera vez una familia levantó la mano identificando los objetos de Felipe de Jesús Parra, entre las credenciales, ropa, carteras que se han asomado en las fosas clandestinas que se destaparon en el último mes, como parte de la búsqueda de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Poco después de que Felipe de Jesús volvió de Estados Unidos a su ciudad natal, Iguala, desapareció mientras manejaba un taxi. Aunque su familia desconoce su paradero desde 2013, no se ha atrevido a denunciar ante el Ministerio Público, por las amenazas y el terror que les sembraron los criminales que se lo llevaron.
El pasado 24 de octubre, mientras la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG) reportó el hallazgo de entre cuatro y cinco fosas en el paraje de La Joya y decidió fotografiar la cartera e identificaciones a medio quemar de Felipe de Jesús.
Después de regresar de La Joya, a las 19:22 horas, los policías comunitarios publicaron las imágenes de las tarjetas en la página Frente Igualteco Por la Dignidad, para ver si se ponía en contacto alguien que conociera a Felipe.
Al campamento, ubicado sobre la Alcaldía de Iguala, donde los policías comunitarios pernoctan desde hace casi un mes, llegó la familia Parra 24 horas después de la publicación en Facebook, para indagar más sobre las pertenencias halladas de Felipe.
Para los Parra ésta era la única información que habían recibido sobre el posible paradero de su familiar. El 3 de septiembre de 2013 Felipe de Jesús salió de su casa a las 8 de la noche para trabajar el taxi, y aunque esperaban su regreso a medianoche, desapareció entre las avenidas de Iguala.
Pero no sólo los Parra se llenaban de esperanza por tener al fin un indicio sobre el posible paradero de Felipe; los policías comunitarios también comenzaban a encontrar algún sentido al trabajo que han realizado adentrándose en los montes de Iguala y ríos de Cocula, bajo un sol caliente de más de 30 grados, buscando a los normalistas.
Miguel Ángel Jiménez, campesino corpulento y de movimiento toscos, cuando narró este logro de la UPOEG, simplemente debía restregar sus ojos para enjuagarse las lágrimas que brotaban por la emoción.
Esa tarde, cuando los Parra visitaron a Miguel, había sido un pésimo día para los policías comunitarios. A pesar de que madrugaron, cruzaron la maleza en huaraches y sin almorzar, tampoco encontraron a los normalistas.
Miguel se sentía cansado, frustrado, porque desde que inició la búsqueda se había preguntado para qué servía tanto trabajo y haber abandonado sus tierras y a su familia por escarbar el monte, si los normalistas no aparecían y si todas las personas que había encontrado en hoyos clandestinos iban a terminar en una fosa común.
Así que cuando Miguel se sentó con los Parra pudo dar un rostro a los objetos que halló.
Ya no nada más veía credenciales y huesos tratando de reconstruir la historia detrás de éstos, sino que estaba escuchando que Felipe de Jesús tenía un hijo de 19 años, que sufre mucho por su ausencia. Miguel se solidarizaba y trataba de darle consuelo a una familia aterrada, que aún no sabe si se armará de valor para ir al Semefo y reclamar que se realicen los estudios de ADN a los restos que aparecieron junto con las tarjetas de su ser querido.
En toda la región norte de Guerrero, como si la pérdida de un hijo o el terror a las represalias por parte de los criminales no fuera suficiente pesar para las familias, deben vivir, además, hasta con el desprecio de la gente.
A María Guadalupe muchos familiares y amigos simplemente dejaron de visitarla después de que se enteraron que su marido desapareció en Chilpancigo, Guerrero, el 8 de junio de 2012.
No sólo vio a muchas personas extinguirse de su lado, también se cayó la reputación intachable que su esposo, un abogado civil y mercantil, mantuvo por casi dos décadas de profesión.
El único consuelo que las familias podían conseguir antes de que los reflectores se enfocaran en la desaparición de los 43 normalistas, estaba en alguna parroquia. Al sacerdote Óscar los familiares siempre le estaban pidiendo organizar misas y rosarios a nombre de sus desaparecidos.
Pero esas personas que se sintieron solas y acorraladas en su dolor ante la ausencia de su ser querido, como María Guadalupe, se están llenando de coraje para exigir justicia, al observar cómo la intensa movilización de los padres de los normalistas logró que el Presidente de la República se sentara con ellos para atender su denuncia.
Entre esas pertenencias y huesos que Miguel Ángel Jiménez halló en las fosas clandestinas, durante la búsqueda de los normalistas, y que por momentos pensó que nadie reclamaría, por lo menos una familia, los Parra, encontró un indicio de dónde puede estar Felipe de Jesús.