Nada es para siempre y hay ciclos que pueden comenzar y terminar mucho tiempo despues, esto lo demuestra el violinista Eugene Drucker. En 1933, el prometedor vioilnista judío alemán Ernest Drucker abandonó el escenario a mitad de un concierto de Brahms en Colonia por orden de las autoridades nazis, en uno de los primeros actos antisemitas del nuevo régimen.
Ahora, más de 80 años después, su hijo, el violinista estadounidense Eugene Drucker, ganador de un Grammy, ha completado la obra inconclusa de su padre. Con lágrimas en los ojos, Drucker ofreció este fin de semana una emotiva versión del Concerto para violín en Re Mayor de Brahms, opus 77, con la orquesta sinfónica de Raanaan.
“Creo que él habría tenido una sensación de terminación. Creo que en cierto modo, muchos aspectos de mi carrera tuvieron ese efecto para él”, comentó Eugene Drucker, de 63 años, sobre su padre, que murió en 1993. “Hay toda esta intensidad y energía emocional cargada en mis asociaciones con esta pieza”.
Los conciertos del jueves y el domingo rendían homenaje al Judischer Kulturbund, una federación de músicos judíos en la Alemania nazi que fueron segregados para que no “mancillaran” la cultura aria.
Tras su humillación en Colonia, el padre de Drucker se convirtió en una figura central en el Kulturbund, un fenómeno histórico único con un legado dispar.
Por un lado, ofreció a los judíos la oportunidad de seguir con su actividad cultural y mantener una sensación -algunos dirían ilusión- de normalidad en medio de la creciente discriminación en su contra. Por otro lado, sirvió a una maquinaria de propaganda nazi deseosa de mostrar un aspecto moderado ante el mundo. Fue un prototipo del sistema “Judenrat”, en el que los judíos relativamente privilegiados operaban ingenuamente bajo la autorización nazi en su camino hacia la destrucción.
“Querían mostrar a los alemanes por qué era importante conservarnos, y por qué éramos mejores de lo que ellos pensaban. Había una sensación ilusoria de que esto podría cambiar su destino”, dijo Orit Fogel-Shafran, director general de la Orquesta Sinfónica de Raanana. “Ése fue su error. Pensaban que esto les daba alguna clase de inmunidad”.
En su momento más álgido, miles de músicos, actores de teatro y otros artistas participaron en el grupo. Pero al pasar los años, y conforme arraigaba la ideología nazi, se imponían más restricciones hasta que sólo pudieron interpretar obras judías, con Bach y Beethoven vetados.
El Kulturbund se redujo de forma significativa tras las matanzas de la Kirstallnacht, o Noche de los Cristales Rotos, en 1938, cuando los nazis instigaron disturbios que marcaron el comienzo de la campaña para destruir a los judíos europeos. Los músicos se escondieron o huyeron, como el padre de Drucker, que fue a Estados Unidos.
Muchos llegaron hasta Tierra Santa, donde ayudaron a crear lo que sería la reconocida Orquesta Filarmónica de Israel. La mayoría de los que se quedaron hasta el final en 1941 fueron enviados a campos de concentración.
Hillel Zori, chelista y director artístico de la orquesta de Raanana, que organizó el acto tras mucha investigación, dijo tener opiniones contrapuestas. Al organizarse, señaló, los judíos ofrecieron a los nazis una hoja de ruta para la “autodestrucción no consciente”. Pero al mismo tiempo admiraba la forma en que mantuvieron sus valores humanistas mientras Alemania descendía al genocidio.
“Pensaban `estamos preservando nuestra cultura. Pertenecemos a la cultura alemana'”, dijo.