Moreno oscuro pinta la segunda mitad del sexenio de Miguel Ángel Mancera. En muy mal momento le llegó la debacle que redujo al Partido de la Revolución Democrática a segunda minoría en el mapa de la CDMX.
Con las nueve jefaturas delegacionaleses arrebatadas a la nomenclatura de Nueva Izquierda por Morena (5), PRI (3) y PAN (1) —Benito Juárez es blanquiazul desde hace 15 años—, las relaciones políticas en el DF serán impredecibles, tirando a tormentosas.
Afiliado o no, el doctor Mancera contaba con el brillo deslumbrante del sol azteca para apuntalar proyectos, decisiones y programas de gobierno, pero sólo con 19 de 66 diputados perredistas leales en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, necesita arriesgarse a relaciones peligrosas con la decena mágica del PAN y media docena de diputados de otras fuerzas para hacer transitar cualquier iniciativa. Imposible pretender un “muégano” con las huestes duras de López Obrador; los nuevos inquilinos de Donceles estarán indispuestos a cualquier alianza con cualquier partido representante de “la mafia del poder”… es decir, con ninguno.
Morena le impondrá a Mancera la ley del hielo; diálogo, sólo el institucional y estrictamente indispensable; acercamientos, cero…
Martí Batres atusa bigotes y barbas; los resultados del 7 de junio colocaron al partido de AMLO en el mejor de los mundos posibles; sus jefes delegacionales podrán operar con soltura, mientras sus 22 asambleístas se encargarán de frenar —o al menos acotar— cualquier legislación en favor del jefe del GDF. Morena quedará en posibilidad de matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, secuestrar al PRD dentro de su antiguo dominio territorial y, por otro, la facultad de empedrarle a Mancera el camino a Los Pinos… para beneficio y ventaja de Andrés Manuel, el poderoso señor de los suelos en pos de los cielos.