Menores afganos el rostro de la crisis humanitaria en Europa. El trabajo en un depósito de Moscú era muy diferente a los que le habían prometido a Elyas y su hermano. Tenían que cargar y descargar camiones desde las cuatro de la mañana hasta las ocho de la noche. Les daban solo dos días libres por año. Sus espaldas les dolían.
Cuando los dos adolescentes afganos escucharon que la frontera con Noruega estaba abierta, se jugaron. Consiguieron entrar a la oficina del gerente por la noche, robaron el equivalente a unos 1.000 dólares y se encaminaron a la frontera en avión, taxi y bicicleta.
Elyas, de 17 años, está hoy en un refugio para menores no acompañados en Alta, al norte de Noruega, esperando saber si lo ven a devolver o no. Se mueve con mucha lentitud y tiene grandes ojeras y ojos aguados que lo hacen parecer triste y cansado.
“No puedo dormir de noche”, dice Elyas con tono suave. “Cuando cierro los ojos, me acuerdo de todas las cosas malas”.
Elyas, cuyo custodio legal en Noruega pidió que no se usase su apellido, es uno de decenas de miles de menores afganos que golpearon las puertas de Europa el año pasado, planteando el desafío tal vez más inesperado y complejo de la crisis generada por la enorme ola inmigratoria que está recibiendo el viejo continente. En cuestión de semanas, Suecia recibió más de 20.000 afganos jóvenes el año pasado, aproximadamente la mitad de los menores no acompañados que pidieron asilo en toda Europa el año previo.
“Llevo mucho tiempo en esto y esto es lo más notable que jamás he visto”, dice Anders Ryden, experto en Afganistán del Servicio Migratorio Sueco.
A medida que aumenta la cantidad de personas que buscan asilo en Europa, sube también la cantidad de menores no acompañados. En Noruega y Suecia, uno de cada cinco migrantes llegados el año pasado era menor de edad y viajaba solo. El año previo uno de cada diez era menor. En Dinamarca, Finlandia, Alemania, Austria y Holanda también se están recibiendo porcentajes mayores de menores no acompañados en comparación con el 2014. Y en todos lados el grupo mayoritario son los afganos, no los sirios, que constituyen el grueso de los adultos que buscan asilo.
El éxodo le ha dado un nuevo y juvenil rostro a la crisis migratoria que vive Europa. Y no hace sino agravar los desafíos que enfrenta el continente para manejar esta ola migratoria, porque los menores que viajan solos tienen prioridad en el proceso de asilo y requieren la atención de los servicios sociales.
“Tuvimos que crear más centros de recepción, más grandes, en sitios que no estaban acostumbrados a lidiar con menores no acompañados”, dijo Brigitte Lange, subdirectora de la Dirección de Inmigración Noruega.
Dos tercios de los 5.300 menores no acompañados que pidieron asilo en Noruega en el 2015 fueron afganos. Hoy están alojados en refugios especiales de todo el país. The Associated Press tuvo inusual acceso a uno de esos centros en Alta, localidad turística muy popular porque desde aquí se puede ver la aurora boreal, el espectacular juego de luces que iluminan al cielo.
Elyas vive aquí, en un antiguo albergue, junto a otros 40 niños de Afganistán, Siria, Eritrea y otros países. Muchos están traumatizados por años de guerras, opresión y abusos en sus países, o por las penurias que tuvieron que sobrellevar a manos de traficantes humanos brutales.
“Soy gente mala”, afirmó Abdulkabir, un muchacho de 15 años con un incipiente bigote y cejas gruesas. Es un afgano que cruzó Irán, Turquía y Bulgaria con la ayuda de traficantes. “Pedíamos agua y nos decían que no había, que nos apurásemos. Si alguien se enfermaba, no paraban para atenderlo”.
Algunos cuentan que cruzaron el desierto del Sahara con poca comida y agua. Uno dijo que pensó que tenía un 50% de probabilidades de llegar con vida a Europa cuando se escapó de un campamento de entrenamiento militar para adolescentes en Eritrea. Otro cuenta que fue capturado por bandidos en Libia, quienes exigieron un rescate a su familia en Eritrea. Luce ansioso por contar lo que le sucedió y ofrece fechas, horas y otros detalles de su viaje con mucha precisión. Cuando una empleada del centro de refugiados propone un descanso, él le pide que no nos interrumpa.
A su regreso de una clase de noruego, los muchachos juegan con video games o al billar. Algunos ven televisión o aprovechan unas computadoras en las que se comunican con familiares o amigos y curiosean las redes sociales. Se cocinan su propia comida en la cocina, una experiencia nueva para muchos que no sabía ni cómo freír un huevo.
Ann Roarsen, una de cinco enfermeras que trabajan con refugiados en el Centro de Salud de Alta, dice que es bastante común que los jóvenes estén estresados, con palpitaciones, sudor, ansiedad, dolores musculares y problemas para dormir. Algunos se deprimen y se lastiman ellos mismos, agrega, haciendo el gesto de alguien que se hace un corte en un brazo.
“Tenemos chicos con pensamientos suicidas”, expresó Roarsen, quien dijo que los casos más extremos reciben tratamiento psiquiátrico.
Qué hacer con los menores no acompañados es uno de los temas más polémicos que enfrentan las personas abocadas a la crisis migratoria.
En Suecia, el destino preferido de estos menores, no pasa una semana sin que alguno de los recién llegados sea acusado de apuñalar a alguien, pelearse, actos de vandalismo o incidentes sexuales. A veces los inmigrantes son víctimas de actos de violencia ellos mismos, como un episodio protagonizado a fines de enero por un grupo de personas enmascaradas decididas a “limpiar” un barrio del centro de Estocolmo.
Los analistas están tratando de determinar a qué se debe al abrupto aumento en los casos de menores afganos no acompañados a mediados del año pasado. Se especula que el deterioro de la situación en Afganistán es el principal detonante, junto con las imágenes de refugiados sirios que llegan a Europa.
“Probablemente piensen que es mejor subirse a este tren antes de que cierren las puertas. Porque es previsible que tarde o temprano Europa las cerrará”, dijo Ryden, del servicio migratorio sueco.
Elyas y su hermano fueron parte de los más de 5.000 migrantes que ingresaron a Noruega desde Rusia en la segunda mitad del 2015. Dice que terminaron en Rusia porque un individuo importante en su pueblo les ofreció trabajo allí y la posibilidad de enviarles dinero a sus padres. Pero terminaban trabajando 16 horas diarias, confundidos y agotados. Dormían en colchones en el piso del depósito hasta que comenzaba el próximo turno.
“Nos hacían trabajar como animales”, relata Elyas.
Los hermanos querían escaparse a Noruega pero no tenían dinero. Hasta que se robaron 70.000 rublos para pagar pasajes aéreos a la ciudad de Murmansk, en el Artico, y un viaje de cinco horas en taxi hasta la frontera con Noruega.
La cruzaron en bicicletas, ya que no se permitía el cruce a pie. Y fueron recibidos por policías noruegos que los trataron con mucha amabilidad, a diferencia de los policías con los que lidiaron en Rusia o Afganistán.
Se sintieron “como pájaros que recuperan la libertad”, dijo Elyas.
Elyas fue transferido al refugio de Alta para menores y su hermano, que tenía 18 años, fue a un refugio para adultos.
En esta región polar hay 24 horas de oscuridad y la alegría de haber llegado a Noruega dio pronto paso a la angustia.
Elyas, cuyo caso está siendo procesado, teme que lo envíen de vuelta a Rusia, “donde estoy seguro de que están esperando por mí y por mi hermano. Si nos atrapan, no sé qué harán con nosotros”.
Lo que más le preocupa, no obstante, son sus padres. No habla con ellos desde que se fueron de Afganistán. Son gente pobre que no tiene acceso a teléfonos ni a la internet. Se pregunta si sufrieron represalias porque se escaparon del depósito en Rusia.
“No sé si están vivos o no”, dice Elyas, tratando de no quebrarse.