“Agarré a Isis Liliana, la abracé con mi mano izquierda y con mi mano derecha le tapé la boca, aproximadamente unos dos minutos o más, apretándola contra mi cuerpo, a la altura de mi pecho y con toda la fuerza que podía”.
Esa fue la declaración de Javier Covarrubias González sobre la forma en que dio muerte a sus dos pequeños hijos el pasado 18 de mayo, tras lo cual inventó que se los habían robado cuando caminaban por Tepito.
“Isis trataba de defenderse, moviéndose, tratando de zafarse, cosa que no logró hasta que dejó de moverse. Mirándola que tenía los ojos cerrados, procedí a tocarle el pecho y ya no latía su corazón”, narró ante las autoridades.
En su domicilio ubicado en la colonia Ramos Millán, en Iztacalco, dio comienzo ese día de horror para los hemanitos Covarrubias Merino.
Irma Merino salió a las 08:30 horas, y su esposo se quedó en la casa pues era su día de descanso, así que cuidaría a los niños, a quienes bañó y arregló para luego salir con ellos.
Junto con sus hijos, el padre de familia llevaba dos bolsas grandes, negras, que había comprado cuatro días antes en una tlapalería ubicada detrás del mercado donde trabajaba, tal y como si hubiera planeado el crimen de sus hijos.
Abordó un microbús y se dirigió al Parque Tepeyac, llevando a Darién -de dos años y siete meses- de la mano y a Isis -de año y medio- cargándola; se sentó en una piedra, cerca de un malviviente que dormía, sin percatarse del doble filicidio que sucedió a unos metros de distancia.
Luego del primer crimen, decidió ir contra su hijo mayor.
“Lo llamé para que se acercara pues cuando me encontraba ahogando a Isis, Darién jugaba detrás de mí, jugando con una vara, sin que se percatara de lo que yo hacía con Isis”.
El niño rechazó a su papá, y éste permaneció inmóvil media hora hasta que vio pasar a una persona con dos perros.
Decidió dejar que se alejara el paseante, “y es cuando agarré de nueva cuenta a Darién, lo agarré con mi mano izquierda por la espalda, le tapé la boca con mi mano derecha, y lo presioné con mi cuerpo, a la altura de mi pecho, con todas mis fuerzas hasta que se asfixiara”.
El niño trató de defenderse, moviéndose de un lado a otro, hasta que luego de unos tres minutos, su padre había conseguido quitarle la vida