El virus golpea el consumismo de la clase media alta de la ciudad de México, en el centro Santa Fe, en el poniente de la urbe que vive la alerta sanitaria por la influenza porcina.
Lo que no pudo la crisis financiera internacional, lo causa este sábado el microbio maligno: las cafeterías de moda, en las que hay que formar fila por una bebida, están vacías; los restaurantes a la hora de la comida resienten la ausencia de clientes.
–¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo!–, bromea una despachadora de café, con medio rostro cubierto, tras el mostrador en el día de menos ventas en la historia del establecimiento.
–Dijeron en las noticias que esto va a durar 10 días.
–¡Pues, tengo miedo! ¡Tengo miedo!
Ríen. Recuerdan el video de un regiomontano que “subió” a la red y se hizo famosos, lema, himno, voz social: ¡Tengo miedo!
Pero acá están los indiferentes de toda la vida. ¿Crisis? Cuál acá están las tiendas de alto prestigio siempre con clientela, pero este sábado les llegaron los efectos del virus A/H1N1, que tal es el nombre de laboratorio del mal que humilla a la soberbia Santa Fe.
El cine está abierto. Pero las filas y el bullicio por ver películas románticas, de aventuras, de terror no están por ninguna parte. Las espantó la influenza.
Esporádicamente llegan a la taquilla familias, parejas. Les sobra tiempo. Con nadie han competido por un espacio ni en el estacionamiento ni en las escaleras eléctricas y ya tienen los boletos en la mano.
A dar la vuelta. Las tiendas departamentales reciben, sin embargo, el público de siempre. La clientela que pase-lo-que-pase, allí estará a ver qué encuentra, en pos de lo que necesita, ajena a lo que ocurre fuera de la burbuja de bienestar que la envuelve.
Van y vienen tomados de la mano, comiendo helado, empujando carriolas sofisticadas y último modelo, en las que balbucea el futuro, los bebés del 2009.
Los empleados son víctimas de dos gérmenes: el primero es tener la obligación de velar en sus puestos en la batalla diaria por la ganancia de la compañía en la atención del público, ellos sí con cubrebocas. Segundo: Durante la tarde son presas del tedio, del aburrimiento de no vender, de casi no ver gente.
Esto es el Centro Comercial Santa Fe, en el segundo día de alerta sanitaria de la ciudad de México, envuelto en su glamur, pero deshabitado, como no se vio en otra contingencia, pero no desierto de consumidores y paseantes de fin de semana.
En el área de comida rápida decenas de mesas están sin ocupar. Semejan lápidas, islas de silencio, de un vacío incierto. El resto del lugar tiene el barullo de los que tienen hambre, charlan lejos de los otros sitios de alta concentración de personas, como el Metro, los peseros, que parecen ser sitios de riesgo.
Acá no han llegado los soldados en reparto de tapabocas ni hay actividad que semeje un contacto con el aparato sanitario que se moviliza en la capital en la campaña de aislar la influenza.
Sin embargo, el virus ha vulnerado a Santa Fe