Por Redacción 16 de diciembre de 2025
Durante décadas, el mundo se consoló con la promesa del «Nunca Más». Tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad parecía haber aprendido, al menos en la superficie, a rechazar el odio sistemático contra el pueblo judío. Sin embargo, en pleno 2025, las estadísticas y la realidad social nos devuelven una imagen perturbadora: el odio ha mutado, se ha digitalizado y está ganando terreno. El antisemitismo no ha desaparecido; por el contrario, está experimentando un renacimiento global que debería encender todas las alertas democráticas.
Este fenómeno no es aislado ni exclusivo de una región o ideología. Se infiltra en campus universitarios de prestigio, se camufla en discursos políticos de extremos opuestos y se viraliza a la velocidad de un clic en las redes sociales. Lo que enfrentamos hoy no es solo un problema de discriminación religiosa o étnica, es un síntoma de una sociedad que está perdiendo su capacidad de tolerancia y memoria histórica. A continuación, desglosamos las siete dimensiones críticas de este preocupante ascenso.
1. La digitalización del odio: El algoritmo cómplice
La primera trinchera de esta batalla cultural es internet. Las plataformas de redes sociales, diseñadas para maximizar la interacción, a menudo terminan amplificando los discursos más polarizantes. El antisemitismo ha encontrado en el anonimato digital un caldo de cultivo perfecto. Teorías de conspiración que antes se limitaban a panfletos marginales ahora llegan a millones de jóvenes a través de videos cortos y memes descontextualizados.
Los algoritmos no distinguen entre verdad y mentira, solo miden el engagement. Esto ha permitido que viejos tropos antisemitas —como el control mundial, la manipulación financiera o los libelos de sangre— se reempaqueten con una estética moderna para una audiencia que desconoce la historia. El odio ya no necesita uniformes; ahora se disfraza de «verdad oculta» en un hilo de Twitter o un video de TikTok.
2. La convergencia de los extremos políticos
Históricamente, el odio a los judíos se asociaba principalmente a la extrema derecha y al neonazismo. Sin embargo, el antisemitismo moderno tiene una característica camaleónica: es la única forma de racismo que logra unir a los extremos opuestos del espectro político.
Por un lado, la ultraderecha nacionalista sigue viendo al judío como el «otro» que amenaza la pureza de la identidad nacional. Por otro lado, ciertos sectores de la izquierda radical han permitido que la crítica legítima a las políticas del Estado de Israel cruce la línea roja hacia la negación del derecho a la existencia del pueblo judío o la culpabilización colectiva de todos los judíos por las acciones de un gobierno extranjero. Esta «teoría de la herradura», donde los extremos se tocan, ha dejado a las comunidades judías atrapadas en un fuego cruzado ideológico.
3. La desmemoria educativa y el negacionismo suave
Estamos viviendo la transición hacia una era sin sobrevivientes directos del Holocausto. A medida que los testigos oculares fallecen, la historia se vuelve abstracta y maleable. Las encuestas recientes muestran un nivel alarmante de ignorancia sobre el genocidio nazi entre las generaciones Z y Alpha.
Este vacío educativo es llenado rápidamente por el revisionismo histórico. Ya no se trata solo del negacionismo duro (decir que el Holocausto no existió), sino de un antisemitismo más sutil: la trivialización. Comparar medidas sanitarias, políticas económicas o conflictos menores con el exterminio sistemático de seis millones de personas banaliza el mal y desactiva las defensas morales de la sociedad contra el odio real.
4. El conflicto en Medio Oriente como excusa global
Es fundamental distinguir entre la crítica política y el racismo. Criticar a un gobierno es un derecho democrático; atacar a un individuo por su origen religioso o étnico debido a las acciones de ese gobierno es racismo. Lamentablemente, cada vez que se enciende la violencia en Medio Oriente, se registra un pico inmediato de incidentes de antisemitismo en ciudades de Europa, América Latina y Estados Unidos.
Sinagogas pintadas, cementerios profanados y estudiantes acosados en las calles de París, Londres o Nueva York no tienen nada que ver con la geopolítica; son actos de odio puro que utilizan el conflicto internacional como una cortina de humo para justificar la violencia doméstica. La incapacidad de separar estos ámbitos es una falla grave en el discurso público actual.

5. La normalización en la cultura pop y el deporte
Hace apenas unos años, los comentarios abiertamente antisemitas por parte de celebridades, músicos o atletas habrían significado el fin inmediato de sus carreras. Hoy, vemos una tendencia preocupante hacia la normalización. Figuras públicas con millones de seguidores han coqueteado con retóricas de odio o han promovido documentales y textos con contenido antisemita, enfrentando consecuencias a menudo tibias o temporales.
Cuando el antisemitismo se convierte en un tema de debate en programas de espectáculos o podcasts de gran audiencia, se corre el riesgo de validarlo como una «opinión más» dentro del mercado de las ideas, en lugar de rechazarlo como el prejuicio tóxico que es. La cultura popular es el espejo de la sociedad, y si el espejo empieza a tolerar el odio, la sociedad está en problemas.
6. La inseguridad física y el miedo cotidiano
Más allá de los insultos en internet, el problema tiene consecuencias físicas tangibles. En muchos países occidentales, las instituciones judías (escuelas, centros comunitarios, lugares de culto) deben operar bajo medidas de seguridad dignas de fortalezas militares. Que un niño necesite pasar por detectores de metales y guardias armados para ir al jardín de infantes es una anomalía que hemos aceptado vergonzosamente.
El incremento de agresiones físicas en la vía pública contra personas visiblemente judías es una estadística que no deja de crecer. Este clima de inseguridad obliga a muchos a ocultar sus símbolos religiosos o su identidad en público, un retroceso brutal a tiempos oscuros que creíamos superados. El antisemitismo no es solo una ofensa verbal; es una amenaza física latente y constante.
7. El silencio de la mayoría indiferente
Quizás el punto más doloroso no es el ruido de los que odian, sino el silencio de los que observan. Martin Luther King Jr. advirtió que lo más preocupante no era la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos. Ante el repunte del antisemitismo, gran parte de la sociedad civil, que suele ser muy vocal en otras causas de justicia social, permanece callada.
Existe una jerarquía invisible en el activismo moderno donde el odio antijudío a menudo se minimiza o se ignora deliberadamente. Esta soledad institucional y social que sienten las comunidades judías es peligrosa, pues valida al agresor al mostrarle que sus acciones no tienen un costo social elevado.
Conclusión: Un termómetro de la democracia
El odio a los judíos nunca se trata solo de los judíos. Históricamente, el antisemitismo funciona como el «canario en la mina» de las sociedades; es la primera señal de advertencia de que la democracia, el estado de derecho y la libertad están en peligro. Una sociedad que permite que florezca el odio contra una minoría, inevitablemente terminará erosionando los derechos de todos.
Combatir el antisemitismo hoy requiere más que leyes contra el discurso de odio; requiere una educación robusta, una responsabilidad ineludible de las plataformas tecnológicas y, sobre todo, la valentía cívica de no mirar hacia otro lado. No podemos permitir que la intolerancia se convierta en la nueva normalidad del siglo XXI. La historia nos está mirando, y el silencio ya no es una opción.








