a ayuda no había llegado a algunos pueblos aislados una semana después del devastador terremoto en Nepal, y una responsable humanitaria pidió el sábado que se envíen más helicópteros para llevar auxilio a los lugares más lejanos de esta nación del Himalaya.
Muchas carreteras de montaña, traicioneras en el mejor de los casos, seguían bloqueadas por deslaves, lo que hacía extremadamente difícil el acceso para los camiones de suministros a las poblaciones más altas del Himalaya.
“Definitivamente necesitamos más helicópteros”, dijo a Associated Press Ertharin Cousin, directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, en la localidad de Majuwa, en el golpeado distrito de Gorkha. Las agencias humanitarias emplean Majuwa como base de operaciones para llevar suministros a las zonas más elevadas. “Incluso luego de siete días, esto se considera como el mismo principio porque aún hay gente a la que no hemos llegado. Así que necesitamos helicópteros para llegar a ellos”.
“Éste es uno de los lugares más pobres de la Tierra. Si la comunidad global da la espalda, la gente de este país no recibirá la asistencia que necesitan para reconstruir sus vidas”, dijo.
Una semana después del devastador terremoto, la vida empieza a volver a la normalidad, y la gente visitó los templos en el primer sábado desde el desastre, el día de la semana que suele reservarse para ello.
En este momento, señaló, el refugio es una prioridad más urgente que los alimentos.
El terremoto destruyó más de 130.000 casas, según la oficina humanitaria de Naciones Unidas. Cerca del epicentro, al norte de Katmandú, había pueblos enteros en ruinas y los vecinos necesitaban desesperadamente refugios temporales contra la lluvia y el frío.
El terremoto de magnitud 7,8 mató a más de 6.600 personas, y la cifra de muertos seguía subiendo conforme llegaban noticias de las zonas aisladas. Naciones Unidas calcula que el sismo afectó a 8,1 millones de personas, más de un cuarto de los 27,8 millones de habitantes de Nepal.
David O’Neill, de la unidad de Rescate y Bomberos de Reino Unido, dijo que un equipo de su grupo había manejado primero y caminado después durante varias horas para llegar a remotas aldeas donde se produjeron bajas de hasta el 80%.
La mayoría de los vecinos de Golche y Pangtang murieron en una gran réplica un día después del sismo principal, explicó O’Neill en Chautara, un pueblo en el distrito de Sindhupalchok.
El equipo había esperado llegar a la zona en helicóptero desde Chautara, pero no había ninguno disponible para alquilar y no pudieron ir con helicópteros gestionados por el ejército de Katmandú, así que regresarían a Katmandú.
El gobierno nepalí reiteró el viernes su petición a los donantes internacionales de que enviaran tiendas, lonas y alimentos básicos, señalando que algunos de los materiales que se están recibiendo son de escasa utilidad.
Además, el gobierno pidió a los donantes que empleen dinero para ayudar a las tareas de auxilio si no pueden enviar material de necesidad inmediata.
“Hemos recibido cosas como atún y mayonesa. ¿De qué nos sirven esas cosas? Necesitamos grano, sal y azúcar”, dijo el viernes a la prensa el ministro de Finanzas, Ram Sharan Mahat.
Nepal necesita de inmediato 400.000 tiendas, y de momento sólo ha podido proporcionar 29.000 a la gente que las necesita, indicó el ministro de Información, Minendra Rijal.
La vida empieza a volver a la normalidad en Katmandú, pero al este, molestos vecinos del distrito de Sindhupalchok dijeron el sábado que seguían esperando a recibir ayuda.
En el pueblo de Pauwathok, tres camiones que parecían llevar material de ayuda pasaron sin detenerse.
“¿Qué hay de nosotros?”, exclamaron los vecinos mientras se marchaban los camiones. Apenas un puñado de las 85 casas de Pauwathok siguen en pie.
“Nadie vino aquí a ayudarnos. Ni gobierno, ni policía, ni ayuda”, dijo Badri Giri, de 71 años.
El descontento y la frustración por el lento avance del reparto han ido creciendo entre los vecinos de los pueblos remotos del Himalaya.
En el vecino pueblo de Jalkeni, montañas de maderas rotas y piedras flanquean la carretera, los restos de viviendas derribadas por el terremoto.
Sobre uno de los montones se sentaba Sunita Shrestha acunando una niña pequeña, rodeada de una pila de rocas polvorientas, un televisor roto, ropa desgarrada y bolsas de lo que había logrado recuperar de los escombros.
“Todavía no ha venido nadie a ayudarnos”, dijo Shrestha, mientras caía el sol. “No sé si lo harán alguna vez”.