Neuza Maria Terreira es tan fanática del Carnaval en Brasil que ni la lluvia intensa ni el olor a podrido de una cloaca le impiden acercarse lo más posible a los desfiles de las Escuelas de Samba de Río de Janeiro.
Terreira y cientos de espectadores como ella no pueden pagar una entrada al Sambódromo por donde pasan los desfiles de Carnaval en Brasil. Por eso siguen el espectáculo desde unas tribunas levantadas a cientos de metros del lugar. También se concentran cientos de pobres en un puente cercano, donde se instalan con sillas de playa y parrillas portátiles.
“El Carnaval en Brasil es la fiesta popular más grande de Brasil, pero las masas están excluidas”, dijo Terreira, una maestra de escuela de 53 años que se protegía de la lluvia con una capa de plástico negro.
“Aquí tenemos que soportar el olor de esa cloaca podrida”, dijo, señalando una zanja llena de desperdicios que separa las tribunas del lugar de los preparativos. Allí se colocan las carrozas gigantescas y bailarines y músicos se ponen sus disfraces extravagantes mientras las 12 escuelas de samba se preparan para competir.
“La verdad es que no vemos mucho”, dijo Terreira. “Pero es mejor que nada”. El Carnaval en Brasil se originó en las calles y las escuelas de samba llevan los nombres de las favelas donde nacieron. Alrededor de 14.200 entradas se venden por el equivalente de 4 dólares, pero la mayoría de los asientos cuestan como mínimo 75 dólares, una pequeña fortuna en un país donde el sueldo mínimo es de 278 dólares mensuales. Los “camarotes” del Sambódromo, palcos privados con 30 asientos, recaudan más de 42.000 dólares por noche.
Muchas entradas baratas son acaparadas por revendedores, que el domingo las vendían a 70 dólares cada una, dijo Jorgelina Tunala, un ama de casa de 52 años que desafió la lluvia para ocupar su lugar en las tribunas. El gobierno las erige cada año y son gratuitas, a ocupar por orden de llegada. El Carnaval en Brasil pasado pudo comprar una entrada de reventa por 20 dólares, pero este año no tuvo tanta suerte.
“Aquí es divertido porque reina el verdadero espíritu del Carnaval en Brasil”, gritó Tunala por encima de los aplausos y abucheos para Mocidade Independente que se aprestaba a iniciar su desfile. Vendedores que ofrecían latas de cerveza helada se abrían paso en la multitud, mientras otros asaban salchichas o servían omelets de mandioca al pie de las tribunas.
“Esto no tiene comparación con la experiencia dentro del Sambódromo”, donde se ve todo el desfile, no solo los ensayos previos de las escuelas, dijo Tunala. “Si alguna vez puedo volver a comprar una entrada al Sambódromo, te aseguro que no me verán aquí”.
Patrick Souza, profesor de historia de un barrio pobre distante, dijo que el Carnaval seguía el camino del fútbol brasileño. Los precios de las entradas en los nuevos estadios construidos para el Mundial de Fútbol significan que van menos aficionados a los partidos.
“Como el fútbol, el Carnaval en Brasil se convierte en una fiesta para los ricos”, dijo Souza. “Es una pena, porque los pobres siempre han sido el corazón del Carnaval en Brasil”.