Beatriz González Rubín
Queridos lectores, está semana llena de tragedias y muertes (para variar y no perder la costumbre), que han sido comentadas por todos, me niego a seguir hablando de ello, es por esto que les comparto un pequeño cuento de mi autoría, es un homenaje a Quino y a su adorable Mafalda de quien siempre he estado enamorada. Espero lo disfruten.
JUGANDO BROMAS
Esa mañana al despertar, Mafalda se dio cuenta que no estaba en su casa, ni en la de Miguelito, ni en la de Felipe, y mucho menos en la de la tonta de Susanita. El lugar no le era familiar, el mobiliario tampoco, y mucho menos los colores. Ella vivía en blanco y negro, sólo recordaba un par de veces que a Quino le había entrado la locura, pintando todo de colores ¡auugg!, fue una experiencia repugnante.
Buscó a su mamá en la cocina; probablemente durante la noche tuvo un ataque de depresión menopáusica, que le suele dar a las mujeres hacedoras de sopa, y quiso redecorar, pero si era así, se le había pasado la mano.
El lugar era una pesadilla, los colores fuertes y de mal gusto, los muebles, extrañísimos. Había una mesa grande con tres sillas de distinto tamaño cada una, la primera enorme. Se sentó en ella, era dura y le quedaba grande, trato de bajar pero sus pies no alcanzaban el suelo, se paró en ella y dio tremendo salto. La segunda silla era menos grande, pero el asiento era aguado y muy suave, tampoco le gusto.
– No cabe duda que mamá se volvió loca- dijo para sí misma con su acento argentino.
Por último intentó sentarse en la tercera silla, el resultado un desastre: la silla era demasiado pequeña para ella, primero se atoró, después se lastimó y para acabarla de fastidiar la silla se hizo pedazos.
– Creo que cuando encuentre a mamá, tendremos una seria discusión sobre el respeto a los gustos de los demás, mira que poner sillas de acuerdo al tamaño de cada uno. Por lo menos si lo hubiera hecho midiendo el intelecto, no habría problema, pero así…, esta ni siquiera era de mi tamaño- dijo al tiempo que señalaba lo que había sido una silla.
Sobre la mesa, había tres platos. Al igual que las sillas eran de distinto tamaño.
– Esto sí, ya es el colmo, los platos también son de acuerdo al tamaño. Pero pensándolo bien, cuando sirvan sopa, comeré menos que los demás- dijo al tiempo que se paraba de puntas y se asomaba a uno de los platos.
Mafalda realmente se sentía confundida, por más que trataba de pensar no encontraba ningún sentido a lo que estaba pasando. En lo más recóndito de su mente de caricatura tenía la seguridad de haber visto el lugar donde se encontraba.
Siguió recorriendo la casa. Llegó a una recamara, en ella tres camas llenaban la habitación. Al igual que las tres sillas, una era grande y dura, la segunda demasiado blanda, y con la tercera no quiso hacer ni siquiera el intento por temor a que se rompiera.
– Bien, esto ya es el colmo. Seguramente todo es un error, una gran equivocación.
En la habitación, había una ventana. Mafalda se asomó por ella, a lo lejos tres siluetas caminaban hacia la casa. Al principio le fue difícil reconocerlas, pero, conforme se acercaban, se dio cuenta que eran tres osos: uno enorme, uno grande, y el ultimo, pequeño.
En ese momento Mafalda recordó todo. Alguna vez su papá le había leído el cuento de ” Ricitos de Oro y los tres osos”, y ella estaba dentro del cuento.
Salió corriendo de la casa, buscó y buscó, hasta que encontró la portada del cuento, por ahí se escapo. Ya afuera, sobre la mesa de su creador, se paro con los brazos en jarras y con una voz llena de ira le dijo:
¬- Oye, Che, yo no sé qué te pasa, no seas estúpido, como broma ya estuvo bueno, o resuelves la situación o renunció.
Dio la media vuelta, no sin antes hacerle una mueca de enojo al escritor, y fue a meterse en un libro que había sobre la mesa.
Quino, no pudo menos que soltar una enorme carcajada, cuando vio que Mafalda entraba a ” El Resplandor” de Stephen King.