Hace seis meses nadie le apostaba un centavo. Pero a golpe de declaraciones incendiarias y ningún reparo por la corrección política, Donald Trump cambió el curso de la campaña presidencial estadounidense, y se impuso como el republicano ineludible, para pesar del partido.
El extravagante magnate de 69 años, que hizo su fortuna en la construcción, nunca ha ocupado un cargo público. Hasta anunciar su candidatura, su nombre era solo sinónimo de torres y casinos, matrimonios y divorcios de farándula, y “El Aprendiz”, el programa de telerrealidad del cual era el animador estrella.
Pero este populista que ya había ojeado una carrera hacia la Casa Blanca, se ha revelado como un animal político formidable, dueño de un sobredimensionado ego, tan resaltante como su inverosímil cabellera amarilla.
Osa decir de todo, y en ocasiones dice lo que sea. Con un instinto temible, golpea donde más duele. No duda de nada.
Insulta a las mujeres, mexicanos, musulmanes, y sin embargo, su aparente cruda honestidad, desafío a lo políticamente correcto y desdén hacia la clase política, lo mantienen en la cima de los sondeos desde que lanzó su candidatura en junio pasado.
Si es elegido a la Casa Blanca, promete construir un muro en la frontera mexicana, pagado por México, para combatir la inmigración ilegal. También quiere expulsar de Estados Unidos a los 11 millones de inmigrantes indocumentados, en su mayoría de origen latinoamericano.
Frente al terrorismo, habla de prohibir la entrada de los musulmanes a Estados Unidos. Afirma que “destruirá” el grupo yihadista Estado Islámico y “tomará el petróleo”.
El presidente ruso Vladimir Putin es un “líder”, dice elogiosamente. El “concepto de calentamiento global fue creado por los chinos”, denuncia.
Es carismático, brutal y se imagina como el salvador de Estados Unidos, a su juicio un país moribundo y convertido en el chiste del mundo.
Miles de estadounidenses, afectados por la globalización y que se sienten traicionados por las élites políticas, acuden a sus mitines. Impecablemente vestido, Trump llega en su Boeing 757, rotulado en letras gigantes con su nombre.
Denuncia a los “idiotas” que dirigen el país, atiza los miedos y promete “hacer a Estados Unidos grande de nuevo”, su eslogan de campaña.
Por doquier lanza insultos a sus rivales: Ted Cruz, que le pisa los talones en Iowa, donde arrancan el lunes las primarias, es un tipo “desagradable”, que “a nadie le cae bien”, un mentiroso que flirtea con Wall Street. Jeb Bush es “realmente patético” y “falso”.
Hillary Clinton, invitada a su boda, “miente como una loca” y “fue vergueada” por Obama en 2008, dice sin tapujos. Bernie Sanders es un “desastre”.
Maestro de la hipérbole, juega con estadísticas y sus promesas carecen generalmente de planes concretos. Pero siempre sale ganando: sus declaraciones belicosas le aseguran una imparable cobertura mediática con la que los otros candidatos solo sueñan.
Impotentes de encontrar una alternativa a Trump, quien conquista cerca del 36% de las intenciones de voto republicano a nivel nacional, la dirigencia del partido se desespera.
“Oportunista político”, “charlatán”, “egocéntrico”, denunciaron recientemente las plumas conservadoras en un número especial de la revista “National Review”. Es una “amenaza”.