En esas mismas fechas, pero a decenas de miles de kilómetros de distancia, aparece en la correspondencia diplomática cotidiana el informe sobre un líder muy famoso cuya liberación había sido solicitada por el gobierno mexicano en la época de oro de su política exterior. El sudafricano Nelson Mandela estaba a punto salir de la prisión:
“Mandela espera con plena convicción que el Congreso Nacional Africano, el Congreso Panafricanista y otras organizaciones dejen de ser prohibidas”, reza el cable confidencial que el cónsul estadunidense en Ciudad del Cabo envió al Departamento de Estado en Washington, con fecha de 17 de enero de 1990.
El despacho fue enviado también a las embajadas de Estados Unidos en Lusaka, Harare, Londres, París, y los consulados de Johannesburgo y de Durban.
Mandela, el líder más emblemático de Sudáfrica y del mundo contra la segregación racial, iba a dejar de ser el preso número 466/64, que lo identificó durante 27 años decautiverio.
“Liberación de varios presos políticos, incluido el propio Mandela. Implementación de los anuncios tendría lugar inmediatamente después del discurso de Klerk durante la apertura del parlamento”, anunciaba eltelegrama.
Finalmente el gobierno del presidente Frederik Willem de Klerk, había sucumbido a la presión y a las sanciones internacionales contra la obcecada política de segregación racial que la élite blanca de Sudáfrica había legalizado 30 años antes.
Pero el cable más importante que confirmó que el líder sudafricano efectivamente estaba libre, debió salir de la sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores en el antiguo barrio de Tlatelolco, a donde llegó Mandela a sus 72 años de edad para agradecer personalmente el apoyo que le brindó el gobierno de México para lograr su libertad.