Se atribuye la frase de “existen mentiras, malditas mentiras y estadísticas” a Mark Twain. Esto se refiere a que muchas veces es fácil esconder los hechos negativos o exagerar los positivos al manejar las estadísticas de determinada manera. Planteándolas de cierto modo pueden hacer que aparezca un logro donde no lo hay, o que desaparezca un problema donde es evidente que existe. Por ejemplo, si hablamos del desempleo en el caso mexicano, considerando la definición que da el INEGI, se considera empleado a cualquiera que cobre una hora de trabajo remunerado a la semana. Así que, si alguien lava dos coches y cobra por ello, no será desempleado en términos formales. Sin embargo, con criterios más severos, como los que se usan en otros países, México podría estar en una peor situación en cifras de desempleo, superior al 22% observado en España.
En estos días, porque la ley así lo permite, veremos un alud de anuncios de Felipe Calderón respecto a su sexto informe de gobierno. Esta obligación constitucional consiste en remitir al Congreso el informe que guarda la administración de la que él es cabeza. La ley solo le permite anunciar sus logros durante los siete días previos y los cinco posteriores al acto formal. La gran paradoja de la rendición de cuentas de nuestra democracia es que el principal responsable sólo puede hablarnos directamente menos de dos semanas al año, en spots de 30 segundos.
Por definición, los datos que nos va a presentar el presidente Felipe Calderón son ciertos: es el sexenio donde más carreteras han construido, hospitales, escuelas; se ha combatido al narcotráfico, deteniendo millares de toneladas de drogas, se han detenido a miles de narcotraficantes y han muerto algunos de sus líderes más peligrosos. La verdad es que no por esos logros, que reconocemos y aplaudimos, problemas como la falta de vivienda, el desempleo, el desabasto o la inseguridad se han resuelto. Las estadísticas del informe son, si bien ciertas, sólo una parte de la realidad, una manera parcial y sesgada de abordar el problema.
La otra parte es que, quien establece el discurso presidencial, debe buscar aquellos indicadores en los que el panorama se ve mejor. Por ejemplo, es cierto que en el sexenio de Felipe Calderón se ha mejorado el poder adquisitivo del salario mínimo respecto a lo que era al inicio; sin embargo sigue estando apenas al 25% de lo que fue su máximo histórico en 1979. No esperemos que nos digan esto, es decir, habremos recuperado en seis apenas un peso cuarenta centavos después de haber perdido casi 75%. La tendencia es sin duda positiva, pero el resultado acumulado resulta magro. En la presentación de estadísticas oficiales como la que nos ocupa, los resultados pueden ser muy diferentes a la realidad que todos percibimos, y no por ello ser datos falsos. Conviene aceptarlos como válidos, pero recordar que no son toda la verdad y nada más que la verdad.
Gonzalo J. Suárez,
Editor de Dichos y Bichos, http://gjsuap.com
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