En México, rematar a los heridos ante médicos y enfermeros en hospitales, incluso bajo custodia policial, se ha vuelto una práctica cotidiana.
Alrededor de las 1:15 de este martes, en Ecatepec, Estado de México, la Cruz Roja recibió una llamada de auxilio, pues en la colonia Estrella de Oriente se había hallado un coche con dos heridos de bala. Cuando la ambulancia llegó, uno ya había muerto; el otro se estaba desangrando. Fue llevado al hospital. Pero al entrar, según las primeras versiones, un desconocido se acercó al paciente, sacó una pistola y lo remató. Para evitarse molestias, también disparó a un enfermero y desapareció.
“Uno de los Técnicos en Urgencias Médicas recibió un impacto de proyectil de arma de fuego, por lo que fue atendido en el mismo Hospital Las Américas, donde se determinó que la lesión no pone en peligro su vida”, explicó la Cruz Roja del Estado de México.
Pero este tipo de hechos se repiten con demasiada frecuencia. Hace dos semanas, le tocó el turno al hospital público de Cosamaloapan, de Veracruz. De madrugada, dos camionetas pararon frente al centro. Un grupo de 10 sicarios descendió. La mitad redujo a los guardias de seguridad y el resto se dirigió a la habitación de Agustín Yescas Canela, tiroteado el día anterior. En la cama, lo remataron a puñaladas.
Los casos se cuentan por decenas y a veces terminan en matanza. Así fue hace cinco años en un hospital privado de Culiacán (Sinaloa). Los sicarios irrumpieron y no se detuvieron a preguntar. Acabaron con cinco personas a balazos. Cuatro eran extraños al ajuste de cuentas. Simplemente estaban en el pasillo cuando los asesinos fueron a buscar a su víctima, malherido en una habitación.
La mayoría de estos crímenes se diluye en el mar de violencia. Sólo algunos adquieren significación con el tiempo. Eso pasó con la muerte de Crisóforo Rogelio Maldonado Jiménez, superviviente de una emboscada. Estaba ingresado en la unidad de terapia intensiva de un hospital de la Ciudad de México, cuando un hombre en bata blanca entró en la noche del 14 de diciembre de 2012. Llevaba una pistola con silenciador y le descerrajó dos tiros. Acababa de liquidar al líder del cártel de Los Rojos. Con ese crimen dio arranque una vertiginosa guerra entre Los Rojos y Guerreros Unidos, que acabó con más de 70 muertos sobre el asfalto. Una ola de sangre, que una mala noche de septiembre de 2014 arrastró en Iguala a 43 estudiantes normalistas, a los que Guerreros Unidos, según la versión oficial, hicieron desaparecer al confundirlos con sicarios de Los Rojos.
Este martes, la Cruz Roja, tras el ataque en Ecatepec, hizo un llamamiento al Estado para que le dejen seguir trabajando en condiciones de seguridad. “Nuestra tarea es humanitaria y la población nos respeta”, dijo un portavoz. Su enfermero, herido en una pierna, estaba fuera de peligro. Cuando recibió el tiro, estaba tratando de estabilizar al paciente. Lo mataron delante de él. Uno más.