El sonido estalla y es perceptible incluso al otro lado de las puertas: violines emocionados, guitarras exuberantes y trompetas intensas.
Recuerda unas vacaciones en Guadalajara o una cena en un restaurante mexicano.
Pero esta es la Escuela Secundaria Sproul, donde el mariachi de la Escuela Widefield del Distrito 3 practica para sus próximas actuaciones en público.
Las palabras escritas en un muro, detrás de los estudiantes, refleja por qué tocan los estudiantes: “La música puede cambiar el mundo, porque puede cambiar a la gente”.
Esa fue evidentemente una de las metas hace tres años, cuando la coordinadora del distrito, Samantha Davis, fundó el mariachi. Davis buscaba una forma de fomentar el entendimiento cultural entre la población estudiantil del distrito, pluriétnica, y se le ocurrió la idea durante un taller de Celebración de la Imaginación, afiliado al Centro Kennedy para las Artes Escénicas.
El mariachi es parte de algunos programas escolares en Pueblo, de modo que varios profesores de música en Widefield visitaron la escuela para conocer los detalles, y también asistieron a talleres en una conferencia de educadores.
El distrito gastó 2.500 dólares para comprar 10 guitarras: los estudiantes tenían ya violines, chelos y trompetas.
No hubo problemas a fin de reunir a estudiantes suficientes para conformar una agrupación musical. En el primer año participaron sólo estudiantes de Sproul, pero luego se sumaron también alumnos de bachillerato. Los profesores han aprendido junto a los estudiantes.
Los 15 músicos de escuela secundaria y bachillerato, quienes se reunieron recientemente para practicar, son todos de esa edad en que una preferencia por el rock o el hip-hop sería lo normal. Pero dicen que han llegado a amar la música de México.
Uno rasga las cuerdas de una vihuela con la caja redondeada, otro toca el guitarrón, que da los tonos graves, mientras que dos cantantes jóvenes juegan mientras tratan de que sus voces se escuchen entre la instrumentación.
“De colores, de colores se visten los campos en la primavera”, cantan.
Ambas niñas dijeron que prácticamente no sabían nada de español, pero lo están aprendiendo, canción por canción. En el distrito 3, un 20% de los estudiantes es hispano, y muchos han crecido con la música del mariachi en casa. De hecho, este género de la música tradicional mexicana ha cobrado popularidad en Estados Unidos, a medida que crece la población inmigrante.
Hay varios mariachis en Pueblo y Denver. La Escuela Secundaria North en Colorado Springs, Distrito Escolar 11, tiene uno.
“Este es un éxito que no se va”, explicó Dan Furzi, educador retirado de Widefield, quien es italiano. Furzi creció en Trinidad, poblado del sur de Colorado, tocando la trompeta en varios mariachis profesionales. Su nieto se unió al grupo de Widefield y lo invitó a ver las actuaciones. Le encantaron, y su experiencia ha sido valiosa para los maestros.
Ahora, ayuda a dirigir y escribe los arreglos musicales.
Sobre el nivel de excelencia que buscan los alumnos, dijo: “Lo están alcanzando”.
Alexander Magalong, profesor de cuerdas del distrito, quien ayuda también con el mariachi, tiene antepasados filipinos. Conoció esta música durante una misa en español y dijo: “Quiero hacer eso”.
Le gusta la forma en que el programa une a estudiantes de diversas etnias. Amplía además la educación de sus estudiantes sobre instrumentos de cuerdas.
“Están acostumbrados a la música de conciertos. Este es un género totalmente distinto”.
También los maestros tuvieron que aprender. Holly Dowdle estaba más acostumbrada a las bandas de conciertos y de jazz cuando se convirtió en la profesora de mariachi.
“Esto es realmente diferente, me tardé un tiempo en aprender todos los instrumentos. Tengo que tocarlos para enseñar a los demás”.
Los estudiantes tocarán en varias celebraciones del 5 de mayo, la festividad principal de los mexicanos que viven en Estados Unidos.
Actuarán incluso en algunos actos privados.
Sus uniformes consisten en pantalones negros y camisas blancas. Los chicos desearían usar los trajes tradicionales del mariachi, con el gran sombrero de charro, pero no hay dinero para eso, dijo Dowdle.
Los estudiantes ensayan una vez por semana y tienen un entusiasmo evidente.
“Me gusta más esto que el rock”, dijo Pedro Gutiérrez, de 14 años, quien ha formado parte del grupo durante tres años. “Uno puede realmente involucrarse con esto, una canción puede hablar casi de todo”.
Gutiérrez destacó que sus raíces familiares están en República Dominicana, donde la música folclórica es muy distinta a la de México.
“Esto fue nuevo”, consideró, y reconoció que al principio no fue fácil aprenderlo.
En casa, no deja de practicar.
“Toco la guitarra, hago algunos deberes y vuelvo a tocar”, dice, sonriente. “Me gustaría trabajar y recibir un reconocimiento por mi trabajo. Te sientes bien cuando haces algo bien”.
Darren Fergins, de 13 años, ha tocado música de mariachi por años. Dice que lo más difícil es mantener el ritmo.
“Es difícil seguir juntos”, considera, pero explica que la música le ha dado otra ventaja a su vida. “He conocido a muchos amigos aquí, y he podido conocer una nueva cultura”.