Los afganos están convocados a votar el 20 de agosto para participar en la segunda elección presidencial de su historia, en un contexto de miedo por las amenazas de ataques de los rebeldes talibanes, que pueden disuadir a muchos electores. El presidente saliente, Hamid Karzai, es el favorito pero la dinámica campaña del ex ministro de Relaciones Exteriores Abdula Abdula podría conducir a una segunda vuelta, según los analistas.
Además de la violencia, muchos observadores temen fraudes, sobre todo en las regiones recónditas. Unos 17 millones de afganos están inscritos en los 7.000 colegios electorales, donde se dirimen simultáneamente las elecciones provinciales, protegidos por 300.000 policías y soldados afganos y extranjeros.
Los insurgentes “no tienen ninguna posibilidad de realizar un ataque de envergadura”, asegura el portavoz del ministerio de Defensa, general Mohammad Zahir Azimi. Pero los rebeldes han ganado terreno en tres años y ejercen una influencia mayor o menor en cerca de la mitad del país, según los observadores, y la violencia alcanza actualmente niveles récord desde que las tropas internacionales echaron del poder a los talibanes, a finales de 2001.
Los insurgentes preconizan el boicot de las elecciones, “una patraña orquestada por los norteamericanos” según ellos, y afirman que no atacarán directamente a los colegios electorales. Pero un enésimo ataque, el lunes pasado, contra edificios gubernamentales cerca de Kabul reavivó la inquietud sobre el riesgo de fuerte abstención provocada por la violencia, que desacreditaría estos comicios que Occidente considera cruciales.
“Si el Gobierno no puede con la violencia de los talibanes, no votaré”, afirma Nasratulá, de 20 años, un habitante de Kandahar, la gran ciudad del sur. Hamid Karzai ha hecho mucho por el país, estima este vendedor de burqas, “pero ha fracasado en el tema de la inseguridad, que lo eclipsa todo y lo desacredita. Y esto empeora cada día que pasa”. El mandatario saliente ganó la primera elección presidencial “democrática” en 2004 con 55,4% de votos en la primera vuelta.
A pesar de unos sondeos a la baja debido a la explosión de la violencia y del desempleo (alrededor del 40%), Karzai sigue siendo el favorito, estima el analista afgano Harun Mir, “porque los otros candidatos principales no fueron capaces de ofrecer una alternativa de verdad”.
En total 41 candidatos, incluidas dos mujeres, aspiran a desempeñar la función suprema. Desde 2001 se han registrado progresos, pero muchos afganos se sienten frustrados: a pesar de los miles de millones de dólares de ayuda internacional, la mayoría sigue sin electricidad, las carreteras están en pésimo estado, escasea el trabajo y la corrupción es un mal endémico.
Para los observadores, si sale reelegido Karzai será gracias a los acuerdos con dirigentes étnicos y religiosos y hombres fuertes locales, que le darán millones de votos. El presidente saliente también cuenta con el apoyo de jefes de guerra de dudosa reputación, como el tayik (segunda etnia del país) Mohamad Qasim Fahim, acusado de crímenes de guerra, al que prometió una vicepresidencia en caso de victoria, o como el temible dirigente uzbeko Abdul Rashid Dostam.
Las contrapartidas siguen siendo una incógnita, pero se evocan cargos ministeriales y escaños de gobernadores provinciales, en un país todavía muy feudal a veces, conservador y dominado por los grupos armados y las alianzas tribales. “Negociar así no es democracia”, critica Wadir Safi, profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de Kabul, y subraya otro reto, además de la inseguridad: conseguir que voten unos electores mayormente iletrados, pobres y en un 80% rurales.
“No comprenden las implicaciones del voto”, dice el docente y afirma que algunos venden sus votos por 10 ó 20 dólares