Abandonados en el mar, miles de desplazados de Bangladesh y miembros de la perseguida minoría musulmana rohingya de Mianmar parecieron quedarse el miércoles sin sitio a donde ir después de que dos naciones del sureste asiático rechazaran ofrecer refugio a emigrantes asiaticos a las embarcaciones llenas de hambrientos hombres, mujeres y niños.
Los contrabandistas abandonaron en los últimos días varios barcos de madera, atemorizados por una operación masiva en la zona contra las organizaciones de tráfico de personas, y abandonaron a los emigrantes asiaticos a su suerte.
Naciones Unidas pidió a los países en la región que mantuvieran sus fronteras abiertas y ayudaran a rescatar a las personas varadas, mientras que algunos parlamentarios adoptaron una posición de “no en mi patio”.
“No dejaremos entrar a ningún barco extranjero”, afirmó el martes Tan Kok Kwee, primer almirante de la agencia de seguridad marítima malasia.
A menos que los buques se estén hundiendo y no sean aptos para navegar, añadió, la marina proporcionará “provisiones y los enviará de vuelta”.
Unas horas antes, Indonesia rechazó un barco lleno de cientos de emigrantes asiaticos de Bangladesh y de la comunidad rohingya, señalando que se había proporcionado a los pasajeros alimentos, agua e instrucciones de cómo llegar a Malasia, su destino original.
El sureste asiático está al borde de una crisis humanitaria, con unos 1.600 migrantes desembarcados en las costas de los dos países de mayoría musulmana que en el pasado han mostrado más empatía por el sufrimiento de los rohingya.
Se cree que hay otros miles de personas en las transitadas aguas del estrecho de Malacca y alrededores. Algunos llevan más de dos meses allí, y los activistas creen que más barcos tratarán de llegar a tierra en los próximos días y semanas.
Tras cuatro días sin recibir agua ni comida, los emigrantes asiaticos a bordo de un barco a varios kilómetros (millas) de la isla malasia de Langkawi pidieron ser rescatados. Dijeron haber visto una patrullera que se les acercó con las luces encendidas el martes por la noche, y después se alejó despacio.
Chris Lewa, directora de la organización sin ánimo de lucro Arakan Project, hablaba por teléfono con gente en el barco cuando eso ocurrió, y dijo que primero escuchó vítores esperanzados, que dieron paso a sollozos y gritos.
Considerada por Naciones Unidas como una de las minorías más perseguidas del mundo, la comunidad rohingya ha sufrido décadas de discriminación autorizada por el estado en Mianmar, de mayoría budista. Estos musulmanes, a los que la ley de su país deniega la ciudadanía, son apátridas en la práctica. Su acceso a educación y atención sanitaria es limitado, y su libertad de movimiento se ve muy restringida.
En los últimos tres años han muerto 280 personas en ataques contra esta población, y 140.000 rohingya se han visto desplazados en abarrotados campos a las afueras de Sittwe, la capital del estado de Rajine, en Mianmar, donde viven en condiciones lamentables similares a un apartheid, con poca o ninguna oportunidad de trabajo.
Eso ha provocado uno de los mayores éxodos por mar que ha visto la región desde la guerra de Vietnam. Se calcula que unos 100.000 hombres, mujeres y niños se han embarcado en busca de una vida mejor en otros países desde junio de 2012, según la agencia de la ONU para los refugiados.
La primera parada hasta ahora era Tailandia, donde los emigrantes asiaticos eran retenidos en campamentos en la jungla hasta que sus familias lograban reunir cuantiosos rescates para que pudieran seguir adelante, por lo general hasta Malasia. Pero recientes operaciones policiales obligaron a los traficantes a cambiar de táctica, y optaron por encerrar a la gente en barcos pequeños y grandes, que quedaban fondeados cerca de la costa hasta haber recibido unos 2.000 dólares por persona.
Asustados por las últimas operaciones, negociadores y contrabandistas han dejado de llevar los barcos a la costa. Y en los últimos tres o cuatro días, capitanes y contrabandistas han huido de las embarcaciones, algunos en lancha, y dejado a los migrantes sin combustible, comida o agua, dijeron sobrevivientes.
En algunos casos, los migrantes lograron acercar los barcos a la costa y después nadaron el resto del camino.
Mientras tanto, algunos parlamentarios del sureste asiático publicaron un comunicado describiendo como “inhumano” el rechazo a aceptar a los refugiados.
“Remolcar a los migrantes al mar y declarar que ya no son nuestro problema no es una solución para la crisis regional en general”, afirmó Charles Santiago, parlamentario malasio. “Cualquier solución debe incluir asegurar compromisos vinculantes de Mianmar para poner fin a la persecución a los rohingya que impulsa su éxodo”.
“Como mínimo, deben recibir al menos acceso al proceso de filtrado de refugiados de la ONU y ser gestionados de acuerdo a eso”, afirmó.
Más de 1.100 personas rohingya y de Bangladesh han aterrizado en la isla malasia de Langkawi desde el domingo, según el Ministerio del Interior del país. De ellos, 486 eran de Mianmar y 682 de Bangladesh.
Los sobrevivientes retenidos en refugios temporales en la isla fueron traslados el miércoles en abarrotados furgones policiales, algunos haciendo gestos de adiós a la prensa, camino de un centro de detención en el territorio continental malasio.