En la vida de un país, nada se debe a la generación espontánea; todo es resultado de causas que ante virajes de los ciudadanos como el que hoy vemos en México, deben ser determinadas al máximo detalle, y corregidas a la brevedad. Al menos es lo que siempre piensan los analistas ya que no cuentan con las chambonadas que cometen nuestros legisladores, gobernadores, secretarios de estado y claro, presidentes. De nada hacer frente a ellas al estar a la espera de un milagro, la estabilidad política y económica se vería, inevitablemente, afectada… al menos así es en la vida de un país como México.
En consecuencia, frente a los problemas que hoy enfrentamos, la única opción inadmisible, que además debe estar fuera de toda estrategia, es la inmovilidad y el azoro por no decir parálisis producto del pánico de novatos, sino en la vida de un país como México siempre estaremos a la deriva, a la suerte del mundo, de los mercados, nada de dictar tendencia, siempre subirnos en la ola. Éstos, hay que decirlo, no han sabido estar a la altura de los problemas y su gravedad los cuales, desde hace decenios ahí han estado y siempre muestran que en la vida de un país como México son inexpertos.
Es más, no me equivoco si afirmo que sabían perfectamente a lo que se enfrentarían; el texto mismo de Enrique Peña Nieto citado al principio lo dejaba ver claramente. En consecuencia, nadie debe llamarse hoy a sorprendido por lo que preguntar es obligado: ¿Por qué las cosas han salido tan mal? ¿Por qué tan magros resultados? porque en la vida de un país, de nuestro país, nadie a sabido estar a la altura de los retos que enfrentamos.
En la vida real, si esa que en las calles se vive, en las casas de millones de mexicanos, en la vida de un país así como en la gobernación, no hay debería que valga, o que pudiere ser utilizado como excusa ante lo evidente. ¿Qué falló? ¿Qué no hicimos bien, o que hicimos mal? Éstas y muchas otras preguntas de índole similar debemos hacérnoslas, no como un atractivo ejercicio intelectual sino como ejercicio obligado de un hombre de Estado.
Ante lo que está en juego, hay que responderlas con descarnada objetividad y, una vez determinadas las causas de lo que enfrentamos hoy, habría que dar los siguientes pasos: definir soluciones y sin vacilación alguna, aplicarlas hasta sus últimas consecuencias.
Sino, en la vida de un país como en nuestro no hay vida, no hay país.