La galería Tate de esta ciudad presenta una exposición de uno de los pintores más importantes del siglo XX, Francis Bacon (1909-1992), cuya obra se distingue por figuras desgarradoras y distorsionadas atrapadas en opresivos cubos y formas elípticas.
“Invisible Rooms” explora la carrera del pintor de la posguerra desde “La Crucifixión” (1933) hasta “Partes del Cuerpo” (1988), donde las líneas arquitectónicas, composiciones teatrales, la abstracción, el expresionismo y el surrealismo son una constante.
“Durante más de medio siglo Bacon trató de crear la composición perfecta en espacios a veces claustrofóbicos en los que encuadró sus figuras y sus retratos”, señaló la curadora de la muestra Kasia Redzisz.
Tal es el caso de “Estudio de un Retrato” (1952), donde por primera vez Bacon usa la estructura de un cubo casi invisible para enfatizar la figura principal en un afán por “atrapar al sujeto”, una obsesión que lo acompañó toda su vida.
“Creo que los grandes artistas no estaban tratando de expresarse. Estaban tratando de atrapar el hecho de que los artistas están obsesionados por la vida y por cosas que les obsesionan y que quieren atrapar. Y han estado tratando de encontrar sistemas y construir jaulas donde estas cosas pueden atraparse”, decía Bacon.
La fuerza visceral de sus evocativas figuras, a veces fantasmales o deformes, está supeditada a las estructuras y espacio que las rodean como “Chimpancé” (1955) y el retrato de su amigo el pintor Lucian Freud (1951).
La muestra de más de 30 cuadros presenta las distintas etapas de Bacon. Una de ellas es la de los años 70, cuando comienza a introducir más objetos y figuras como en el lienzo “Estudio para la Enfermera del Acorazado Potemkim” (1957).
Su obra comunica un sentido de ansiedad y desesperanza de los pintores de la posguerra. Tal es el caso del retrato del Papa inspirado en los cuadros del español Diego Velázquez (“Retrato del papa Inocencio X”, 1650).
Los curadores de la muestra tratan de desmentir el hecho de que Bacon no hacía bosquejos, sino que pintaba directo en el lienzo.
La exposición dedica un espacio a los bosquejos, fotografías y recortes de revistas que fueron encontrados en el desordenado estudio Reece Mews de esta ciudad y que habrían servido de inspiración visual para la creación de famosos lienzos.
Bacon basó algunas de sus pinturas en fotografías que comisionó en los años 60 a John Deakin, quien retrató a sus amigos George Dyer, Lucian Freud e Isabel Rawsthorne, quienes le sirvieron de modelos.
El cuadro “Isabel Rawsthorne de pie en una calle de Soho” (1967) está inspirado en una de esas fotografías.
El pintor inglés nacido en Dublín, quien era ateo y homosexual en una época conservadora y homofóbica, tuvo una tórrida vida personal que estuvo marcada por una serie de amantes como Peter Lacy y George Dyer, quien se suicidó en 1971.
“Tres Figuras y un Retrato” (1975) es una imagen de sufrimiento humano trágico que presenta figuras contorsionadas que retratan el trágico final de Dyer.
El pintor es ampliamente reconocido por ser uno de los más grandes del siglo XX y sus obras se encuentran entre las tres más cotizadas en las subastas de arte, después de Cézanne y Picasso.
“Tres Estudios de Lucian Freud” (1969) se vendió en más de 142 millones de dólares en 2013 y fue en su momento el precio más alto alcanzado en una subasta.
En los años 80 Bacon regresa a la idea de presentar figuras colapsadas y elevadas sobre un pedestal como hizo en su “Partes del Cuerpo” (1988), donde utiliza la misma composición y colores naranja de “Tres Estudios para Figuras en la Base de una Crucifixión” (1944).
La vida de Bacon también estuvo dominada por el alcoholismo, su pasión por el juego y las apuestas, por la destrucción de lienzos que no le satisfacían y por una búsqueda de la composición perfecta.
La exposición, que abre al público el miércoles próximo, presenta la figura fantasmal en “Crucifixión” (1933), mientras que en “Tríptico” (1967) retrata figuras aisladas y descarnadas basadas en el poema de T.S. Eliot “Sweeney Agonista” (1925).