Por Redacción 16 de diciembre de 2025
Si hay un termómetro que mide la temperatura real de la violencia en México, más allá de las cifras de homicidios, es el miedo cotidiano a levantar el teléfono o abrir la cortina de un negocio. La extorsión se ha consolidado como el «impuesto criminal» más extendido y democrático del país: no distingue clases sociales, giros comerciales ni geografías. Es una hidra de mil cabezas que, lejos de ser contenida, muestra una capacidad de adaptación escalofriante, evolucionando al ritmo de la tecnología y de la impunidad que impera en el sistema de justicia.
Las cifras oficiales cuentan una historia, pero la cifra negra —aquellos delitos que nunca se denuncian por miedo o desconfianza en la autoridad— narra una tragedia mucho mayor. El crecimiento exponencial de este ilícito responde a una lógica perversa de bajo riesgo y alta rentabilidad para los delincuentes. Mientras el gobierno presume estrategias de seguridad en conferencias matutinas, en las calles y en los dispositivos móviles, la ciudadanía vive bajo el asedio constante de grupos que exigen dinero a cambio de una paz que debería ser gratuita.
A continuación, realizamos una radiografía crítica de la situación actual y desglosamos las variantes más peligrosas de este fenómeno.
1. El auge silencioso: ¿Por qué no para de crecer?
El delito de extorsión ha encontrado en México el ecosistema perfecto para florecer. A diferencia del narcotráfico, que requiere logística compleja y control territorial físico, para extorsionar a veces basta con un teléfono celular y una base de datos comprada en el mercado negro.
El incremento en las tasas de incidencia se debe, fundamentalmente, a la falta de consecuencias. Se estima que menos del 2% de las carpetas de investigación por este delito terminan en una sentencia condenatoria. Esta impunidad envía un mensaje claro a las bandas criminales y a los imitadores: robar la tranquilidad de los mexicanos es un negocio seguro. Además, la fragmentación de los grandes cárteles ha dado pie a células locales que, al carecer de capacidad para el tráfico internacional de drogas, recurren a la depredación directa de la población para financiarse.
2. La llamada clásica y el secuestro virtual
La modalidad más antigua, pero todavía efectiva, es la extorsión telefónica tradicional. Aquí, el delincuente utiliza la sorpresa y el terror psicológico. A pesar de las campañas de prevención, miles de personas siguen cayendo diariamente en trampas donde un supuesto familiar llora pidiendo ayuda o un falso «comandante» asegura tener rodeada la casa.
Una subvariante cruel es el secuestro virtual. En este escenario, los criminales logran aislar a la víctima, obligándola a apagar su celular y moverse a un hotel o lugar público, mientras exigen dinero a la familia. Sin tocar un solo pelo de la víctima y sin tenerla físicamente cautiva, logran desfalcar el patrimonio familiar en cuestión de horas. El éxito de esta modalidad radica en el colapso emocional que provocan, impidiendo que las víctimas piensen con claridad.
3. Cobro de piso: La asfixia de la economía real
Si la llamada telefónica es terror psicológico, el «cobro de piso» es terror físico y económico. Esta variante de extorsión es la que más daño hace al tejido productivo del país. Desde el vendedor de tamales en la esquina hasta las grandes cadenas de producción de limón, aguacate o pollo, nadie está exento.
El crimen organizado ha suplantado al Estado en muchas regiones. Cobran «impuestos» semanales o mensuales a cambio de «protección» (generalmente, protección de ellos mismos). Quien no paga, se enfrenta a consecuencias brutales: negocios incendiados, empleados baleados o secuestros.
Este fenómeno ha provocado el cierre de miles de pequeñas y medianas empresas (PyMES) y ha inflado los precios de la canasta básica. Cuando el precio del kilo de tortilla o de aguacate sube, muchas veces no es por la inflación global, sino por el sobrecosto que impone el crimen. Es un impuesto oculto que pagamos todos los consumidores.
4. Los «Montadeudas»: La trampa digital
La evolución tecnológica trajo consigo una nueva y agresiva forma de extorsión: los préstamos por aplicaciones, conocidos como «montadeudas». Aprovechando la necesidad económica y la falta de acceso a la banca tradicional, estas apps ofrecen préstamos rápidos con requisitos mínimos.
El problema detona al aceptar los términos y condiciones, otorgando acceso a la agenda de contactos y galería de fotos del usuario. Cuando el deudor no puede pagar los intereses impagables (que crecen diariamente), comienza el acoso. No solo amenazan al usuario, sino que envían mensajes difamatorios a todos sus contactos, familiares y jefes, utilizando fotos editadas o amenazas de muerte. Es una modalidad que destruye la reputación y la salud mental de las víctimas, orillándolas en casos extremos al suicidio.
5. Ciber-extorsión y Ransomware corporativo
En un nivel más sofisticado, las empresas y gobiernos son blanco de ataques de Ransomware. Los criminales secuestran digitalmente la información de una compañía, encriptando sus bases de datos, y exigen un pago millonario en criptomonedas para liberar la llave de acceso.
Esta extorsión cibernética ha paralizado hospitales, bancos y oficinas gubernamentales. La falta de una cultura de ciberseguridad robusta en México hace que las instituciones sean presas fáciles. El daño no es solo financiero por el pago del rescate, sino operativo y reputacional. En un mundo digitalizado, el secuestro de datos es tan letal como el secuestro de personas.

6. La extorsión desde las cárceles: El gran fracaso del sistema
Es imposible hablar de este delito sin señalar la complicidad del sistema penitenciario. Diversos estudios e informes de inteligencia señalan que un porcentaje abrumador de las llamadas de extorsión provienen del interior de los penales.
¿Cómo es posible que, en prisiones teóricamente de alta seguridad, los reos tengan acceso a celulares, chips y bases de datos? La respuesta es la corrupción endémica. Los inhibidores de señal, cuando existen, suelen ser saboteados o «apagados» a conveniencia. Los centros penitenciarios se han convertido en Call Centers criminales que operan las 24 horas del día bajo la nariz de las autoridades. Mientras no se retome el control real de las cárceles, cualquier estrategia exterior será insuficiente.
7. La normalización del miedo y la cifra negra
El aspecto más trágico es la normalización. Muchos comerciantes ya incluyen la cuota del crimen en sus costos operativos como si fuera el pago de la luz o el agua. La sociedad mexicana ha desarrollado una tolerancia enfermiza a vivir amenazada.
La extorsión prospera en el silencio. La desconfianza en las fiscalías es tal, que la víctima prefiere pagar o cerrar su negocio antes que denunciar, temiendo que la autoridad esté coludida con los criminales. Romper este ciclo requiere más que aplicaciones móviles de denuncia; requiere una purga profunda de las instituciones de seguridad y justicia.
Conclusión: Un Estado rebasado
México enfrenta una crisis de gobernabilidad en este rubro. El delito de extorsión no es un fenómeno meteorológico inevitable; es el resultado de años de abandono institucional y de una estrategia de seguridad que no ha logrado golpear las estructuras financieras de los grupos delictivos.
Para frenar esta escalada, se necesita voluntad política para limpiar los penales, inteligencia financiera para seguir la ruta del dinero ilícito y, sobre todo, resultados contundentes que devuelvan la confianza a la ciudadanía. Mientras el cobro de piso y la amenaza telefónica sigan siendo rentables e impunes, México seguirá pagando el precio de su propia inseguridad.








