Hace dos años, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se puso en pie ante un público de militares y habló de la “descorazonadora tragedia” de los civiles muertos por accidente en ataques militares estadounidense dentro de su lucha contra el terrorismo en lugares como Pakistán y Afganistán.
Ahora, al dar la noticia de la muerte de dos rehenes occidentales en un ataque de drone de la CIA -el estadounidense Warren Weinstein y el italiano Giovanni Lo Porto- el presidente ha recibido un brutal recordatorio de que cada comandante en jefe de Estados Unidos puede tener que enfrentarse a la pérdida de civiles como daño colateral en tiempos de guerra.
“Es una verdad cruel y amarga que en la confusión de la guerra en general, y en nuestra lucha contra los terroristas en particular, pueden producirse errores, en ocasiones errores mortales”, dijo Obama.
El viernes, el Ministerio paquistaní de Exteriores ofreció sus condolencias a las familias de los rehenes en un comunicado.
Pakistán “perdió a miles de sus ciudadanos en la guerra contra el terrorismo y puede comprender por completo esta trágica pérdida, y se une a las familias de Weinstein y Lo Porto en este difícil momento”, indicó el Ministerio. “La muerte del señor Weinstein y el señor Lo Porto en un ataque de drone demuestra el riesgo y las consecuencias no intencionadas del uso de esta tecnología, que Pakistán señala desde hace mucho tiempo”.
Mientras tanto, en Italia, el ministro de Exteriores Paolo Gentiloni trató de explicar el viernes ante el Parlamento por qué pasaron tres meses antes de que se informara de la muerte de Lo Porto en el ataque estadounidense. Gentiloni indicó a los parlamentarios que en una zona de guerra inaccesible, donde la toma de rehenes es frecuente, ése fue el tiempo que llevó a Estados Unidos verificar la muerte del cooperante.
Puede que la tecnología militar se haga cada vez más sofisticada, pero aún no hay un modo infalible de garantizar que no habrá inocentes atrapados en la línea de fuego, incluso ante las fuerzas más especializadas de Estados Unidos.
En 2010, el Team 6 de los SEAL de la Marina estadounidense intentó rescatar a la cooperante escocesa Linda Norgrove de manos talibanes en Afganistán. Norgrove murió por una granada lanzada con demasiada premura por uno de los comandos estadounidenses.
“A veces sale mal”, indicó el coronel retirado Peter Mansoor, profesor de historia militar en la Universidad del Estado de Ohio. “No hay forma de tener una guerra perfectamente limpia”.
El experto señaló a los prisioneros de guerra estadounidenses que murieron durante la II Guerra Mundial cuando submarinos estadounidenses atacaron mercantes japoneses en el Pacífico, algunos de los cuales transportaban prisioneros aliados. Más de 21.000 prisioneros estadounidenses murieron o resultaron heridos por “fuego amigo” de submarinos estadounidenses o aviones en lo que los sobrevivientes llamaron “barcos infierno”, según la obra “Death on the Hellships: Prisoners at Sea in the Pacific War”, de Gregory Michno.
Al final de la guerra, cuando la bomba atómica estalló sobre Hiroshima, entre los 140.000 muertos había al menos 10 estadounidenses prisioneros que estaban retenidos allí.
Refiriéndose al programa actual estadounidense de aviones no tripulados, Mansoor señaló que si bien han muerto civiles a lo largo de los años, esas derrotas se verían compensadas por los beneficios militares.
“Fue simplemente información incompleta, y nunca vas a tener información completa”, indicó el experto refiriéndose al caso de los rehenes que murieron cuando la CIA atacó un complejo de Al Qaeda. “No hay forma de eliminar por completo esta clase de incidentes de daños colaterales de los asuntos militares”.