Para el tiempo prehispánico, la fiesta del tianguis grande se realizaba en la veintena “Tlaxochimaco” (veintena corresponde al mes en el calendario náhuatl), aproximadamente del 18 de agosto al seis de septiembre; esta fiesta fue como un ritual de admiración y respeto al señor del comercio. Por ello se realizaba el gran tianguistli, donde los moradores podían intercambiar productos que consistían en semillas, flores, plumería, mantas, calzado, pieles de animales silvestres, utensilios para la caza, además de gozar de las danzas que realizaban los guerreros a la sagrada energía del cosmos; en ellas también participaban todos los moradores.
Tlaxochimaco es el nombre que designa “la ofrenda de flores”, ritual que se ofrecía a la fiesta de “Micailhuitzintli” (en esta fiesta se recordaba a las animas de los pequeños).
En ella veneraban el nacimiento del señor Yacapitzauac, cubriendo de flores la esfinge monolítica de la imagen que estaba en el Teopan de aquel Teocalli. Los habitantes y pochtecas le rendían homenaje del siguiente modo:
+ Se iniciaba la fiesta una noche anterior, con la vigilia de los guerreros que se formaban en este lugar. Les acompañaban los tlatoanis que se encargaban de instruir al pueblo, algunos eran invitados que venían de Tepoztlan, para ofrecer el xuchitl y las plegarias correspondientes.
+ Las ofrendas consistían en flores silvestres de diversas especies que se encuentran en el campo después de las lluvias y la quema del copalli en los popochcomil; cantos y relatos de la vida de este señor mexica. La música interpretada con sus instrumentos autóctonos (a saber, flautas de carrizo, tecocollis –caracol-, teponaztles, Ayacachtli –maracas- y los huehuetl –tambores-). Y que gracias a la inteligencia de nuestros abuelos perviven en la fiesta de Semana Santa; interpretándola para las procesiones con los Matacues. En sus cantos se hacía una invitación a la meditación y profundidad, a la reflexión de los conceptos que trascienden a la vida y la muerte. Esa búsqueda en el interior de sus almas que habían de conducirlos al lugar de la dualidad “El Omeyohcan”, en el treceavo cielo.
+ “In ye tlauizcaleua” (al despuntar el alba), se realizaba el saludo a los cuatro rumbos del universo; buscando siempre esa armonía con la naturaleza y el cosmos. Así se daba inicio con las danzas que son el símbolo de la vida, en el ollin –movimiento-; pues con el paso de la noche y la quietud había quedado atrás, el “Micctlan sagrado”, el reposo de las ánimas. Se emprendía el caminar de un nuevo día para regenerar la vida en todo su esplendor.
+ Durante los festejos del día, se realizaba “El gran Tianquistli”, donde se daba el trueque de productos y mercancías; que eran traídas por los moradores del lugar y los pochtecas de la región.
En este tianguis, se encontraban productos de alfarería como jarros, cazuelas, molcajetes, metates, ollas de barro y platos del mismo material; alfarería con un tratamiento especial en el pulido ya que estaba dedicada para uso exclusivo en el servicio religioso. Entre estas piezas destacaban los popochcomil (Sahumerios) (Platos decorados, Jarros y otros utensilios), dedicados para las ofrendas de las ánimas. También se ofrecían en este tianguis, productos de primera necesidad. Comestibles desde semillas de maíz, fríjol, calabaza, cacao, cacahuate, amaranto y una gran diversidad de chiles para preparar los exquisitos guisados; Totolin (guajolotes), izcuintlis (perro mexicano). Además ropa de algodón o manta y calzado. Entre otros los chiquihuites, canastos y petates; mecates, costales de fibras naturales y ayates. Así como herramientas de trabajo, instrumentos musicales (Huehuetl, teponaztles y flautas de carrizo). También plumas de “quetzal” para los atuendos de los guerreros, y productos alusivos a la fiesta de muertos: Copalli, flor de zempoalxuchitl, figurillas de animales con un silbato chiflador (que reciben el nombre de Chililetes).
Con la conquista religiosa, esta fiesta es respetada por los frailes agustinos, y en un sincretismo es bien aceptada la gran plaza del trueque. Ya que los frailes pudieron observar la convivencia entre los moradores del cacicazgo, que venían de sus diferentes poblaciones para reunirse rindiendo el tributo y el homenaje a sus amados difuntos, enseguida de los festejos del señor del comercio, se realizaba la fiesta a las ánimas de los niños y al día siguiente a los mayores.
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