Fervor cristiano inunda las primarias republicanas en el sur de EEUU. “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren”, lanza Ted Cruz, aspirante a la investidura republicana para convertirse en presidente de Estados Unidos.
En una sala en la pequeña ciudad de Anderson, son decenas o quizás centenares del millar de personas congregadas, las que terminan de memoria el verso 7:14 del Segundo Libro de Crónicas del Antiguo Testamento.
Bienvenidos al “Bible Belt”. En este “cinturón de la Biblia”, que encierra un gran trozo del sureste de Estados Unidos, la religión cristiana es omnipresente en todos los aspectos de la vida cotidiana… y la política no se escapa.
Si la fe cristiana está fuertemente anclada en Estados Unidos (cada billete verde lleva el lema “En Dios confiamos” y los discursos oficiales terminan con un “Dios bendiga a Estados Unidos”), juega aún un papel más importante en la campaña electoral, debido al peso de los votantes evangélicos en la primera fase de las primarias por la investidura republicana.
Es una fuente constante de asombro, incluso para mí, un estadounidense aunque ciertamente un poco atípico: viví 20 años en el extranjero y no soy cristiano.
En 2008, el entonces senador Barack Obama provocó un alboroto al decir que algunos estadounidenses se “aferran a las armas y a la religión”.
Lo vimos nuevamente en 2012, cuando Mitt Romney ganó la nominación del partido Republicano, pero enfrentó intensos cuestionamientos sobre sus creencias, especialmente de los cristianos evangélicos, en su intento -infructuoso- por convertirse en el primer presidente de fe mormona.
Cuatro años después, la obsesión sobre la fe está de regreso.
En la campaña en Carolina del Sur, entre los llamados a rezar y los coros de “amen” que marcaban los discursos de un candidato republicano -con voz y tono que evocan un pastor o sacerdote- tuve a veces la impresión de estar en una misa y no en un mitin político.
Durante un periplo de una semana por Carolina del Sur, junto a un equipo de la AFP asistimos a numerosos eventos de campaña que empezaron con una oración.
Casi tres de cada cuatro electores republicanos en este estado se identifican como evangélicos, y muchos expresaron cuán importante es la fe de un candidato en su decisión en las urnas.
“Él es obviamente un hombre de Dios, y eso es una gran parte de esto”, me explica Chance Corbin, mientras esperaba en primera fila para escuchar a Ted Cruz en Charleston.
Cruz lanzó su campaña presidencial el año pasado en la Universidad Liberty, que se define como la mayor universidad cristiana en todo el mundo.
El puntero Donald Trump, que llamó a la Biblia su libro favorito, también habló en esa universidad el mes pasado. Pero metió la pata con el título del libro del Nuevo Testamento Segunda Carta a los Corintios, y los votantes se enfurecieron.
“Cuando dijo ‘Dos Corintios’ eso me dijo, obviamente, que él nunca se ha leído la Biblia o ni siquiera la ha visto”, dice Corbin.
El senador Marco Rubio es un caso particular: es católico pero comprende que en Carolina del Sur debe llevar su cristianismo a flor de piel.
“Mi fe es la mayor influencia en mi vida”, dijo Rubio a una multitud receptiva en Beaufort días antes de lograr el segundo lugar en el estado detrás de Trump.
Su mensaje llega. “Puede cambiar el juego”, reconoce Susan Brant, una evangélica que se sumó sin un ápice de duda a la ovación al candidato de origen cubano.
Brant ya estaba convencida por Cruz, al igual que ella un evangélico, pero luego de la profesión de fe -literalmente- de Rubio, cambió de opinión.
El día antes de las primarias, yo estaba en el balcón de un teatro de la Universidad de Charleston, cuando Phil Robertson, el patriarca de una familia cuyo negocio de silbatos para cazar patos le ha dado millones de dólares y un programa de televisión, apareció en escena.
Barba alargada, vestimenta de camuflaje y una Biblia bajo el brazo, Robertson vino a respaldar a Cruz.
“Estoy con Cruz, porque ¿ven esto en mi mano?”, lanzó a la multitud, para continuar: “Las Biblias y las armas nos trajeron acá y las Biblias y las armas nos permiten seguir aquí. Y este hombre tiene las dos”. La sala explotó en prolongados vítores.
Volteé a ver la mirada de algunos corresponsales extranjeros. Sus ojos traicionaban su asombro.
El debate religioso en Carolina del Sur se tornó aún más surrealista cuando Trump se trabó en un duelo verbal con el papa Francisco por haber cuestionado su fe cristiana.
Cuando Trump devolvió el golpe, calificando el comentario del pontífice de “vergonzoso”, huí presuroso de los eventos de Rubio y Jeb Bush para obtener la reacción del estrafalario millonario a la controversia. Al final, alabó al papa, a quien llamó “un tipo fenomenal”.