El expresidente cubano Fidel Castro, quien falleció este viernes, realizó su última gira internacional en Argentina en julio de 2006 y, aunque se le vio cansado, aseguró que vivía el mejor año de su vida y garantizó que la transición política en la isla estaba planeada.
La llegada de Castro a Argentina fue sorpresiva y alteró la programación de la XXX Cumbre de Presidentes del Mercado Común del Sur (Mercosur), que tuvo lugar el 20 y 21 de julio en la norteña ciudad de Córdoba, a 700 kilómetros de Buenos Aires.
Mucho se especuló sobre la posible participación del mandatario cubano, sobre todo por su precario estado de salud, pero por la noche del 20 de julio se le vio descender del avión oficial de la isla acompañado por el entonces canciller cubano Felipe Pérez Roque.
Poco importó, entonces, que estuvieran en Córdoba los entonces presidentes de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay y Venezuela, pues Castro, con casi 80 años a cuestas en ese entonces y sin ser parte del Mercosur, se convirtió en la estrella indiscutible de la cita.
El máximo líder de la Revolución Cubana anduvo muy activo y apenas llegó aceptó entrevistarse con periodistas venezolanos, a quienes les garantizó que se sentía bien, que éste era “el mejor año” de su vida y que iba a participar en la integración latinoamericana.
Desestimó, además, su avanzada edad y entonces y después, durante los extensos discursos que ofreció en Córdoba, hizo varias referencias irónicas a Matusalén, asegurando que aún le faltaban años para alcanzarlo.
“Lo ven, todo el mundo está hablando de mi muerte. Me han querido matar 100 veces. Querían descabezar la Revolución, pero hice el esfuerzo necesario para que no pasara nada si me pasaba algo”, explicó sólo días antes de delegar el poder en su hermano Raúl.
Quien fuera secretario privado de Castro, Carlos Valenciaga, leyó un día antes un comunicado en el que el líder cubano delegó sus múltiples funciones como jefe de Estado a su hermano Raúl Castro luego que fue sometido a una intervención quirúrgica por un problema intestinal.
Ya durante la sesión oficial de la Cumbre del Mercosur, que se realizó el 21 de julio de ese lejano 2006, Castro acaparó los micrófonos que el resto de sus homólogos, hasta el verborrágico presidente venezolano Hugo Chávez, ya fallecido, solo utilizaron por menos de media hora.
Después de escuchar impávido las alabanzas a la democracia latinoamericana, el líder caribeño habló más de 60 minutos y asumió divertido la categoría de “eje del mal” que para Estados Unidos formaban Chávez y él.
Ruborizó de orgullo al mandatario boliviano Evo Morales, al decirle que tiene toda la fuerza para gobernar porque “es muy difícil ganarle a un indio como tú”.
Durante las 44 horas que permaneció en Argentina, quedó probado que su consentido era Chávez, a quien trató como un hijo, y con quien después de la Cumbre oficial fue a clausurar una reunión alternativa de organizaciones de izquierda.
No podría haber tenido un mejor público, porque Castro fue ovacionado, escuchado con embeleso por unas 30 mil personas que cada tanto lo vitorearon a pesar de lo repetitivo e inconexo de un discurso que duró más de tres horas en dicha reunión.
Entre referencias a sus exitosas campañas de alfabetización, los intentos de asesinato en su contra y las “infamias” sobre su presunto enriquecimiento, fue evidente que de tanto en tanto se perdía, que apagaba la voz, que olvidaba lo que estaba diciendo.
Pese a todo, Castro fue cobijado por miles de voces que le cantaron a coro una canción de cumpleaños cuando él recordó que estaba a punto de cumplir su 80 aniversario, “apenas el 10 por ciento de los que tuvo Matusalén”.
Al día siguiente, el presidente cubano cumplió, también junto con Chávez, una cita que lo trasladó a su pasado, al visitar la casa en la que su compañero de batallas, Ernesto “Che” Guevara, vivió entre los cuatro y los 14 años.
Custodiado por su amplio séquito de seguridad, Castro recorrió en auto los 40 kilómetros que separan Córdoba de la pequeña localidad de Alta Gracia, en donde también fue recibido con aplausos por miles de personas que se acercaron a saludarlo.
Ya dentro de la casa, convertida en museo, el presidente cubano pudo verse reproducido en algunas fotos junto al “Che” Guevara, como una tomada en 1965 mientras los dos fuman puros sentados y sonrientes en un sillón.
En otra imagen de 1966, el “Che” está caracterizado como Adolfo Mena, listo para pasar a la clandestinidad, y al lado, el texto de su carta de despedida en la que dimite a sus cargos y a la nacionalidad cubana y que culmina con un “Hasta la victoria, siempre”.
Más de una hora recorrió Castro el Museo, y después, ya solo dirigió en silencio la mirada a la multitud que lo esperaba, agitó levemente la mano en alto y dijo adiós para volver a la isla que hoy está conmocionada por su muerte.