Ellos eran los encargados de preservar los libros y los archivos, de entrenar a los demás o de instruirse y de reparar las computadoras. Eran las pocas personas con altos niveles educativos en Haití y la nueva generación de enfermeras, técnicos, gerentes de oficina y estudiantes universitarios.
Ahora se han ido, justo cuando más los necesita su país en ruinas.
El terremoto del 12 de enero ocurrió justo antes de las 5:00 de la tarde, destruyendo edificios de oficinas y matando a muchos profesionales jóvenes que buscaban dar ese gran esfuerzo para que el país funcionara. Muchos quedaron aplastados junto a sus escritorios.
“Es una generación que decidió no abandonar el país. Eligieron trabajar por el país”, dijo Dieusibon Pierre Merite, sociólogo haitiano del programa antipandillas de Naciones Unidas, que perdió a varios de sus colaboradores en el movimiento telúrico. “Esos son los que murieron”.
La pérdida se agrava por la fuga de cerebros, pues la gente con la capacidad y los medios de irse abandona ahora en mayor número el país devastado, donde más de 1,2 millón de personas han perdido sus hogares.
El primer ministro Jean Max Bellerive dijo a The Associated Press que ha observado con tristeza a muchos jóvenes instruidos que abordan aviones con destino a Estados Unidos o a cualquier otro lugar. Se van porque en Haití, donde la vida era ya difícil, ahora se ha vuelto casi imposible después del terremoto.
“Yo miraba sus caras. Estaban escapando de un país y no tenían intención de volver”, dijo Bellerive. “Siento amor por la gente que ha perdido a su familia… pero creo que es incluso más duro para el país ver que la gente que podría hacer mucho para reconstruir Haití se marcha de Haití”.
Haití ha pasado antes por esa pérdida de talento, normalmente en épocas de turbulencia política. Muchos huyeron o murieron durante las dictaduras de Duvalier padre e hijo, entre 1957 y 1986. La gente escapó también de las represalias bajo la junta militar del general Raoul Cedras, apoyada por Estados Unidos, a comienzos de la década de 1990, así como durante el mandato del presidente Jean Bertrand Aristide y en el caos que siguió al derrocamiento de este último en el 2004.
Pero las pérdidas ahora son mucho más significativas.
La destrucción fue tan extensa e instantánea -destruyendo la capital y sus instituciones precisamente en el momento en que más necesaria era la ayuda, la guía y las nuevas ideas- que la ausencia de estas mentes extintas o fugadas se resentirá por décadas.
“Esto tendrá un impacto en nuestra cultura, en el futuro de Haití”, dijo Pierre Merite, quien envió a su esposa y a sus tres hijas, de 2, 7 y 12 años, hacia Chicago, días después del sismo. Nadie sabe cuántos profesionales perecieron por el terremoto de magnitud 7.
De hecho, es imposible saber con certeza cuantas personas murieron. El gobierno estima que fueron 230.000 pero nunca ha revelado cómo llegó a ese número. En un país donde dos terceras partes de las personas en edad productiva no tenían un empleo formal antes del terremoto, y donde poca gente concluyó la educación secundaria, las pérdidas en las universidades y en los edificios de oficinas representan un duro revés.
Gaston Vilvens era un técnico de computadoras, de 29 años, y trabajaba en el Consejo Electoral Provisional de Haití, que organizaba los comicios legislativos previstos para febrero. Trabajador y educado, era valorado por sus compañeros.”Si cualquier cosa andaba mal con un sistema, uno llamaba a Gaston”, dijo Gaillot Dorsainvil, presidente del consejo.
A las 4.50 de la tarde del martes 12 de enero, la mayoría de los compañeros de Vilvens se había marchado a casa. Muchos estaban seguramente metidos en el caótico tránsito, una hora antes del ocaso.
Al igual que los ministros del gobierno y otros altos funcionarios en la ciudad, una buena parte del personal ejecutivo del consejo se había marchado también.
Pero Vilvens se quedó para reparar la computadora del jefe de seguridad -un puesto importante en un consejo que enfrenta amenazas constantes de los oponentes políticos. Alrededor de una decena de colegas se reunía en un salón, tratando de decidir quién trabajaría en los puestos de votación.
Su dedicación les costó la vida. A las 4.53, la tierra se estremeció, el inmueble de concreto se vino abajo, y Vilvens y los demás quedaron aplastados en sus lugares de trabajo. “La gente que realmente trabajaba era la que estaba en la oficina después de las 4.00”, dijo Philippe Augustin, supervisor de Vilvens.
Las elecciones se cancelaron. Además de perder personal, el consejo se quedó sin oficinas, computadoras, vehículos y expedientes. La mayoría de los inmuebles contemplados como puestos de votación en la zona del terremoto quedó dañada o destruida, y cientos de miles de votantes perecieron, fueron desplazados de sus hogares o se quedaron sin cédulas de identificación.
El consejo -despojado de algunos de sus empleados más capaces- lucha ahora por organizar los comicios presidenciales antes de que el periodo del mandatario René Preval expire a comienzos del año próximo.