ETA,Organización armada vasca de liberación nacional. Nació en diciembre de 1958 con motivo del fracaso de los jóvenes del grupo Ekin por crear una organización juvenil autónoma del PNV. El surgimiento de ETA supuso, en pocos años, una transformación ideológica profunda dentro del nacionalismo vasco. Conceptos como raza o confesionalismo fueron transformados mientras otros como defensa del medio ambiente y liberación social, ausentes hasta entonces de buena parte del nacionalismo anterior a la Guerra Civil, aparecieron por primera vez en escena.
El nacimiento de ETA, o en su defecto de los grupos de estudio y formación denominados Ekin, tuvo su origen en lo que algunos analistas han dado en calificar como largas vacaciones del PNV. Acertada o no la expresión es constatable que el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra mundial fue el del desmoronamiento organizativo e ideológico jelkide. Durante más de cinco años el PNV había estado llenando de documentos, telegramas y mensajes en clave las sedes de los servicios secretos de todo Occidente en la espera de que tal prestación fuese recompensada por los aliados.
Pero todo fue en vano. Desde Washington confiaron más en Franco que en un imprevisible consenso republicano. Juan Ajuriagerra se había entrevistado con Dwight Eisenhower al final del conflicto mundial pero eso no fue óbice para que el general y presidente norteamericano diese el apoyo a Franco, llegando en visita oficial a Madrid el mismo año en que nacía ETA. Obviamente no hubo relación causa-efecto pero sí simbología generacional
Si ETA en un principio fue reacción frente a la pasividad del PNV, pronto se convertiría en símbolo de “renacimiento” o “primavera” como han gustado en llamar algunos poetas al reflejo de su intervención. ETA intentaba conjugar todas las formas de lucha posible, convirtiéndose en un auténtico movimiento de liberación. Las ikastolas, el euskara, el teatro, la música, el sindicalismo, las escuelas sociales, etc. fueron producto de la se nsación dinámica que supo transmitir la organización armada al conjunto de la sociedad vasca.
En los años sesenta la presencia de ETA sirvió para demostrar que el pueblo vasco estaba vivo y que, sobre todo, al margen del franquismo, la recuperación de las señas de identidad nacionales dependía en gran manera de la propia iniciativa popular. Indudablemente ETA era un movimiento políico, según ella misma lo apuntaba: “Nuestro problema no consiste solamente en poder conseguir unas estructuras políticas más o menos diferentes de las de los pueblos que nos circundan. Una Euskadi con un poder político propio es una meta imprescindible a alcanzar; sin embargo no bastaría con ello. Si este poder político estuviese al servicio de una lengua y una cultura extraña a nuestro país, podríamos decir con certeza que habríamos fracasado en nuestros esfuerzos. Euskadi no sería Euskalherria sino una región española”.
Para ETA, el alejamiento estratégico de la línea marcada por el nacionalismo tradicional, si no tan notorio en esta primera época, si fue más evidente al intensificarse la actividad armada y profundizar en una teoría para la liberación de Euskal Herria. El paso de la Guerra Civil, el lastre de los dirigentes históricos y la misma organización del PNV, única con un mínimo de solidez en los últimos veinte años, eran algunos de los elementos distorsionadores que hacían más precario el alejamiento.
Aunque los primeros años de ETA estuvieron caracterizados por el impulso de jóvenes dedicados a preparar grupos de estudio y a dotarse de una ideología acorde con las nuevas coyunturas políticas, ya a finales de 1959 manifestaron la intención de abrir un frente armado de intervención política. Colocaron así las primera bombas en el Gobierno Civil de Gasteiz, en el diario Alerta de Santander y en la comisaría de Policía en Indautxu. Los comienzos, como todo movimiento sujeto más a la necesidad que a la planificación, fueron desastrosos. No tanto por errores propios sino porque en un breve lapso de tiempo toda la organización sería desmantelada. Ahí tuvieron la oportunidad de comprobar la fortaleza de un enemigo que había salido victorioso de decenas de batallas históricas. La quema en Donostia de dos banderas españolas el 18 de julio de 1961 sirvió para que más de un centenar de militantes y simpatizantes de ETA fuesen detenidos y los que sobrevivieron tuvieran que tomar el camino del exilio. La estructura interna quedó deshecha.
En los años siguientes y durante una buena época la organización vasca llenó las paredes de Euskal Herria de pintadas, colocó ikurriñas en cables de alta tensión, amenazó a chivatos y destrozó centenares de placas franquistas mientras en sus trabajos internos se daban las razones para una guerrilla de montaña. Pero con el inicio de las acciones directas ETA también sufriría sus primeras bajas. El 7 de junio de 1968 Txabi Etxebarrieta caía muerto por la Guardia Civil en Olarrain (Tolosa). Cuatro años después fallecía en Elizondo el segundo militante de ETA muerto por el mismo Cuerpo, Jon Goikoetxea. Desde entonces hasta hoy ciento ochenta militantes de ETA, deportados, presos o exiliados han muerto en enfrentamientos, en acciones del GAL o en circunstancias originadas por el conflicto. Entre ellos también miembros de grupos que, como ETA, optaron por la lucha armada en EGI, Iraultza, Iparretarrak o Comandos Autónomos.
Diez años después de la muerte de Txabi Etxebarrieta, José Miguel Beñaran Argala definía el conflicto con la crudeza de una necesidad: “La lucha armada es desagradable. No nos gusta a nadie, es dura. A consecuencia de ella se va a la cárcel, al exilio, se es torturado; a consecuencia de ella se puede morir, se ve uno obligado a matar, endurece a la persona, le hace daño. Pero la lucha armada es imprescindible para avanzar”.
Así se llegó hasta la V Asamblea que marcó de manera estratégica el futuro de ETA. Para ETA, en el plano interno, la consecuencia inmediata de la Asamblea fue la asunción de una estructura frentista, reflejando esa idea, entonces popularizada por el vietnamita Trung Chinh, de que las áreas de enfrentamiento serían varias y diversas y de que la lucha armada era el eje que las unía y llevaba hasta el triunfo: “Las victorias en los campos de batalla de la economía, política y cultura dan la victoria militar a la Resistencia Nacional”. La organización armada pretendía huir del reduccionismo de unas siglas para convertirse en un movimiento integral: “No basta una conciencia de clase, no basta una conciencia nacional, es necesaria una conciencia de clase nacional, puesto que sufrimos tanto de las estructuras capitalistas como las imperialistas”.
Así de una organización activista se pasó a una organización militar. La primera partida de armas fue comprada a Checoslovaquia, precisamente cuando los tanques rusos entraban en Praga. Mientras desembalaban estas armas, el Comité Ejecutivo de ETA redactaba una dura crítica a la intervención soviética. La reacción no pudo ser más clara: fue la primera y la última vez que ETA recibió ayuda del otro lado del Muro de Berlín. Luego llegó el llamado Proceso de Burgos, donde ETA realizó su primer secuestro en la persona del cónsul alemán en Donostia, Eugen Beihl. El proceso fue, sin duda, el suceso colectivo más importante en Euskal Herria desde el final de la Guerra Civil.
Hasta entonces, además, la solidaridad europea con relación a Euskal Herria no se había manifestado con tanta intensidad, lo que sirvió para que la prepotencia del Gobierno franquista fuese derrotada. Como consecuencia directa, ETA se convirtió en la referencia organizativa contra el franquismo, no sólo en Hegoalde, sino en el conjunto del Estado español. Cuando en diciembre de 1973, ETA mató al presidente del Gobierno español, el almirante Luis Carrero Blanco, demostró que era la única organización dispuesta a atacar al corazón del sistema: había ejecutado el golpe más osado de los años que siguieron al término de la Guerra Civil.
Esta efervescencia supuso, también, una gran actividad interna. De ETA salieron en diez años, varios grupos de distinta tendencia política. En 1966, el grupo llamado de Los Cabras dejaría la organización y a finales del mismo año lo dejarían los autodenomiandos ETA berri, bajo el paraguas del maoísmo. También meses antes se habían ido los de Branka desde planteamientos de socialismo autogestionario. En 1970 los escindidos serían los trotskistas que darían lugar, un par de años más tarde, a la Liga Comunista Revolucionaria. En 1974, parte del Frente Obrero daría origen a un partido marxista leninista, LAIA y ese mismo año, la organización polimili rompería con el Frente Militar, en lo que consideraba una readecuación de la estrategia frentista. Tambión hubo numerosas incorporaciones como la de EGI, las juventudes del PNV, que en 1971 entró masivamente en ETA.
En los años setenta, ETA se fue conformando como un Movimiento de Liberación Nacional, al estilo de los movimientos del llamado Tercer Mundo. Si bien ETA dejó constancia de solidaridad y apoyo hacia respuestas armadas en diversos puntos del planeta (Kurdistán, Vietnam, Uruguay, Argelia, etc.) no sería hasta mayo de 1972 que se presentaría públicamente con otras dos organizaciones, manifestando un acuerdo común con ellas. Ambas serían, como ETA, movimientos de liberación europeos: el Frente de Liberación Bretón y el IRA.
En 1974, en los estertores del franquismo, ETA entendía que llegaba el final de su modelo organizativo y el inicio de un accionar más intenso. Hasta entonces, sólo el presidente del Gobierno español y el comisario Manzanas habían fallecido como consecuencia de operativos de ETA. Durante casi quince años, ETA, a través de un modelo organizativo que presentaba graves problemas para su desarrollo, había pretendido abarcar todas las facetas de la resistencia ante el franquismo, a la vez que marcaba las pautas para el renacimiento nacional. Sobre la organización de la actividad militar se producirían algunas novedades importantes. Para ETA era imprescindible una compartimentación estricta e inmediata entre los aparatos legal e ilegal que hiciese impermeable su estructura general a la represión policial. Las cárceles y el exilio estaban llenas de militantes de ETA que habían trabajado en todos sus frentes. Nacieron así los comandos especiales, un nuevo concepto de célula armada.
Paralelamente, la izquierda abertzale se iba reforzando con organizaciones sectoriales que abarcaban desde la juventud hasta las Gestoras por Amnistía. Surgió también KAS, en verano de 1975. En ese mismo año se produjeron nuevos juicios y el Régimen mandó a los militantes de ETA Txiki y Otaegi, así como a tres militantes del FRAP, ante un pelotón de fusilamiento. Fueron intensas movilizaciones, como cuando el Proceso de Burgos, que se extendieron por Europa. Una prueba más de la vitalidad de los movimientos populares de la época.
El 20 de noviembre de 1975 murió Franco y un año después el nuevo Gobierno de Suárez presentaba el proyecto de Reforma Política, que sería refrendado por las Cortes franquistas con mayoría absoluta. Llegarían las elecciones generales, las primeras desde la segunda República y un nuevo proceso constitucional español. Los grupos abertzales, incluidos ETA y el PNV mantuvieron en Txiberta (Angelu) unos encuentros para abordar la nueva fase constitucional. El proyecto fue una especie de Frente Nacional, con una primera piedra de toque para las elecciones. Pero las conversaciones que el PNV y los polimilis mantenían paralelamente con el Gobierno español provocaron el fracaso. La Izquierda abertzale pidió la abstención a esas elecciones, mientras se manifestaba en la calle por la consecución de la amnistía.
Ese junio de 1977, mes electoral, contó con una fuerte y desconocida ofensiva de ETA, la mayor hasta entonces. En once días se sucedieron un total de 34 acciones. Esta actividad militar dejó entrever diversos nuevos métodos de la organización armada así como su capacidad operativa. En Bizkaia, por ejemplo, ETA atentó contra las instalaciones de la central nuclear en construcción, iniciando, de esa manera, una campaña que provocaría en cinco años, más de una decena de muertos entre varios centenares de sabotajes y el cierre definitivo del proyecto de Lemoiz.
Esta fase constituyente contó con la redacción de la Carta Magna, rechazada luego en referéndum en Hegoalde. Mientras, la reorganización de ETA transformó su actividad. Nunca en la historia de la organización armada sus engranajes internos habían funcionado como hasta entonces, a pesar de que desde el Gobierno español, la ofensiva represiva tampoco tenía parangón en relación con otras épocas. Estos logros en el funcionamiento y marcha del conjunto se hicieron bajo mecanismos de democracia interna y participación de la militancia que no correspondían con esa imagen hermética que desde el exterior se ofrecía sobre la organización armada. La participación de la militancia en la marcha de su organización tuvo diversos puntos de inflexión en los Biltzar Nagusi que fueron convocados en varias ocasiones en este período en Iparralde.
El Biltzar Nagusi, entre otras funciones, elegía el Biltzar Ttipia, la dirección de la organización armada. El Ejecutivo de ETA estaba en manos de ocho militantes que representaban otros tantos aparatos, los cuales funcionaban con plena autonomía. Los ocho aparatos eran: Información, Propaganda, Comandos Legales, Comandos Ilegales, Oficina Política, Economía, Relaciones Internacionales y Mugas. La información que llegaba a la organización era clasificada y el propio Biltzar Ttipia, según las circunstancias y escuchando al conjunto de los delegados de los aparatos, decidía actuar en uno u otro sentido.
Los aparatos, por su parte, se estructuraban internamente en la medida de sus necesidades. Así, algunos de ellos contaban con nuevas subdivisiones producto de su propia dinámica. Este era el caso de las Relaciones Internacionales, que incluía un sector estrictamente político-diplomático y otro dedicado a tareas de aprovisionamiento armamentístico y logístico con el que abastecer al resto de estructuras. Cuando la magnitud de cualquiera de los temas que abordaba cada aparato desbordaba a éste, era el Biltzar Ttipia quien decidía sobre su futuro tratamiento.
Después de la reorganización, ETA desplazó un comando permanente a Madrid. La primera acción costó la vida a dos militares españoles del Ejército español. Este salto cualitativo produjo también cambios de espacios. ETA se convertía, peligrosamente para el Gobierno de Madrid, en la única referencia de la opción rupturista, es decir en la denuncia permanente del proyecto reformista auspiciado desde las esferas franquistas. La respuestas represivas fueron, también, contundentes. La muerte de Argala, un mito dentro de ETA, abrió una nueva etapa de la actividad de los grupos parapoliciales en Iparralde. Los atentados contra los refugiados, a los que se sumarán acciones parapoliciales en Hegoalde, fueron parte de una estrategia represiva global que aglutinaba otras áreas como las de las prisiones, las detenciones de exiliados en suelo francés o el hostigamiento a la izquierda abertzale. Fue el ensayo de lo que luego sería el GAL.
Paralelamente a la elaboración y aprobación del Estatuto de Autonomía que separaba territorialmente Hegoalde, ETA ejecutó la mayor ofensiva armada de su historia. En 1978, ETA, los polimilis y los Comandos Autónomos realizaron atentados que costaron la vida a 75 personas. En 1979, 136 acciones produjeron la muerte de 71 personas, de ellas 21 guardias civiles, 16 confidentes, 11 policías y otros tantos miembros del Ejército. La tónica de 1980 fue la misma: 81 muertos.
Al año siguiente, en medio de una nueva ofensiva de ETA llegó el golpe de Estado protagonizado por diversos mandos de la Guardia Civil y del Ejército. El resultado fue la derechización de la Administración española, nuevas legislaciones antiterroristas y la continuidad de un pulso frenético. En marzo de 1982 se dio por concluido el modelo autonómico que configuraba a Hegoalde en dos comunidades autónomas, finalizando de esta forma, el proyecto iniciado a la muerte de Franco. El Amejoramiento navarro quedaba definitivamente sellado, lo que significaba que el Viejo Reyno contaría con una especie de estatuto uniprovincial dentro del marco de la nueva Constitución española.
A estas alturas y con motivo de sus veinticinco años de existencia, ETA hizo un pequeña valoración de su trayectoria: “Hoy en día, después de 25 años de vida activa, de perfeccionamiento y consolidación de la organización, ETA y el resto del MLNV, hemos alcanzado un grado de enfrentamiento que demuestra que no estamos dispuestos a ceder en los puntos mínimos de defensa de los derechos legítimos de nuestro pueblo. Hace ya ocho años que ETA, haciendo gala de madurez y honradez políticas viene ofreciendo reiteradamente y unilateralmente la posibilidad de un alto el fuego en base a la negociación de los cinco puntos de la alternativa KAS. Si la organización ofrece esta posibilidad es porque somos perfectamente conscientes de que la paz es posible aquí y ahora. Pero no cualquier paz, no la paz de los cementerios, ni la Pax Hispana, sino una paz sin vencedores ni vencidos”.
A partir de 1982 y de la victoria electoral del PSOE en las elecciones a las Cortes madrileñas, la actividad y análisis de ETA no variaron un ápice. Hasta enero de 1989, fecha del inicio de las conversaciones entre el Gobierno español y ETA en suelo argelino, el enfrentamiento saltó de tragedia en tragedia. Las cárceles españolas albergarían a más de quinientos presos vascos, mientras que en las francesas los encarcelados llegarían al medio centenar. Los muertos de ambos lados también sufrieron un ascenso espectacular, ofreciendo el lado más dramático del contencioso. ETA sufrió reveses de envergadura, de los que supo salir airosa.
Fue precisamente con la asunción del PNV de la dirección del Ejecutivo de Gasteiz y la escisión interna de los jelkides, que el enfrentamiento histórico entre Euskal Herria y el Estado español, pareció variar de coordenadas. ETA apuntaría, ante los ataques del PNV y el inicio de la Ertzaintza en tareas represivas que: “En la actualidad el PNV, después de haber abandonado la oportunidad de defender los derechos del pueblo vasco y defender su soberanía, trata de descalificar la lucha armada utilizando argucias metafísicas para condenar las muertes que ésta produce. Sin embargo a nadie se nos olvida que en el 36 el PNV llevaba al campo de batalla a los gudaris para matar al enemigo y morir por una causa. Hoy, guardando algunas diferencias, las muertes tienen el mismo sentido. Desde entonces a aquí, el valor de la vida no ha sufrido ningún cambio. Entonces, como ahora, el valor de la vida era y es la liberación y soberanía de Euskadi, así lo entendemos los que no nos hemos rendido y seguimos combatiendo. ETA es una realidad histórica que corresponde a las necesidades del pueblo vasco para liberarse de su opresor”.
Después de diez años de tiras y aflojas en el terreno de los contactos a través de terceros, ETA y el Gobierno español se sentaron en la llamada Mesa de Argel, entre enero y marzo de 1989. Para ETA, la negociación se situaba en el contexto de la estrategia de guerra prolongada de desgaste. Frente a tesis insurreccionistas de su primera época, habían entendido, ya desde 1978, la inviabilidad de la victoria militar, adoptando la que llamaron “táctica de conquistas irreversibles”, mediante la creación de correlaciones de fuerzas favorables para la negociación.
Pero las llamadas Conversaciones de Argel fracasaron y todo volvió a quedar como al principio. En marzo de 1992, la dirección de ETA era detenida en Bidarte, lo que le produjo una nueva restructuración interna, en línea con otras de igual calado histórico. Su actividad decreció en relación a otras fases históricas, mientras que, desde el conjunto de la izquierda abertzale y la sociedad vasca se anunciaba la culminación de una fase política y la apertura de una nueva, en la cual ETA, como anunció en varios comunicados, estaba dispuesta a aportar su intervención, marcada por el apoyo al proyecto de reconstrucción nacional de Euskal Herria.
Las claves que marcó ETA después de su reestructuración interna, a partir de 1994, fueron expuestas por un nivel de actividad más selectivo, centrado en aspectos neurálgicos del propio sistema. Este cambio táctico se produjo también con motivo de la debilidad de los aparatos del Estado y la necesidad de remover la sociedad vasca después del asentamiento en el Estado español de los códigos impuestos por la llamada Reforma Política. Fruto de estos cambios llegaron algunas acciones de envergadura en Madrid (en especial en julio de 1994 contra el teniente general Francisco Veguillas, número tres del ministerio de Defensa). Asimismo, Gregorio Ordoñez, hombre fuerte del PP en Hegoalde, murió en un atentado de ETA en Donostia, ocurrido en enero de 1995 y José María Aznar, presidente del PP, sufrió otro atentado en Madrid el 19 de abril de 1995, del que salió ileso.
A lo largo de su existencia, la actividad de ETA ha estado marcada por grandes convulsiones sociales en Euskal Herria. Las últimas décadas en tensión política permanente ha propiciado experiencias inéditas en la cronología centenaria del conflicto. A pesar de que las bajas mortales en ambos lados han sido menores que en la confrontación anterior y a pesar de que el exilio de la Guerra Civil acogió a más de 150.000 vascos a partir del 36, algunas características (saturación de prisioneros, guerra psicológica, presión internacional…) se configuran como si fueran propias de una guerra abierta. Así, entre diez y quince mil vascos han militado de manera más o menos intensa en ETA. Los casi veinte generales del Ejército español muertos por la organización armada en los últimos veinte años, es el mayor número de bajas de este nivel producida en toda la historia del Estado español, incluidas las guerras de liberación americanas.
Si en un principio la pasividad social tras la derrota de la Guerra Civil llevó a ETA a convertirse en la chispa para prender el bosque, los resultados obtenidos hicieron creer que la fase insurrecional estaba cerca. La última fase, a partir del asentamiento de España en Europa, llevó a modificar la estrategia de ETA para que una negociación política reconociese la fortaleza de ambos contendientes y, con ambición, pusiese fin dignamente al período más cercano.
Sin embargo, la modernización del Estado español llevó pareja la asunción de los factores más retr&ógrados que los vértices de las sociedades modernas expresan: intransigencia, uniformidad y reacción. En esta onda la disidencia vasca fue el principal problema para la normalización y legitimización, a la vez que su guerra pendiente. De esta forma, la Administración transmitía una imagen externa de fortaleza inequívoca. Por un lado aplicando los códigos bélicos al uso (ejecuciones extrajudiciales, torturas, secuestros, chantaje, leyes especiales, intoxicación, etc.) y por otra, y puesto que el sistema politico lo permitía, acotando perfectamente la insurgencia y la represión consiguientes. Es decir: guerra sí, pero camuflada.
La última fase ha estado caracterizada por diversas presiones. Para el Gobierno español el elemento civil debe permanecer al margen para poder mantener dentro de sus coordenadas su version particular del conflicto, es decir: Estado de derecho contra terrorismo.
Tras esta constatación, la estrategia de ETA a partir de la ruptura de las Conversaciones de Argel ha ido encaminada a romper los dos principales moldes al margen del policial: el internacional y el civil, para de esta forma presentar realmente el origen del conflicto: España versus Euskal Herria.
En cuanto al apartado estadístico, y a lo largo de su historia, ETA ha ejercitado toda suerte de acciones militares, supliendo en muchas ocasiones con imaginacion la falta de recursos. Si la acción más trascendental fue la muerte del presidente del Gobierno Español, Luis Carrero Blanco (justo un mes despues del secuestro del embajador español en la CEE, Alberto Ullastres) otro tipo de operativos fueron también espectaculares. La colocación de artefactos por medio de submarinistas, el ataque a la sede central del Ministerio de Defensa, la incursión del centro de coordinación telefónica del Estado español o el uso de francotiradores para hostigar tanto a miembros de las fuerzas de seguridad españolas como a altos funcionarios del ejército han sido algunas de las actuaciones más significativas de la organización armada vasca.
La actividad de ETA fue, junto a la intensa y permanente respuesta popular, la causa de la paralización de las obras de la central nuclear de Lemoiz, así como en la década de los setenta, de la solución de conflictos laborales enquistados por la intransigencia patronal. Como también de parte de las transferencias otorgadas por el Gobierno Español a las autonomías de Gasteiz e Iruñea, a pesar de lo complicado que resulte para sus protagonistas el admitir esta tesis.
Durante los años de su existencia la organización armada vasca ha actuado preferentemente y en consonancia con sus objetivos políticos en el sur de Euskal Herria. Pero también lo ha hecho en todas las regiones y nacionalidades peninsulares del Estado Español. Asímismo, la organización vasca ha actuado en épocas recientes contra intereses españoles en Alemania, Italia y Holanda, y en otras más lejanas en Argentina, en donde llegó a asaltar la casa del entonces agregado militar de la embajada hispana, Jaime Milans del Bosch.
El enfrentamiento ha originado casi un millar de muertos, algunos reconocidos en los “partes de guerra” del régimen español y otros, en cambio, no sumados en la estadística. Entre los no declarados se encuentran esos doscientos ciudadanos vascos muertos por la Policia Nacional y la Guardia Civil en Euskal Herria durante los últimos 25 años, a los que habría que añadir los más de 2.000 heridos. La guerra ha tenido también otros sucesos sangrientos y desgraciados, unos en mayor medida que otros.
La supervivencia de ETA en un pulso contra el Estado a todas luces desigual, se mueve precisamente en coordenadas sencillas. Así lo explicaba la propia ETA en una de sus recientes entrevistas: “La nuestra es una estrategia transparente y sin secretos, y no entiende de maquiavelismos ni de la demagogia e hipocresía que hacen gala el gobierno del PSOE y los partidos políticos adscritos a los pactos antiabertzales. Nuestra estrategia tiene unos objetivos bien definidos y claros: el reconocimiento por parte del Estado de los derechos políticos y sociales que se le han arrebatado a nuestro pueblo por la violencia y la fuerza de las armas”