El Papa Francisco bendijo a una persona en silla de ruedas antes de subir al templete instalado en el Colegio de Bachilleres, en compañía del obispo de Juárez, José Guadalupe Torres Campos.
Los asistentes al encuentro con el mundo laboral realizaron una “ola mexicana” como acto de bienvenida al pontífice.
En su visita a un centro de reclusión, el Papa advirtió hoy que el problema de la seguridad pública no se agota solamente encarcelando y urgió a afrontar las causas estructurales y culturales de la inseguridad, que afectan a todo el entramado social.
En su primer acto en esta ciudad, fronteriza con Estados Unidos, el líder católico recorrió el Cereso número 3. A su ingreso saludó a algunos familiares de presos en un túnel interior, mientras en la capilla intercambió palabras con el personal y los capellanes del lugar.
Varios de los 700 detenidos presentes le dedicaron unos cantos antes de los mensajes dirigidos por el obispo responsable de la pastoral carcelaria, Andrés Vargas, y por la interna Evila Quintana. Siguió un intercambio de regalos, el pontífice entregó un crucifijo de cristal obra del maestro Pierluigi Morimanno.
En su discurso Francisco deploró las limitaciones del modelo penitenciario actual y señaló el “camino urgente” a tomar para “romper los círculos de la violencia y de la delincuencia”.
“A veces pareciera que las cárceles se proponen incapacitar a las personas a seguir cometiendo delitos más que promover los procesos de reinserción que permitan atender los problemas sociales, psicológicos y familiares que llevaron a una persona a determinada actitud”, lamentó.
“Ya tenemos varias décadas perdidas pensando y creyendo que todo se resuelve aislando, apartando, encarcelando, sacándonos los problemas de encima, creyendo que estas medidas solucionan verdaderamente los problemas”, añadió.
Denunció que se ha olvidado concentrarse en lo que realmente debería ser la principal preocupación: la vida de las personas y sus familias, la de aquellos que también han sufrido a causa de este círculo de la violencia.
Estableció que las cárceles son un síntoma de cómo está la sociedad, un síntoma –en muchos casos- de silencios y omisiones que han provocado una “cultura del descarte”, un síntoma de una cultura que ha dejado de apostar por la vida, de una sociedad que ha ido abandonando a sus hijos.
Según el obispo de Roma, la reinserción no comienza dentro de las paredes de la cárcel sino que debería comenzar afuera, en las calles de la ciudad, creando un sistema de “salud social” donde existan sanas relaciones en las plazas y en los hogares, donde se prevengan todas las acciones que lastimen a la comunidad.
“La reinserción social comienza insertando a todos nuestros hijos en las escuelas y a sus familias en trabajos dignos, generando espacios públicos de esparcimiento y recreación, habilitando instancias de participación ciudadana, servicios sanitarios, acceso a los servicios básicos, por nombrar sólo algunas”, insistió.
Dirigiéndose a los presos les pidió no olvidar que tienen a su alcance “la fuerza de la resurrección” y de la “misericordia divina” para dejar atrás el dolor de la caída y poder rehacer la propia vida después del arrepentimiento por los actos cometidos.
“Ahora les puede tocar la parte más dura, más difícil, pero que posiblemente sea la que más fruto genere, luchen desde acá dentro por revertir las situaciones que generan más exclusión”, los animó.
“Hablen con los suyos, cuenten su experiencia, ayuden a frenar el círculo de la violencia y la exclusión. Quien ha sufrido el dolor al máximo, y que podríamos decir ‘experimentó el infierno’, puede volverse un profeta en la sociedad”, abundó.