El tribunal que juzga a los jemeres rojos camboyanos escuchará esta semana, 30 años después de los hechos, al fiscal y la defensa en el proceso de “Duch”, el jefe de la prisión de Tuol Sleng, donde unas 15.000 personas fueron torturadas y ejecutadas entre 1975 y 1979. Duch, de 67 años, cuyo verdadero nombre es Kaing Guek Eav, reconoció en forma coherente y reiterada haber dirigido esa siniestra fábrica de torturas, también llamada S-21. Cinco jerarcas del régimen totalitario están detenidos actualmente, pero Duch es el primero en ser juzgado y el único que ha colaborado con la justicia.
Después de 72 días de audiencias, numerosos incidentes, acusaciones de corrupción y presiones del poder político camboyano, el proceso entra en una etapa crucial con los alegatos del procurador, las partes civiles y la defensa. No se espera el veredicto antes del primer trimestre de 2010.
“Es una semana muy importante para el pueblo camboyano y las víctimas del régimen jemer rojo que perdieron a sus allegados”, afirmó Reach Sambath, portavoz del tribunal. “Han esperado tanto tiempo. Por fin se acercan a la paz”, agregó.
La audiencia será transmitida por televisión en todo el país y el tribunal indicó que miles de personas habían pedido acceso a la sala de audiencias, donde un vidrio a prueba de balas separa al público de las partes en el proceso. La corte señaló las pruebas más abrumadoras sobre la responsabilidad de Duch, fiel servidor de la delirante utopía marxista de Pol Pot, que costó la vida a unos dos millones de personas, o sea la cuarta parte de la población de Camboya, muertos a causa de las torturas, de agotamiento o malnutrición.
Los magistrados se basaron en los archivos colosales dejados por los jemeres rojos cuando dejaron el poder, así como fotografías y confesiones escritas, todos registrados escrupulosamente. Los expertos, supervivientes y testigos también hablaron de las uñas arrancadas, las quemaduras, las descargas eléctricas sobre los genitales, los golpes. Un tratamiento destinado a arrancar a esos enemigos, reales o imaginarios, diversas confesiones, aunque fuesen incoherentes.
Después de haber confesado lo que querían escuchar, los torturados eran llevados a Choeung Ek, cerca de Phnom Penh, para ser liquidados. Duch se presentó en la audiencia como un burócrata celoso, ansioso de no decepcionar a sus superiores. Sin embargo, siempre se protegió tras el temor de ser ejecutado él mismo, junto con su familia, para explicar su devoción a la causa.
También desmintió el papel político en la jerarquía jemer roja que le adjudica la fiscalía. La defensa y la acusación deberán concentrarse en la cuestión de la sinceridad de su confesión, de la cual dependerá en último término una condena, o no, a cadena perpetua, la pena máxima considerada por el tribunal.
“Su personalidad es hacer un buen trabajo y agradar a sus superiores. De director de prisión profesional, se ha convertido en acusado profesional”, observó irónicamente Heather Ryan, observadora del proceso para Open Society Justice Initiative.
François Roux, el abogado francés del acusado, quiere inscribir la actitud de su cliente en el centro de la reflexión judicial. “¿Acaso este hombre, que acepta haber cometido crímenes contra la Humanidad, puede volver hoy a la Humanidad?” Otros cuatro dirigentes jemeres rojos esperan en prisión el momento de ser juzgados, quizás en 2011.
Pero ellos desmienten enérgicamente las acusaciones en su contra.