El PRI de hoy tiene muy poco en común con el de hace exactamente nueve años. Aquella mañana del 3 de julio de 2000, el Partido Revolucionario Institucional, que gobernó México durante siete décadas, era un gigante con cara de niño extraviado. En la elección del día anterior, pacíficamente, los mexicanos habían derrumbado su propio muro de Berlín. A los priístas todavía les costaría otra derrota presidencial, en 2006, encontrar la fórmula que el próximo domingo, en los comicios legislativos, pudiera confirmarles en el camino del retorno al poder máximo en México.
La derrota de 2000 le partió el eje rector al PRI. La residencia oficial de Los Pinos ya no sería la sede para dirimir conflictos internos, repartir parcelas de influencia y decidir las candidaturas de todos los niveles. Tras la lucha intestina que provocó en parte la derrota de hace tres años, surgieron los minipresidentes: gobernadores y legisladores se han organizado y forman un politburó que rige las decisiones del partido.
La principal virtud de este esquema es que, por el momento, los minipresidentes se entienden entre sí. En tiempos electorales se prestan operadores políticos, respetan territorios e incluso se dan el lujo de hacer campaña electoral fuera de sus Estados. El máximo exponente de esta nueva cultura, el gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, ha diseñado un ataque electoral al centro del país que este 5 de julio podría mermar históricos bastiones urbanos tanto del PAN (derecha) como del PRD (izquierda).
En este retorno, el PRI prácticamente duplicaría el número de sus diputados federales, lo que unido a alguna sencilla alianza con algún partido satélite le garantizan el control absoluto de la Cámara de Diputados; recobraría municipios clave (Guadalajara, en Jalisco, Ecatepec y Naucalpan en el Valle de México), y retendría gobernaturas estratégicas (Nuevo León, en el norte del país).
Pero todo lo anterior es sólo una cara del poliedro del 5 de julio. Una foto que circula en Internet hace otra lectura de lo que para algunos está en juego en esta jornada electoral. En la imagen se ve un estadio de fútbol. Se enfrentan Políticos y Ciudadanos. La singularidad es que la cancha no es horizontal. La mitad que corresponde a los Políticos está en lo alto de una inclinación de unos 30 grados. Cualquier ataque de los Ciudadanos acabará en infarto del jugador que trate de avanzar contra la pendiente.
Sería una simple broma de Internet si no fuera porque en los dos últimos meses se han multiplicado los llamamientos anónimos y no tan anónimos a anular el voto, a rechazar el sistema de partidos actual mediante la emisión de un sufragio que será descontado por no haber elegido alguna opción partidista (en México no existen las candidaturas independientes). Los que llaman a anular el voto han logrado varias cosas: ser la parte más animada de una campaña descolorida; hacer que políticos irreconciliables se pusieran de acuerdo para defender sus feudos de estos herejes y abrir una incógnita inédita: el 6 de julio habrá que reportar también el número de votos nulos.
Sin el radicalismo de los anulistas, otra de las figuras del proceso que concluye el domingo es Alejandro Martí. Este empresario sufrió hace un año la muerte de su hijo adolescente a manos de una banda de secuestradores. Ya había retado al sistema al gritar frente a todos los poderes, en una reunión sobre inseguridad en el Palacio Nacional: “Si no pueden, renuncien”. Ahora, mediante la recién nacida organización México SOS, Martí rechazó el voto, pero propuso que los candidatos firmaran ante notario un pliego de compromisos para disminuir los índices de impunidad y reducir el número de diputados y senadores. Dos centenares de candidatos corrieron a someterse a la petición del empresario.
Movimientos como el del voto nulo o México SOS cuestionan en la recta final a un proceso electoral que desde el origen era polémico. La herida de la crispada elección presidencial de 2006, cuando Felipe Calderón se impuso por apenas un cuarto de millón de votos, los partidos quisieron cerrarla con una reforma electoral que, entre otras cosas, coarta la libertad de organismos públicos y particulares para comprar espacios publicitarios en radio y televisión.
Y mientras eso pasa en el tapete electoral, México cerró el primer semestre de 2009 con los peores números económicos desde, por lo menos, 1932, cuando el PRI hacía sus pinitos. Los priístas han pedido que se les crea en su propósito de enmienda en lo que a corrupción se refiere, y se presentaron como los únicos que pueden arreglar el desbarajuste que la economía y la inseguridad han provocado. Falta ver si a los del PRI no les ocurre como hace seis años, cuando del proceso de renovación legislativa de 2003 salieron fortalecidos, pero el aroma de la cercanía de Los Pinos revivió la necesidad de un líder único que impidiera que se despedazaran, como de hecho sucedió en 2006