Si ya sé, esto fue el Jueves en la tarde, pero porque hasta hoy pongo algo, es sencillo, Blogspot a tenido problemas y ayer mi escrito apareció cerca de la hora de la comida, hora de México, así que este escrito, que ayer debió haber aparecido, no salió sino hasta que lo puse de nuevo, ahora si, con éxito.
Justicia y legalidad no son la misma cosa… aunque ligados, se trata de valores que poseen una naturaleza distinta. La grandeza de la justicia es que reside en la aspiración de todos los seres humanos.
Para criticar y exigir justicia basta con que se tenga un sentimiento de ella. En cambio, para opinar de legalidad hay que ser jurista o al menos tener conocimientos sobre la ley. Por paradójico que parezca, los jueces no están para hablar de justicia o injusticia, puesto que lo verdaderamente suyo es la legalidad, es decir, el apego a los principios y procedimientos procésales ordenados por la ley. De aquí que pueda decirse que el jurista no es necesariamente justo y también que el justo no es de ordinario jurista.
Esta distinción cobra mayor sentido cuando se constata la ausencia que uno u otro valor causa en nuestras sociedades. En efecto, la privación de la justicia o de la legalidad da por resultado escenarios que, si bien son los dos funestos, poseen contornos inequívocamente desiguales. °Qué son los estados sin justicia decía Agustín de Hipona sino una cuadrilla de bandoleros! La ausencia de justicia representa, puesto brillantemente en estos términos, la privación del rumbo que ayuda al ser humano a discernir sobre el derecho que a cada quien le corresponde.
Precisamente por ello, la ausencia de justicia lanza al ser humano al gobierno de los tiranos y de su inconfundible arbitrariedad… en contraste, la ausencia de ley y legalidad suele llevar las cosas aún más lejos: es el fin de la coexistencia pacífica entre los seres humanos. °Qué sería del mundo sin el Estado que aplique la ley le contestaría Hobbes a San Agustín sino un lugar de guerra permanente! En efecto, sin legalidad no hay verdad jurídica que ponga fin a los conflictos, y sin ella tampoco existe un puerto último dónde se detenga la escalada de los desahogos y las pasiones. Sin ley que contenga la crisis entre los seres humanos, ni legalidad que le dé tratamiento para deshincharla, el puerto último de cualquier conflicto es el estallamiento y la conflagración.
Para los que creen que ayer en el Congreso de la Unión, hubo una injusticia, les dejo el pensamiento de que esto va a tener un peso en la legalidad, así que los jueces serán quienes diriman este asunto y así veremos que fin tiene todo esto..
El reto para el movimiento que el ahora desaforado alcalde de la ciudad de México habrá de enfrentar en las próximas horas es el de saber administrar, por un lado, una muy fuerte sensación de injusticia y, por el otro, la convicción de que es sobre el camino de la legalidad, que no sobre el de la violencia y la revolución, donde deberá construirse su estrategia de resistencia. Por lo pronto es de celebrarse que haya pedido llegar solo al Palacio de San Lázaro. También lo es que haya querido presentarse en solitario al juzgado en el reclusorio donde su caso será tratado. Todos estos son gestos que dan tranquilidad, dentro de un futuro incierto, sobre la conducción que de ahora en adelante imprimirá este líder de la izquierda sobre su movimiento.
Más aún, son gestos que anuncian la superioridad de su conciencia respecto de la de sus enemigos.
Es difícil negar que hoy por hoy López Obrador ya convenció de una cosa: que el castigo que le están imponiendo es mayor al delito que supuestamente cometió. Sobre este argumento se basa la sensación de injusticia que hoy campea entre los mexicanos. En revancha, ahora le toca al desaforado contenerse para demostrar que el sí conoce sobre la justicia y que en este delicado momento tal cosa quiere decir apegarse a la legalidad.
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