El mundo de la belleza, el glamour y las redes sociales a menudo actúa como una cortina de humo brillante que oculta realidades domésticas aterradoras. Pocos casos han ilustrado esta dicotomía con tanta crudeza como el de Kristina Joksimovic, la ex finalista de Miss Suiza cuyo nombre pasó de las pasarelas a los informes forenses más macabros en febrero del año pasado. A casi dos años de aquel suceso, es imperativo no solo recordar a la víctima, sino diseccionar el «por qué» y el «cómo» para entender la violencia estructural contra las mujeres.
Este no fue un crimen pasional, término que debemos erradicar de nuestro vocabulario; fue un acto de deshumanización total. A continuación, exploramos las dimensiones de este caso que sigue conmocionando a Europa y al mundo.
1. La deshumanización absoluta de la víctima
Lo que distinguió el asesinato de Kristina Joksimovic de otros casos de violencia doméstica fue el nivel de sadismo técnico empleado por su agresor. No bastó con quitarle la vida; hubo una intención clara de borrar su existencia física de la faz de la tierra. Los detalles que emergieron de la investigación en Binningen, Suiza, fueron más propios de una película de terror que de la crónica policial habitual.
El informe de la autopsia reveló que Kristina Joksimovic fue estrangulada antes de ser desmembrada con herramientas de jardín, cuchillos y una sierra de calar. Sin embargo, el horror no terminó ahí. Su esposo, conocido en los medios como «Thomas», utilizó una licuadora de mano para «hacer puré» partes de su cuerpo y disolverlas en soluciones químicas. Este acto final no busca solo ocultar un delito; busca anular la dignidad humana de la mujer. En el análisis de la violencia de género, el desmembramiento es el último grito de posesión: «si no eres mía, no serás nada, ni siquiera un cuerpo».
2. La falacia de la «autodefensa» en el feminicidio
Una de las tácticas más comunes y repulsivas en los juicios por feminicidio es la inversión de la culpa. En el caso de Kristina Joksimovic, su esposo intentó inicialmente alegar defensa propia. Thomas declaró a las autoridades que ella lo había atacado con un cuchillo y que él, en un acto de pánico, acabó con su vida.
Sin embargo, la ciencia forense desmontó esta narrativa con rapidez. Los expertos determinaron que la causa de la muerte fue estrangulamiento, una forma de asesinato que requiere tiempo, fuerza sostenida y una voluntad inquebrantable de matar mientras se mira a la víctima a los ojos. No hay «accidente» en el estrangulamiento. Además, el comportamiento posterior —la metódica destrucción del cuerpo de Kristina Joksimovic— es incompatible con un estado de pánico o shock traumático inmediato. Fue un proceso calculado, frío y prolongado. Esta estrategia de defensa pone de manifiesto cómo el sistema judicial a menudo se convierte en un segundo escenario de violencia, donde la víctima, ya silenciada, es difamada para salvar al agresor.
3. El mito de la «pareja perfecta» en redes sociales
Antes de su muerte, la vida digital de Kristina Joksimovic proyectaba la imagen del éxito: una entrenadora de pasarela respetada, una madre amorosa y una esposa en una relación aparentemente estable. Vivían en una zona acomodada de Basilea, con vistas panorámicas y lujos que, para el observador externo, sugerían seguridad.
Este caso nos obliga a cuestionar nuestra percepción de la seguridad basada en el estatus socioeconómico. La violencia contra las mujeres es transversal; no distingue entre clases sociales, niveles educativos o cuentas bancarias. De hecho, el entorno de «clase alta» a menudo añade una capa de silencio: la presión por mantener las apariencias («el qué dirán») puede ser una prisión tan fuerte como la dependencia económica. Kristina Joksimovic vivía en una jaula de oro que se convirtió en una trampa mortal. Las fotos sonrientes en Instagram no captaban la tensión, el control coercitivo o el miedo que probablemente precedieron al desenlace fatal.

4. Señales previas y la respuesta institucional
Tras el asesinato de Kristina Joksimovic, surgieron informes que indicaban que la policía ya había acudido al domicilio anteriormente por incidentes de violencia doméstica. Este es un patrón recurrente y trágico: el feminicidio rara vez es un evento aislado; es la cúspide de una pirámide de violencia que escala con el tiempo.
Aquí radica la crítica más dura hacia el sistema de protección. Si las autoridades tenían conocimiento de conflictos previos, ¿por qué fallaron los mecanismos de evaluación de riesgo? En muchos casos de violencia de género, se subestima la peligrosidad de agresores que parecen «ciudadanos respetables». Thomas, siendo un empresario, probablemente no encajaba en el perfil estereotipado de un maltratador a ojos de la policía local, lo que pudo haber relajado la vigilancia. La muerte de Kristina Joksimovic es un recordatorio sangriento de que la violencia no tiene rostro de monstruo hasta que es demasiado tarde; a menudo tiene el rostro de un padre de familia exitoso.
5. La psicopatía integrada y el control
El perfil psicológico que emerge del asesino de Kristina Joksimovic apunta a lo que los expertos llaman rasgos de sadismo y falta de empatía. Según los informes del Tribunal Federal de Lausana, Thomas mostró un «nivel notablemente alto de energía criminal». Lo aterrador es su capacidad para mantener una fachada de normalidad mientras ejecutaba actos atroces.
La violencia contra las mujeres a menudo se alimenta de una necesidad patológica de control. Cuando Kristina Joksimovic quizás intentó ejercer su autonomía o desafiar ese control, la respuesta fue la aniquilación total. El uso de químicos y maquinaria industrial doméstica para deshacerse de ella denota una frialdad que congela la sangre. No fue un arrebato de locura momentánea; fue la ejecución de un poder absoluto sobre el cuerpo de su esposa.
Reflexión Final: El legado de una tragedia
A casi dos años de su muerte, el nombre de Kristina Joksimovic no debe quedar reducido a un titular sensacionalista sobre licuadoras y químicos. Ella fue una mujer con sueños, una madre de dos hijos cuyas vidas han quedado irrevocablemente destrozadas, y una profesional que dedicó su vida a empoderar a otras mujeres en el escenario.
La justicia para Kristina Joksimovic no solo implica una sentencia de cadena perpetua para su asesino. La verdadera justicia social implica desmantelar las estructuras que permitieron que esto ocurriera. Implica dejar de preguntar «¿por qué ella no se fue?» y empezar a preguntar «¿por qué él creyó que tenía derecho a matarla?». Implica entender que la violencia vicaria y el feminicidio son pandemias que no se curan con dinero ni con estatus.
La intervención externa y la presión mediática, en este caso, sirvieron para que el sistema judicial suizo no pudiera mirar hacia otro lado ante la atrocidad de los hechos. Sin embargo, la prevención llegó tarde. Kristina Joksimovic es hoy un símbolo trágico de la vulnerabilidad femenina ante la violencia machista extrema, recordándonos que el peligro más letal para una mujer a menudo duerme en su propia cama.
Que su memoria sirva como un llamado de atención perpetuo: ni una menos, ni en los barrios marginados ni en las mansiones de Suiza. La violencia es la misma, y el silencio, su mejor cómplice.








