Benedicto XVI, que el jueves inicia su jubilación para convertirse en papa emérito, deja atrás una Iglesia en crisis, asediada por el escándalo sexual, las divisiones internas y una grey menguante, pero también entrega un legado sólido: Si bien la renuncia misma fue su acción más importante, Benedicto XVI también puso discretamente a la Iglesia de nuevo en un camino conservador y tradicional.
El pontífice emérito, de 85 años, tenía la firme convicción de que muchos de los males que afligen a la Iglesia tenían su origen en una lectura errónea de las reformas logradas en el II Concilio del Vaticano.
Insistía en que las sesiones de 1962-1965 que llevaron a la Iglesia a una era moderna no constituyeron una ruptura radical con el pasado, tal como pretendían demostrar muchos liberales, sino más bien una continuación de las mejores tradiciones de la milenaria Iglesia.
Benedicto XVI fue el papa maestro, un catedrático de teología que convirtió sus audiencias generales de los miércoles en clases magistrales sobre la fe católica y la historia, sobre santos y pecadores que contribuyeron a ella.
Entre sus enseñanzas, trató volver a la esencia misma de la cristiandad. No produjo volúmenes de encíclicas como su predecesor, sólo tres: sobre la caridad, la esperanza y el amor.
Ha sido considerado por muchos como el más grande teólogo de los últimos tiempos, habiendo escrito más de 65 libros, desde el clásico “Introducción al Cristianismo” de 1968 hasta el último volumen de su tríptico “Jesús de Nazaret”, del año pasado.
Pasó muchos años en las aulas, como estudiante y después como maestro de dogma y teólogo fundamental en las universidades de Bonn, Muenster, Tuebingen y Regensburg, Alemania.
Benedicto XVI nunca aspiró al papado y no adoptó con facilidad los rigores del cargo. Fue elegido el 19 de abril del 2005 después de uno de los cónclaves de menor duración en la historia. A los 78 años, se convirtió en el pontífice de mayor edad en 275 años y el primer alemán en casi un milenio.
Inicialmente era muy rígido.
Giovanni Maria Vian, director editorial del diario del Vaticano L’Osservatore Romano, recordó que, en sus primeros días, Benedicto XVI solía saludar a las masas con un incómodo gesto victorioso “como si fuese un atleta”.
“Alguien le aconsejó que ese no era un gesto papal”, dijo Vian. Benedicto XVI cambió de gesto, optando por una postura más abierta y con un movimiento de dedos casi afeminado como una manera de conectarse con la multitud.
“Nadie nace siendo papa”, agregó Vian.
Benedicto XVI aprendió lentamente.
La gente, que se acostumbró a un cuarto de siglo con el superastro Juan Pablo II, aprendió a querer al erudito Benedicto XVI, de voz suave.
Viajó mucho menos que su predecesor, el papa viajero, y ofició misas cargadas de latín y cantos gregorianos, con vestimentas de seda brocada que se usaban antes del segundo concilio vaticano.
A Benedicto XVI le sorprendió la cálida recepción que tuvo al igual que la dura crítica que provocó toda vez que las cosas no fueron bien, como cuando levantó la excomunión a un obispo que llegó a negar que el holocausto judío hubiera existido.
Para alguien como él, un teólogo que durante décadas trabajó hacia la reconciliación entre católicos y judíos, la indignación fue virulenta y dolorosa.
El papa también se sintió abrumado por lo que calificó de “inmundicia” de la iglesia: los pecados y los delitos de sus sacerdotes.
En su calidad de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Benedicto XVI vio de primera mano el abuso sexual desde la década de 1980, cuando trató infructuosamente de persuadir al departamento legal del Vaticano que permitiera destituir rápidamente a los sacerdotes abusivos.
Sin embargo, fue finalmente en 2001 cuando logró ordenar que todos los casos de abusos fuesen enviados a su oficina para revisarlos.
“Solíamos hablar sobre los casos los viernes, que él llamaba el viernes de penitencia”, comentó el obispo Charles Scicluna, que trabajó con Ratzinger antes de que se convirtiera en el papa Benedicto XVI y fue el fiscal para delitos sexuales desde el 2002 hasta el 2012. Durante su papado, Benedicto XVI nunca sancionó a un solo obispo por encubrir los abusos sexuales.
“Desafortunadamente, el legado del papa Benedicto XVI es uno de énfasis erróneo, oportunidades perdidas y gestos laterales en vez de cambios desde el centro”, destacó Terrence McKiernan, que dirige el sitio BishopAccountability.org, una fuente cibernética que documenta el abuso.
Benedicto XVI también se retira con malas notas de los católicos liberales, que se sintieron abandonados por un papa que parecía revertir las reformas modernizadoras del Vaticano II y sancionó a las monjas del Vaticano que parecían haberse descarriado de su doctrina ortodoxa.
Algunos sacerdotes actualmente viven en rebelión abierta con la enseñanza eclesiástica, instando a un cambio de pensamiento sobre toda clase de tópicos, desde la homosexualidad y la ordenación de mujeres hasta el celibato sacerdotal.
Benedicto XVI ya no estará en el Vaticano para contarlo. Su trabajo ha terminado.
El papa saliente dijo a las 150.000 personas que acudieron a escuchar su último discurso: “Amar a la Iglesia significa tomar decisiones difíciles y dolorosas, tengan siempre en mente el bienestar de la Iglesia, no de uno mismo“.
El pontífice emérito, de 85 años, tenía la firme convicción de que muchos de los males que afligen a la Iglesia tenían su origen en una lectura errónea de las reformas logradas en el II Concilio del Vaticano.
Insistía en que las sesiones de 1962-1965 que llevaron a la Iglesia a una era moderna no constituyeron una ruptura radical con el pasado, tal como pretendían demostrar muchos liberales, sino más bien una continuación de las mejores tradiciones de la milenaria Iglesia.
Benedicto XVI fue el papa maestro, un catedrático de teología que convirtió sus audiencias generales de los miércoles en clases magistrales sobre la fe católica y la historia, sobre santos y pecadores que contribuyeron a ella.
Entre sus enseñanzas, trató volver a la esencia misma de la cristiandad. No produjo volúmenes de encíclicas como su predecesor, sólo tres: sobre la caridad, la esperanza y el amor.
Ha sido considerado por muchos como el más grande teólogo de los últimos tiempos, habiendo escrito más de 65 libros, desde el clásico “Introducción al Cristianismo” de 1968 hasta el último volumen de su tríptico “Jesús de Nazaret”, del año pasado.
Pasó muchos años en las aulas, como estudiante y después como maestro de dogma y teólogo fundamental en las universidades de Bonn, Muenster, Tuebingen y Regensburg, Alemania.
Benedicto XVI nunca aspiró al papado y no adoptó con facilidad los rigores del cargo. Fue elegido el 19 de abril del 2005 después de uno de los cónclaves de menor duración en la historia. A los 78 años, se convirtió en el pontífice de mayor edad en 275 años y el primer alemán en casi un milenio.
Inicialmente era muy rígido.
Giovanni Maria Vian, director editorial del diario del Vaticano L’Osservatore Romano, recordó que, en sus primeros días, Benedicto XVI solía saludar a las masas con un incómodo gesto victorioso “como si fuese un atleta”.
“Alguien le aconsejó que ese no era un gesto papal”, dijo Vian. Benedicto XVI cambió de gesto, optando por una postura más abierta y con un movimiento de dedos casi afeminado como una manera de conectarse con la multitud.
“Nadie nace siendo papa”, agregó Vian.
Benedicto XVI aprendió lentamente.
La gente, que se acostumbró a un cuarto de siglo con el superastro Juan Pablo II, aprendió a querer al erudito Benedicto XVI, de voz suave.
Viajó mucho menos que su predecesor, el papa viajero, y ofició misas cargadas de latín y cantos gregorianos, con vestimentas de seda brocada que se usaban antes del segundo concilio vaticano.
A Benedicto XVI le sorprendió la cálida recepción que tuvo al igual que la dura crítica que provocó toda vez que las cosas no fueron bien, como cuando levantó la excomunión a un obispo que llegó a negar que el holocausto judío hubiera existido.
Para alguien como él, un teólogo que durante décadas trabajó hacia la reconciliación entre católicos y judíos, la indignación fue virulenta y dolorosa.
El papa también se sintió abrumado por lo que calificó de “inmundicia” de la iglesia: los pecados y los delitos de sus sacerdotes.
En su calidad de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Benedicto XVI vio de primera mano el abuso sexual desde la década de 1980, cuando trató infructuosamente de persuadir al departamento legal del Vaticano que permitiera destituir rápidamente a los sacerdotes abusivos.
Sin embargo, fue finalmente en 2001 cuando logró ordenar que todos los casos de abusos fuesen enviados a su oficina para revisarlos.
“Solíamos hablar sobre los casos los viernes, que él llamaba el viernes de penitencia”, comentó el obispo Charles Scicluna, que trabajó con Ratzinger antes de que se convirtiera en el papa Benedicto XVI y fue el fiscal para delitos sexuales desde el 2002 hasta el 2012. Durante su papado, Benedicto XVI nunca sancionó a un solo obispo por encubrir los abusos sexuales.
“Desafortunadamente, el legado del papa Benedicto XVI es uno de énfasis erróneo, oportunidades perdidas y gestos laterales en vez de cambios desde el centro”, destacó Terrence McKiernan, que dirige el sitio BishopAccountability.org, una fuente cibernética que documenta el abuso.
Benedicto XVI también se retira con malas notas de los católicos liberales, que se sintieron abandonados por un papa que parecía revertir las reformas modernizadoras del Vaticano II y sancionó a las monjas del Vaticano que parecían haberse descarriado de su doctrina ortodoxa.
Algunos sacerdotes actualmente viven en rebelión abierta con la enseñanza eclesiástica, instando a un cambio de pensamiento sobre toda clase de tópicos, desde la homosexualidad y la ordenación de mujeres hasta el celibato sacerdotal.
Benedicto XVI ya no estará en el Vaticano para contarlo. Su trabajo ha terminado.
El papa saliente dijo a las 150.000 personas que acudieron a escuchar su último discurso: “Amar a la Iglesia significa tomar decisiones difíciles y dolorosas, tengan siempre en mente el bienestar de la Iglesia, no de uno mismo“.