El tema no es si votamos en blanco, si no votamos o si estamos hartos. El tema es a quién o a quiénes les conviene que usted y yo estemos perdiendo el tiempo con esta bonita ocurrencia.
Como usted sabe, en los últimos días, a muchos medios les ha dado por debatir si vale la pena votar o no el 5 de julio.
Y como México y el mundo entero están pasando por un proceso de decepción generalizada, pues la gente se encendió.
Que si vamos a vengarnos de los políticos, que si las elecciones no funcionan, que si la derecha, que si la izquierda, que si Italia, que si Argentina.
Resultado: otra campaña de miedo, otra guerra sucia, otro circo más para la colección.
Mire, ni nos confundamos ni nos dejemos manipular.
Pretender que votando en blanco vamos a provocar un cambio social, que le vamos a meter un susto a la autoridad o que nos vamos a vengar de nuestros políticos es tan absurdo como invitar a la gente a cambiar sus focos por velas para sembrar el pánico en la compañía de luz.
¿Usted cree que si hoy desenchufara su casa de la red de suministro eléctrico, los señores de Luz y Fuerza o de la Comisión Federal de Electricidad se pondrían a temblar histéricos?
¡Por supuesto que no! Se atacarían de la risa porque el único perjudicado sería usted al regresar a la era de las cavernas.
Piénselo y aunque se uniera con su colonia, con su ciudad o con su estado, una cosa es una inconformidad y otra, la satisfacción de una necesidad.
Las elecciones no tienen la culpa de que México no cuente con políticos capacitados, de que nuestro sistema de partidos no funcione ni de que la reforma electoral sea una desgracia.
Tampoco son responsables de que nadie pueda votar por candidatos independientes, de que a usted y a mí nos esté yendo peor que nunca o de que odiemos a determinadas personas, a ciertas agrupaciones o a todo el sistema.
Las elecciones, nuestras elecciones, tal como las estamos viviendo ahora, son un privilegio que tardamos años en conquistar.
¿A usted ya se le olvidó que hubo gente que luchó y murió para que pudiéramos votar? ¿Ya se borró de la memoria cómo se votaba antes? ¿Ya no se acuerda de lo que pasaba en otros años?
Probablemente nuestros políticos no sean los mejores del mundo, nuestros partidos sean espantosos, México se esté hundiendo y el planeta se esté desmoronando, pero nada de esto tiene que ver con las elecciones del 5 de julio.
Nuestra democracia es más joven de lo que creemos y si atentamos contra ella hoy jamás permitiremos que se desarrolle una clase política a su altura, un sistema de partidos eficiente ni que se plantee una reforma electoral perfecta.
La democracia no es un producto milagro que en menos de tres minutos corrija todos los problemas de un país, una vacuna que haga que todos los políticos trabajen bien a la primera o una cancha de futbol donde sólo gane nuestro equipo favorito.
La democracia es el principio de nuestras libertades, un proceso lento pero capaz de llevarnos a obtener resultados.
Sí, hay personas que honestamente piensan que el voto en blanco es una alternativa. Están en su derecho a pensarlo y a manifestarlo.
Pero desgraciadamente sus ideas coinciden, por un lado, con una nada sutil campaña de desprestigio hacia todo lo que tenga que ver con el IFE, la política y los partidos.
Por el otro, con muchos medios a los que no les queda más remedio que tomar estas notas ante la imposibilidad de tomar otras por diferentes y dolorosas razones.
Y, por último, con los resultados que más le convienen a quienes hoy están en el poder.
A lo mejor las elecciones del 5 de julio están sobrevaloradas, a lo mejor van a ser una catástrofe de abstencionismo o a lo mejor no van a arrojar resultados que vayan a poner de buen humor a la población.
Pero algo bueno habrá en ellas, en la democracia, en el IFE, en la política y en los partidos como para que algo o alguien esté tan preocupado en convencer a la población de que no funcionan o al menos de que no funcionan tan bien como nuestros poderes fácticos.
El tema no es si votamos en blanco, si no votamos o si estamos hartos. El tema es a quién o a quiénes les conviene que usted y yo rechacemos a la democracia y a nuestras instituciones, a quién le conviene que nos hartemos y nos rindamos. ¿A quién? ¿A quiénes?