El narco ataca cada día con más crueldad. El Ejército mexicano lo enfrenta con unos 40 mil efectivos. Y de acuerdo con el informe más riguroso a la fecha (el de la CNDH, diciembre 2008), sólo tres asesinatos fuera de combate y seis casos de tortura eran claramente imputables al cuerpo armado.
Una muerte o tortura es inaceptable. Inaceptable. Pero en una guerra de 32 meses y 12 mil ejecutados, ¿esas cifras desnudan a un Ejército genocida y torturador?
Se entiende que lo afirmen, sin una incontrovertible serie de reportajes de por medio, algún diario, semanario o blog. ¿Pero los arrebatos verbales de la CNDH, o los exabruptos de analistas de presunta reputación, que se sirven de la polémica sobre el fuero militar para exagerar y mentir con increíble ligereza documental?
Este no es un asunto de fe. Van 32 meses y ¿cuál es nuestra Tiger Force, nuestra matanza de Panzós, nuestro Sabra y Chatila? ¿En dónde están las comunidades arrasadas? ¿La sistemática cadena de violencia sexual por donde cruzan los soldados? ¿Cuál es nuestro Estadio Nacional de Santiago de Chile?
Tiene razón el ombudsman de la Defensa Nacional al afirmar que el narco usa a la CNDH, y a quien pueda, para dañar la imagen del Ejército. Los criminales también están en lo suyo: la propaganda política.
La defensa de los derechos humanos no pasa por la fraseología ni la superstición, sino por una denuncia puntual de hechos. Muchas organizaciones cubren esta guerra desde el principio. Treinta y dos meses después, sólo han logrado acreditar pocos casos inconexos de abuso militar.
De ahí la pregunta, ¿quiénes y por qué están tan excitados con la idea de que el mexicano es un pinochetista Ejército genocida, violador y torturador?