Un grupo polÃtico que representa a poco más de 20% de los ciudadanos en edad de votar (15 millones de electores, de un padrón que hace tres años fue de alrededor de 73 millones de ciudadanos) es el que gobierna actualmente a más de 100 millones de mexicanos.
Es decir, hoy menos que nunca puede nadie presumir o asumir que gobierna a México â??por mandato de las mayorÃasâ?. Por el contrario, una minorÃa sin contrapesos reales, apoyada en poderes fácticos, en complicidades y cuotas de poder administradas por una partidocracia, está tomando decisiones en nombre de las mayorÃas nacionales, en beneficio de intereses particulares y por encima del interés colectivo de la sociedad.
Desde esas minorÃas privilegiadas surgen hoy los llamados irreflexivos a no votar. Irreflexivos porque no ofrecen alternativa u opción: simplemente le piden a unos 77.8 millones de mexicanos en edad de votar que sigan siendo rehenes de voluntades ajenas y que abandonen, den la espalda, renuncien a la más preciada de sus libertades: la de decidir. Es una consigna encaminada a un objetivo claro: que todo siga igual, que nada cambie. Más de lo mismo, pues.
Hasta nuestra autoridad electoral, el IFE, obligada constitucionalmente a promover el voto, ha caÃdo en la trampa del falso dilema y se plantea el absurdo de poner a debate si los mexicanos renuncian o no a una de las más preciadas de sus libertades.
Las páginas de EL UNIVERSAL ya dieron cuenta de este gravÃsimo retroceso democrático: según datos del IFE y de la Facultad de Derecho de la UNAM, durante las últimas cuatro elecciones federales (1997, 2000, 2003, 2006), en un acumulado de más de 91 millones de mexicanos que dejaron de sufragar para designar a diputados federales y llevaron a nuestro sistema electoral a niveles de abstencionismo que han alcanzado 58% del padrón electoral.
Max Weber definió a la partidocracia como un grupo social de â??profesionalesâ? involucrado activamente en la cosa pública, que vive de la polÃtica y no para la polÃtica. El ciudadano mexicano está secuestrado por esa partidocracia: los partidos polÃticos dominantes que mantienen y mantendrÃan (de continuar creciendo el abstencionismo) su completo control sobre la sociedad.
Las exigencias sociales del cambio están secuestradas por la partidocracia y por una reforma electoral por ella promovida y aprobada, que no dejó espacios a la sociedad civil. Resulta toda una perversión el que esa partidocracia quiera suprimir hoy a la sociedad civil de la participación polÃtica, al tiempo que dice actuar en su nombre para beneficio de sus muy particulares intereses.
Este secuestro, esta irritante indefensión ciudadana, es en buena medida la causa del rechazo social al efecto mayor de la polÃtica: llevar al poder a funcionarios ineptos, que mienten y no cumplen sus promesas o que resultan ineptos para el encargo público. Vale señalar aquà que Convergencia ha propuesto, para acabar con esta indefensión ciudadana, que se revoque el mandato a esos funcionarios, que se les mande a sus casas sin perjuicio de la responsabilidad legal en que incurran.
Una reflexión más: en el llamado a no votar se han distinguido voces sobresalientes de los medios de comunicación, particularmente los electrónicos. No es de extrañar: el interés de las burocracias polÃticas cobijadas por la partidocracia siempre tiende a capturar a los medios de comunicación porque los medios y sus contenidos orientan los posicionamientos polÃticos del ciudadano. Este juego, por supuesto, no es ajeno al propio interés de los medios.
Quien no vote en las elecciones del próximo 5 de julio se desentenderá de lo que el Congreso de la Unión haga o deje de hacer por México y por el futuro de los mexicanos. La ciudadanÃa verá entonces enajenados sus derechos de participación en un sistema polÃtico gobernado y controlado por los propios partidos polÃticos a los que ella dio origen y razón de ser