En la esquina de Orozco y Berra, colonia Lindavista (Distrito Federal), Carla trata de convencer a un cliente. No lo logra. â??No hay gente en la calle. Esto está muertoâ?. Ella no es escéptica. â??Me estoy cuidando, todos los dÃas tomo Aderogil y Redoxón con jugo de naranjaâ?. Enfermarse es un lujo que no puede darse: â??Primero veo que el cliente no esté enfermo. Si tiene gripa, no acepto. Además, nada de que esté encima de mÃ, evito su aliento, sólo acepto algunas posiciones que son menos riesgosas. Le pido que se lave las manos antes y despuésâ?.
El martes 28 de abril, asegura, funcionarios de la SecretarÃa de Salud del DF (cuyos nombres olvidó) ofrecieron una plática a las trabajadoras sexuales. â??Sólo nos dijeron que tomáramos precauciones. Y que si era necesario, nos iban a sacarâ?.
Cinthya también asistió a la plática, y eso la decidió a usar guantes durante uno de sus servicios. No le fue bien, â??el cliente se enojó, pero ni modo. Si no nos cuidamos nosotras, nadie lo va a hacerâ?.
Carla y Cinthya aceptan que sólo algunas de sus compañeras se cuidan para evitar un contagio de influenza. â??Si muchas no se cuidan para evitar el VIH, ¡menos se van a cuidar con esto! Si un cliente les ofrece 100 ó 200 pesos más, aceptan no usar condónâ?.
Son las dos de la tarde. En la calle de Santo Tomás nadie se acuerda de una de las principales recomendaciones sanitarias. Esta pequeña arteria, a una cuadra de Anillo de Circunvalación, en los alrededores de La Merced, es sede del único espectáculo multitudinario que no ha sido cancelado: cerca de 30 trabajadoras sexuales realizan una pasarela, invitando a sus espectadores a hacer algo más que mirar. Son pocos los que aceptan. Este es el reino de los voyeur. Quizá sean 150 ó más quienes se apiñan en este reducido espacio, pero menos de 10 llevan el trozo de tela azul sobre su boca.
Cerca, en la avenida San Pablo, una mujer alta y delgada termina su paleta helada. Lleva un vestido rosa que combina con sus zapatillas de plataforma. Dice que cobra 150 pesos. â??¿Qué precauciones tomas para evitar un contagio?â?. Se ofende: â??¡Claro que me cuido. Si quieres uso tapabocas!â?.
Alejandra Gil preside la Asociación Pro Apoyo a Servidores Sexuales, que forma parte de la Red de Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe. Ella representa a algunas de las trabajadoras sexuales de Sullivan, Buenavista y de ciertos estados del paÃs. No se explica por qué ninguna caravana de salud ha ido a los lugares donde se ejerce el trabajo sexual. â??Para el gobierno no existimos en el planeta; sólo existimos cuando nos quieren afectar, cuando nos involucran en la trata o en la prostitución infantil, pero cuando pueden hacer algo para nosotros, no lo hacenâ?.
Asegura que, sin embargo, los y las trabajadoras sexuales toman sus propias precauciones, para lo cual les dieron, ella misma y un médico voluntario, pláticas durante los primeros dÃas de la emergencia. â??Se recomienda no tener un contacto directo, cara a cara, con los clientes. También se sumó el uso del lÃquido antibacterial y se les dijo que no se estuvieran agarrando la cara o se tallaran los ojosâ?.
La activista añade que las medidas de precaución recomendadas a sus compañeros esta vez se suman a las que ya toman en forma cotidiana para evitar contagios de VIH y otras enfermedades: â??Nunca hay besos, siempre se usa el condón y nos lavamos las manos antes y cuando terminamos una relaciónâ?.
Las calles de Cadiz y Aragón, casà esquina con Tlalpan, contrastan con el resto de la ciudad. Ahà hay congestionamiento vehicular. Los autos pasan lo más lento posible. Son las 6 de la tarde y hay cerca de 15 trabajadoras sexuales en cada una de estas calles. Al conductor del Tsuru que se detuvo para preguntar por el costo del servicio, sólo se le miran sus pequeños ojos; es lo único que no cubre su mascarilla. â??Te cuesta 500, pero te lo dejo en 450. Incluye posiciones y francésâ?. El conductor pregunta si no importa la influenza. Sandra sonrÃe con picardÃa: â??No hay que creerles todoâ?.
Sandra no acepta la entrevista porque está trabajando. Quien sà accede es la mujer que observa desde una silla en la banqueta. Cuenta que ellas pertenecen a Brigada Callejera, organización que brinda servicios de salud a quienes ejercen el trabajo sexual. El martes 28 de abril, dice, representantes de un centro de salud las convocaron para una plática sobre influenza, pero â??nos negamos a escucharla, no nos interesó porque viene del gobiernoâ?¦ Lo que están haciendo es una tela [de humo] para subir las cosas. Al rato nos van a decir que Pemex ya es de Estados Unidosâ?.
Enumera los exámenes y chequeos que se realizan â??las muchachasâ?, gracias a Brigada Callejera: â??Se hacen exámenes de VIH, del virus del papiloma… Para nosotras es más fuerte el VIH, por eso todas usan condón y siempre se lavan las manos antes y después de un servicio. No es tan bonito agarrar a otra persona que uno no sabe qué traeâ?.
También tiene un reproche: â??Con esto sólo bajó la clientelaâ?.
Desde que se creó la Red de Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe, en 1997, uno de sus reclamos a los gobiernos ha sido que se brinden servicios de salud y programas de prevención a quienes ejercen el comercio sexual, sobre todo porque representan una población en mayor riesgo de contraer enfermedades.
En su página de internet, la red señala que â??el estigma y la discriminación asociados con el trabajo sexual han contribuido a mantener a las trabajadoras sexuales lejos de los servicios de salud y de los programas de prevenciónâ?. Por ello, tiene entre sus objetivos lograr acceder â??a una atención integral de nuestra salud y no solamente de nuestros genitalesâ?. En tiempos de emergencia sanitaria por una epidemia, su reclamo es vigente como nunca.
Son casi las 12 de la noche y en la calzada Pantitlán (ciudad Nezahualcóyotl) se antoja insÃpido el table dance denominado El sabor de la noche. Otros table de la zona prefirieron no abrir. Quienes no paran son los travestis que, en pequeños grupos, se reúnen a lo largo de la avenida. Para ellos, la influenza no representa un riesgo; â??le tenemos más miedo a los policÃasâ?, dice uno de ellos, que solicita anonimato. Cuenta que policÃas municipales y estatales por lo menos una vez a la semana los amenazan y extorsionan. â??De ellos sà que tenemos que cuidarnosâ?¦. Sobre el virus no estamos tomando precaucionesâ?¦ ¿Cómo vamos a creer si nos han engañado tanto en otros sexenios?â?.
La misma incredulidad la tiene Chenoa. Trabaja en Sullivan y asegura que sà toma precauciones, pero para evitar que la contagien de cualquier otro virus. Mientras habla de su desconfianza hacia el gobierno, se acerca una mujer para compartir un cigarro y platica que está en alerta porque â??dijeron que nos iban a quitarâ?. Chenoa, con tranquilidad, le responde: â??Si nos quitan, que nos paguen lo que ganamos al dÃa, como le van a hacer con los meseros. Además, si no nos quitaron cuando vino el Papa, ¿tú crees que nos van a quitar ahora?â?