El ascenso de China en la escena mundial en esta década tomó varias formas. Los Juegos Olímpicos de Beijing. Los miles de millones de dólares que prestó a Estados Unidos. Su descomunal crecimiento económico. Se hizo patente también en los robos de tapas de alcantarillados en las calles de todo el mundo. Primero en Taiwán, en el 2003. Después en Londres. También en Chicago, donde hubo que reemplazar 150 tapas. Los ladrones las venden a intermediarios que a su vez la envían a China, donde hay una gran demanda de hierro para los rascacielos de Shanghai, Beijing y otras ciudades. El boom de la construcción en China se refleja así en las calles de ciudades de todo el planeta.
Para China, esta fue una década única, en la que comenzó a dar forma a un nuevo orden mundial. Luego de pasar las décadas de 1980 y 1990 con la cabeza baja, reviviendo su maltrecha economía, los chinos comenzaron a expandir sus horizontes, incluso más allá de sus fronteras. Hoy son los principales inversionistas en Africa. Su demanda de tofu hizo que los brasileños derribasen más árboles para poder cultivar soja en la Amazonia. Su necesidad de hierro infló los precios de las viviendas en el interior de Australia pues mucha gente se fue a trabajar en las minas. Sus fábricas, con mano de obra muy barata, dejaron sin trabajo a millones de personas en el resto del mundo y debilitaron enclaves industriales en Europa y Estados Unidos.
De este modo, los chinos adquirieron una presencia mundial que jamás habían tenido y comenzaron a alterar el orden establecido, generando asombro y respeto, así como cierto temor y suspicacias. Cuando China empezó a abrir su economía en los años 80, muchas firmas se propusieron formar empresas conjuntas con compañías de Occidente. En la última década, no obstante, más que buscar socios los chinos se dedicaron a comprar firmas. Un ejemplo: la gigantesca empresa tecnológica Lenovo, que en el 2005 se quedó con la división de computadoras personales de IBM.
Su creciente influencia en los asuntos mundiales es razón de orgullo para los chinos, que sienten que en el pasado eran menospreciados por el resto del mundo. Muchos se vanaglorian de que la nación más poderosa del mundo, Estados Unidos, tiene una enorme deuda con China. Estados Unidos adeuda 800.000 millones de dólares en bonos estatales a China. Nunca antes había debido tanto dinero a un país.
Los chinos, que han desarrollado una visión muy particular del marxismo, son hoy banqueros que pueden sacudir los mercados mundiales con la sola insinuación de que consideran desprenderse de esos bonos.A pesar de su crecimiento económico, no obstante, millones de chinos siguen sumergidos en la pobreza y las condiciones de vida en el interior son a veces dignas de la época medieval. La disparidad de ingresos es cada vez más grande y por más que el ingreso anual haya subido un 74% desde el 2003 para la gente que vive en las ciudades, en el campo creció tan solo un 31%. El grueso de los chinos, de todos modos, ha visto grandes mejoras en sus condiciones de vida. Hasta no hace mucho, era poco común que la gente tuviese un teléfono particular. Hoy, China Mobile, la empresa telefónica más grande del mundo, dice tener 508 millones de clientes.
En China hay hoy 338 millones de usuarios de la internet, según el Centro de Información de Redes de Internet Chino, una entidad investigadora avalada por el estado. Esa es una cifra superior a la de toda la población de Estados Unidos. En las grandes ciudades, las bicicletas están dando paso a los automóviles. Tan solo en la ciudad sureña de Guangzhou –capital de la región industrial más importante del país– el año pasado se vendieron 180.000 vehículos. Esto es una buena noticia para empresas automotrices que atraviesan por grandes dificultades económicas, como Ford y General Motors.
El creciente consumo y el boom industrial se han hecho sentir en el medio ambiente y hay quienes piensan que la contaminación y la escasez de agua podrían frenar el crecimiento chino. China es actualmente el país con más emisiones de dióxido de carbono, tras desplazar del primer lugar a Estados Unidos. Un estudio del Banco Mundial dice que en China se encuentran 16 de las 20 ciudades más contaminadas del mundo. Agrega que tres cuartos del agua que llega a las áreas urbanas no se puede beber.
El Partido Comunista asegura que resolverá todos esos problemas y no parece haber demasiada presión por reformas democráticas. De hecho, para muchos déspotas del mundo China ofrece un modelo atractivo: un sistema autoritario que genera un gran crecimiento económico. ¿Qué sentido tiene prestarle atención a los sermones de Estados Unidos y otros países sobre la democracia cuando un régimen autocrático como el chino da tan buenos resultados?
El sistema político chino, no obstante, sigue siendo frágil, al punto de que cosas como Facebook y YouTube son vistos como una amenaza y bloqueados por las autoridades chinas. Los gobernantes aparentemente piensan que por más que parezca reinar la calma, cualquier problema menor puede desatar una crisis.