Imagínese una niña que corre por el césped fingiendo que va tomada de la mano de una amiguita. Esa era la red social de que disponía yo años atrás, luego de que mi mejor amiga Linda se mudó y quedé destrozada. No había otros niños en la localidad rural donde vivía y eso era lo único que podía hacer.
Necesitaba relacionarme con alguien. Ahora que han pasado algunas décadas, ni sé qué hacer con todas las relaciones que tengo: cientos de amigos, de amigos de amigos y de personas que ni conozco, con las que mantengo relaciones virtuales en varias redes sociales de la internet. No hay duda de que es una forma eficiente de comunicarse. Pero, la verdad, a veces siento que me va a estallar la cabeza.
(Mientras escribo esto, trato de no distraerme con los avisos de mi correo electrónico de que fulanito y menganito me están “siguiendo” en Twitter).
¿De qué hablaba? Ah, sí, de la locura de las redes sociales online de la última década. No es que no quiera comunicarme con la gente. Todo lo contrario. En la década de 1980, me encantaba escribir cartas a mano. En los noventas empecé a usar el correo electrónico porque es más fácil e inmediato. En esta década, a pesar de mis buenas intenciones, mis comunicaciones son cada vez más cortas y las hago circular mayormente a través de Facebook, Twitter o mediante mensajes de texto. Como decía, eficiente, pero a un costo.
Considere el amigo descarado que hace poco me describió así: “Se comunica con miles de personas al mismo tiempo. Así es ella”. Se refería en parte a mi oficio de periodista, pero a medida que la tecnología nos da la posibilidad de comunicarnos con más gente, de vez en cuando recibo estos dardos de familiares y amigos.
Sus comentarios me parecen un tanto hipócritas dado que muchos de ellos también tienen amplias redes sociales cibernéticas. Esa es la ironía de nuestros tiempos: nunca estuvimos más conectados que ahora, al menos a través de aparatos, y, sin embargo, muchos ansiamos ser el foco de la atención exclusiva de amigos, familiares, jefes y compañeros de trabajo. Lo que deseamos es simplicidad, equilibrio y una forma de concentrarnos, por más que aumenten nuestras relaciones electrónicas, ya sea por decisión propia o no.
Para mí, la tendencia a conectarse con otros por la internet comenzó inocentemente, chateando y participando en foros electrónicos en los años 90. A principios de esta década, experimenté brevemente con (la red de contactos sociales) sixdegrees.com y con Friendster (sí, lo admito). La cosa se puso más seria con MySpace. Luego apareció Facebook, que me sedujo y Twitter está tratando ahora de atraparme. Me dejo llevar porque en estos tiempos inciertos me dicen que ningún periodista puede ignorar esta herramienta.
Me ha resultado útil, por una razón u otra. De vez en cuando encuentro fuentes para reportajes o veo cosas que me dan ideas para artículos. También he constatado la importancia que tienen las redes sociales para una persona con hijos, que trabaja y no tiene demasiado tiempo para conectarse con la gente. Me entero de las rupturas entre amigos, de las enfermedades de sus hijos y de la muerte de sus padres, a veces más rápido de lo que lo haría por los medios convencionales. Me enteré de detalles de las vidas de mis sobrinos y sobrinas que probablemente jamás hubiera descubierto y tengo una mejor idea de lo que sucede con las vidas de amigos que viven lejos, e incluso de la misma gente con la que trabajo en la oficina.
Me he reencontrado con amigos a los que les había perdido la pista hace tiempo e hice un par de amigos nuevos. Todo eso es muy bueno, incluso adictivo. Pero nunca tuve tantas distracciones, y eso no me gusta nada. ¿Cuántos de nosotros tenemos un hijo, un compañero o un amigo que nos piden que nos alejemos de la computadora o del teléfono celular? ¿Cuántos de nosotros no hemos perdido tiempo encendiendo una pantalla de computadora, que hubiéramos podido emplear haciendo cosas más importantes?
Me convencieron. No me malinterpreten. Siego pensando que las redes sociales tienen muchas cosas buenas y es innegable que han cambiado nuestra forma de comunicarnos, pero también creo que no es casualidad el que “unfriend” (suspender una amistad, o un contacto), que implica básicamente eliminar una persona de la red de Facebook, sea la Palabra del Año del diccionario Oxford. En Twitter, la palabra es “unfollow” (dejar de seguir). La gente como yo está cansada de sentirse abrumada y estamos empezando a fijar prioridades, tanto en la web como en la vida cotidiana.
En la próxima década, prometo ser de las personas que fijan límites, en el campo tecnológico y en todo lo demás. De lo contrario, podría terminar corriendo por un campo, hablando sola con una amiga imaginaria. Y esta vez no resultaría algo simpático.