El viernes 29 de mayo, el subsecretario y vocero de la pandemia Hugo López-Gatell presentó el semáforo de riesgo que estaría definiendo el regreso de las actividades en la nueva normalidad. Todas las explicaciones pasaron a segundo término cuando llegó a la lámina que mostraba a un país completamente rojo que demostraba que, salvo Zacatecas, todas las entidades estaban en máxima alerta.
¿En qué cabeza cabe que, con un país en máximo riesgo, con contagios y muertes en ascenso y una letalidad escandalosamente alta se decida terminar con la Jornada Nacional de la Sana Distancia? En la del presidente Andrés Manuel López Obrador, incapaz de reconocer que la estrategia seguida por su gobierno ha puesto, y pone, en peligro a millones de mexicanos.
El mandatario, quien había dicho reiteradamente que las decisiones de su gobierno se tomarían con base en evidencia científica, traicionó su palabra. Prueba de ello es que el propio López-Gatell señaló el miércoles 27 que la decisión de que el Presidente retomara sus giras no estaba tomada y que como escuchaba a los médicos habría una reflexión para ello. Todo indica, sin embargo, que el mandatario sólo escucha a su almohada porque un día después y antes de la reunión nocturna con el gabinete, anunció en su conferencia: “ya tomé la decisión de salir, porque necesitamos reiniciar nuestra vida pública e ir hacia la nueva normalidad con todos los cuidados”.
Esa errática comunicación, los múltiples cambios de señales, las contradicciones entre su gabinete están haciendo estragos en el manejo de la pandemia. Las cifras de contagios y muertes siguen al alza porque la gente fue relajando poco a poco la cuarentena y ¿cómo culparlos? Un día escuchan que deben seguirse abrazando, besando y visitando lugares públicos y, al otro, que siempre no.
El tabasqueño dio varias fechas en las que según él todo volvería a la normalidad, la fecha del pico máximo de la pandemia igualmente ha cambiado y la curva aplanada nada más no se ve por ningún lado.
¿Cómo culpar a la gente si primero se anunció que serían más de 900 los municipios que volverían a la normalidad el 17 de mayo, luego resultó que eran 324 y, finalmente, que no todos pudieron regresar? ¿Cómo culpar a la gente si el Presidente se la pasa diciendo que la pandemia ya se domó, que falta menos, que vamos bien y que, además, él ya se va de gira?
¿Cómo culpar a la gente si no entiende la gravedad de la pandemia? en México nunca sabremos la dimensión del covid-19 porque el gobierno federal decidió que no era importante contabilizar el número de contagios y ni siquiera de muertes. El método de vigilancia epidemiológica que escogieron para medir les vino como anillo al dedo, porque así pudieron manejar las cifras como mejor les conviniera, sin pruebas de por medio.
El Presidente y su gobierno se lavaron las manos y señalaron que el semáforo que se presentó el viernes era voluntario y que cada gobernador se haría responsable de las decisiones tomadas: “Pero un gobernador dice: ‘Yo no estoy de acuerdo, no aplico esto’. Ni modo que nos vamos a enganchar en un pleito con ese gobernador. Le diríamos: ‘Pues siga usted su camino, usted va a hacerse responsable ante su pueblo’; cada quien debe de asumir la responsabilidad que le corresponde”.
Así mientras el país está color hormiga, López Obrador decidió simplemente continuar con el papel que más le gusta, el que mejor le sale: el del candidato. Lo suyo, lo suyo, es andar de gira visitando distintos estados, pronunciando encendidos discursos contra el neoliberalismo y los conservadores. Y si él está feliz, pensará su gabinete, no importa que el país arda.