El paso de la oposición, pintada de rosa mexicano —rosa INE, según Guadalupe Taddei– hacia el Zócalo de la CDMX no se dejó frenar por el férreo cordón de policías, protegidos por escudos antimotines y macanas. Tampoco sucumbió ante la ferocidad de los maestros de la CNTE que, con actitud hosca, casi de odio, quisieron asustar e incluso amagaron con “echarle lumbre” a una bandera del PAN.
Al puñado de maestros no le quedó más opción que replegarse a sus casitas de campaña y ampararse detrás de unos delgados mecates, ante la irreverente oposición que avanzó ágil, imparable, como un tigre.
Entre maestros y opositores hubo intercambio de empujones, manotazos, camisas hechas jirones, palazos, jalones de greñas, lentes aplastados en el piso y mentadas de madre a discreción, cuando los opositores lograron, por fin, romper el cerco magisterial en la esquina de 20 de Noviembre hacia el Zócalo.
Los policías, que fueron como una especie de resguardo, refuerzo en el campamento de los maestros -que por mucho fueron superados en número por los opositores, y también en ferocidad-, por arte de magia, se esfumaron.