Criticado por su falta de carisma, Mariano Rajoy, que este domingo salió reforzado de las elecciones legislativas y reivindica permanecer al frente del Gobierno español, da muestras de una tenacidad notable a la hora de superar obstáculos.
Alto, con barba gris y gafas de montura fina, se presenta a sus 61 años como abanderado de la estabilidad frente a sus rivales más jóvenes.
“Ha sido duro, ha sido difícil, ha sido complicado, pero hemos dado la batalla por España”, lanzó a sus seguidores tras conocer que su partido pasaba a 137 escaños frente a los 123 de diciembre.
“Habéis ganado las elecciones porque habéis tenido fe en la victoria y la habéis perseguido”, agregó, defendiendo esa perseverancia que tan bien lo define.
Escogido líder del Partido Popular (PP) en 2004, sobrevivió a dos derrotas electorales antes de llegar al poder en 2011 con mayoría absoluta gracias a un electorado furioso por la gestión de la crisis económica por parte del Gobierno socialista.
Cuando perdió esta mayoría en las legislativas de diciembre y se encontró sin aliados para seguir gobernando, fueron muchos —incluso dentro de su partido— quienes le reclamaron apartarse para que España saliera de la parálisis política.
Pero él se decantó por permanecer inmutable mientras los otros partidos fracasaban en su intento de formar Gobierno y hubo que convocar nuevas elecciones.
Los sondeos le pronosticaban de nuevo una victoria ajustada, pero su resultado fue mucho mejor y además cuenta ahora con que el apoyo de pequeños partidos de derechas y las divisiones entre los de izquierdas le permitan dirigir un Gobierno en minoría.
Además tiene la garantía de que no existe rival ni delfín en el PP, al que dirige sin oposición tras haber sofocado varias revueltas internas años atrás.
Los numerosos escándalos de corrupción que carcomen su partido desde hace años no parecen quitarle el sueño. Asegura con aplomo que son casos “aislados” de los que no sabía nada.
Cuando en los últimos días de campaña unas grabaciones revelaron que su ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, trató de desacreditar a los independentistas catalanes con investigaciones policiales, calificó el asunto de “broma”.